Desinformación es el acto de silenciar o manipular la verdad, habitualmente en los medios de comunicación de masas. Ella se sirve de diversos procedimientos retóricos como la demonización, el esoterismo, la presuposición, el uso de falacias, la mentira, la omisión, la sobreinformación, la descontextualización, el negativismo, la generalización, la especificación, la analogía, la metáfora, el eufemismo, la desorganización del contenido, el uso del adjetivo disuasivo, la reserva de la última palabra, o la ordenación envolvente que ejerce la información preconizada sobre la opuesta (orden nestoriano).
La demonización o satanización consiste en identificar la opinión contraria con el mal, de forma que la propia opinión quede ennoblecida o glorificada. Hablar del vecino como de un demonio nos convierte a nosotros en ángeles y las “guerras santas” siempre serán menos injustas que las guerras, a secas. Se trata, ante todo, de convencer con sentimientos y no con razones, a la gente, habitualmente la mayoría, que se convence más con aquellos que con éstas. Habitualmente se emplea en defensa de intereses económicos, por ejemplo cuando se demoniza Internet llamándolo cuna de pederastas y piratas, encubriendo la intención económica a que obedece ese punto de vista aparentemente bienintencionado de regularlo y que pierda su gratuidad y generosidad.
Por otra parte, algunas palabras y expresiones no admiten réplica ni razonamiento lógico: son los llamados adjetivos disuasivos, absolutamente contundentes, maximalistas y negativistas, que obligan a someterse a ellas y excluyen el matiz y cualquier forma de trámite inteligente. Su contundencia emocional, el pathos emotivo del mensaje, eclipsa toda posible duda o ignorancia, principios estos de cualquier forma razonable de pensamiento: la constitución o la integración europea es, por ejemplo, irreversible. La misma aplicación tienen los adjetivos incuestionable, inquebrantable, inasequible, insoslayable, indeclinable y consustancial. Su maximalismo sirve para remachar cualquier discurso y crear una atmósfera irrespirable de monología. Además, según Noam Chomsky, muchas de estas palabras suelen atraer otros elementos en cadena formando lexías: adhesión inquebrantable, inasequible al desaliento (incorrecto, ya que inasequible significa inalcanzable, inconseguible), deber insoslayable, turbios manejos, legítimas aspiraciones, absolutamente imprescindible... Lexías redundantes, como en totalmente lleno o absolutamente indiscutible, inaceptable o inadmisible.
Apelación al miedo. Un público que tiene miedo está en situación de receptividad pasiva y admite más fácilmente cualquier tipo de indoctrinación o la idea que se le quiere inculcar; se recurre a sentimientos instalados en la psicología del ciudadano por prejuicios escolares y de educación, pero no a razones ni a pruebas.
Apelación a la autoridad. Citar a personajes importantes para sostener una idea, un argumento o una línea de conducta y ningunear otras opiniones.
Testimonio. Mencionar dentro o fuera de contexto casos particulares en vez de situaciones generales para sostener una política. Un experto o figura pública respetada, un líder en un terreno que no tiene nada que ver, etc... Se explota así la popularidad de ese modelo por contagio. Por ejemplo, un juez respetado como Baltasar Garzón entra en un partido político acusado de corrupción para aprovechar su respetabilidad.
Efecto acumulativo. Intenta persuadir al auditorio de adoptar una idea insinuando que un movimiento de masa irresistible está ya comprometido en el sostenimiento de una idea, aunque es falso. Se da por sentada una idea mediante la falacia de la petición de principio. Esto es así porque todo el mundo prefiere estar siempre en el bando de los vencedores. Esta táctica permite preparar al público para encajar la propaganda. Es preferible juntar a la gente en grupos para eliminar oposiciones individuales y ejercer mayor coerción, principio de mercadotecnia o marketing que ejercen los vendedores.
Redefinición y revisionismo. Consiste en redefinir las palabras o falsificar la historia de forma partidista para crear una ilusión de coherencia.
Demanda de desaprobación o poner palabras en la boca de uno. Relacionada con lo anterior, consiste en sugerir o representar que una idea o acción es adoptada por un grupo adverso sin estudiarla verdaderamente. Por ejemplo, sostener que en un grupo que sostiene una opinión los individuos indeseables, subversivos, reprobables y despreciables de la misma la sostienen también. Eso predispone a los demás a cambiar de opinión.
Uso de generalidades y palabras virtuosas. Las generalidades pueden provocar emoción intensa en el auditorio. Por ejemplo, el amor a la patria, el deseo de paz, de libertad, de gloria, de justicia, de honor, de pureza etc... permite asesinar el espíritu crítico del auditorio, pues el significado de estas palabras varía según la interpretación de cada individuo, pero su significado connotativo general es positivo, de forma que por asociación los conceptos y los programas del propagandista serán percibidos como grandiosos, buenos, deseables y virtuosos.
Imprecisión intencional. Se trata de referir hechos deformándolos o citar estadísticas sin indicar las fuentes o todos los datos. La intención es dar al discurso un contenido de apariencia científica, sin permitir analizar su validez o su aplicabilidad.
Transferencia. Esta técnica sirve para proyectar cualidades positivas o negativas de una persona, entidad, objeto o valor (individuo, grupo, organización, nación, raza, patriotismo etc...) sobre algo, a fin de volver a esto más (o menos) aceptable, mediante palancas emotivas.
Simplificación exagerada. Generalidades usadas para contextualizar problemas sociales, políticos, económicos o militares complejos.
Quidam, para ganar la confianza del auditorio, el propagandista emplea el nivel de lenguaje y las maneras y apariencias de una persona común. Por el mecanismo psicológico de la proyección, el auditorio se encuentra más inclinado a aceptar las ideas que se le presentan así, ya que el que se las presenta se le parece.
Estereotipar o etiquetar. Esta técnica utiliza los prejuicios y los estereotipos del auditorio para rechazar algo.
Chivo expiatorio. Lanzando anatemas de demonización sobre un individuo o individuos o grupo de individuos, acusados de ser responsables de un problema real o supuesto, el propagandista puede evitar hablar de los verdaderos responsables y profundizar en el problema mismo.
Uso de eslogans. Frases breves y cortas fáciles de memorizar y reconocer, que permiten dejar una traza en todos los espíritus, bien de forma positiva, bien de forma irónica: "Bruto es un hombre honrado".
Eufemismo o Deslizamiento semántico. Reemplaar una expresión por otra a fin de descargarla de todo contenido emocional y de vaciarla de su sentido: "interrupción voluntaria del embarazo" por aborto, por ejemplo, o "solución habitacional" por vivienda, "limpieza étnica" por matanza racista. Otros ejemplos, "daños colaterales" en vez de víctimas civiles, "liberalismo" en vez de capitalismo, "ley de la jungla" en vez de liberalismo, "reajuste laboral" en vez de despido, "solidaridad" en vez de impuesto, "personas con preferencias sexuales diferentes", en lugar de homosexuales, "personas con capacidades diferentes", en lugar de discapacitados, "relaciones impropias" en vez de adulterio, etc...
Adulación. Uso de calificativos agradables, en ocasiones inmoderadamente, con la intención de convencer al receptor: "Usted es muy inteligente, debería estar de acuerdo con lo que le digo".
El esoterismo es la tendencia al enigma y al oscurantismo en la expresión, que es sibilina, ambigua y enredada, cercana a las razones que ni atan ni desatan o bernardinas, de forma que cualquier interpretación es plausible y, por lo tanto, errada; así se suprime cualquier conclusión lógica y se deja el poder de interpretación en manos de quien está y las posiciones en la posición en que estaban, sin iniciar ningún camino y negando de hecho toda posible evolución o pensamiento.
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