- Los ideólogos

En el sentido peyorativo del término, por ideología se entiende una concepción de la vida humana simplificada, tosca y utópica. Los ideólogos no profundizan en los temas que tratan, no fundamentan las afirmaciones que hacen, no se someten a verificación alguna. Se asientan únicamente en la firmeza con que hacen promesas para el futuro. Se presentan con ímpetu visionario de profetas laicos, para vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas.

Al no ajustarse a la realidad, las ideologías -según hemos visto-no tienen poder de convicción y persuasión y sólo pueden ser inoculadas a las gentes de dos formas: por la violencia, y se va a la dictadura, o por la astucia , y se entra en el campo de la manipulación ideológica. Esta forma dolosa de invasión espiritual presenta especial gravedad porque compromete vertientes muy importantes de la vida humana.



Es fácil calibrar lo perturbadora que puede resultar en nuestra vida una ideología de contenido ético, es decir, una manera de concebir la vida y la conducta humana que no se ajusta al verdadero ser del hombre sino que está postulada por una orientación política. Los ideólogos de orientación partidista ponen en juego mil artimañas para inculcar en el ánimo de las gentes criterios de vida, normas de conducta, formas de interpretar las acciones humanas que no responden a las exigencias de la realidad del hombre. Si lo consiguen, prestarán un notable servicio a su partido político, pero dejarán al pueblo expuesto a peligros abismales.

Resulta temible la habilidad de ciertos ideólogos en el arte de vencer sin convencer, de seducir con razones trucadas, planteamientos falsos y razonamientos falaces. No es fácil descubrir en cada momento que nos están manipulando y en qué punto preciso introducen el truco manipulador. Los manipuladores suelen ser verdaderos especialistas en el arte de persuadir dolosamente.

Este malabarismo mental es ejercitado también por los técnicos de la publicidad, como hemos indicado. Utilizan el lenguaje con doble sentido, proyectan unas imágenes sobre otras, sacan partido a los flancos débiles de las gentes. Pero estos trucos, más o menos sofisticados, no son difíciles de descubrir. En cambio, los trastrueques de ideas, los escamoteos de conceptos y las extrapolaciones de planos de realidad que realizan los ideólogos son mucho más complejos y ambiguos. Se requiere un adiestramiento especial para pillarlos al vuelo y refutarlos contundentemente.

Esta contundencia es ineludible, porque las ideologías se presentan como algo inalterable, sólido, firme, sin fisuras ni vacilaciones. Tal modo de presentarse es un recurso táctico temible, pues el pueblo suele dejarse impresionar por lo que aparece firme como una roca. Los pensadores auténticos -los que no sirven a intereses de grupo o partido-dialogan constantemente con la realidad, se ajustan a ella, corrigen un pormenor y otro. Esta voluntad de adaptación y corrección es interpretada a menudo como inseguridad, inmadurez y debilidad de temple, condiciones que se oponen a un programa de acción que quiera ser brillante y persuasivo. Por eso las ideologías suelen marcar cada vez más sus límites y endurecer sus posiciones.
La carga sentimental de las ideologías

Al ir adscritas a una orientación política, las ideologías se cargan rápidamente de adherencias sentimentales, que tienen un incalculable poder de arrastre. Los partidarios de una corriente política suelen defender la ideología que han asumido como propia al modo como se defiende una bandera, un símbolo del honor personal, y lo hacen de modo tajante, unilateral, implacable. De ahí que, si un partido político identificado con una ideología determinada incluye en su ideario una meta, es inútil discutir con sus afiliados si ésta se ajusta o no a la realidad y, por tanto, si es justo y legítimo el perseguirla. Así, con quienes defienden por principio el divorcio y el aborto resulta vano pretender analizar si estas prácticas hacen justicia a la realidad que es la unidad matrimonial y la vida del no nacido. No se detendrán a sopesar las razones que alguien presente en contra de su posición. La mayoría se limitarán a aducir motivos especiosos con objeto de mostrar que su postura es racional. Movilizarán todos los recursos de la demagogia para dar a entender que su actitud responde a motivaciones sólidas, pero nadie sabe mejor que ellos que su actitud obedece a una toma de posición predeterminada por una estrategia de conjunto. En ciertas ideologías se incluye el fomento del divorcio, el aborto, la eutanasia y el amor libre, no porque el análisis de la realidad les ofrezca una justificación suficiente para ello, sino porque sus ideólogos prevén que tal promoción les otorga ante el pueblo una imagen de apertura, liberalidad y progreso.

No se trata de una opción racional -basada en el estudio de las exigencias de la realidad-. Estamos ante una decisión impuesta por la voluntad de poder e inspirada en los criterios de astucia propios de toda estrategia. El diálogo con tales ideólogos se nos aparece como el fracaso de la razón, la humillación de la capacidad humana de razonar, de ir al fondo de las cosas y basar las decisiones en las exigencias de la realidad. Estamos en una reunión; se plantea una cuestión importante y se abre un debate largo e intenso. Al final, se percata uno de que todo fue en vano. Desde el principio estaba previsto que no habría más fuerza decisoria que el poder frío e irracional del voto emitido por fidelidad a una posición ideológica. Cuando se observa en un Parlamento que un número elevado de diputados dan su voto de forma unánime, sin la menor fisura, una y otra vez, tras haber oído argumentos muy sólidos en contra de la propuesta votada, uno tiene derecho a sospechar que no es la realidad la que marca aquí la pauta a seguir sino los esquemas ideológicos que constituyen la trama intelectual del partido.

Las ideologías escinden a los grupos humanos

Esta atenencia rígida a un bloque de ideas calcificado escinde a los pueblos en grupos antagónicos irreconciliables. Antes de las elecciones generales celebradas recientemente en cierto país, un periodista preguntó a una conocida escritora si estaría dispuesta a cambiar su voto en caso de advertir un día que sus correligionarios habían fracasado en la gestión pública. Ella contestó indignada, con la contundencia propia de quien cree expresar algo obvio: "¡Eso nunca! ¡Jamás concederé el voto a mis enemigos!" He aquí una neta actitud "ideológica". A pesar de su refinamiento como escritora, esta persona no ha logrado, a juzgar por su respuesta, descubrir que los diversos sistemas de pensamiento son vías hacia el descubrimiento de la verdad, no posiciones irremediablemente antagónicas. Lo son únicamente cuando responden a meros intereses tribales.

El estudio de la realidad solemos iniciarlo los hombres desde puntos de mira diversos, bajo el impulso de intereses distintos y al abrigo de sentimientos dispares. Todo parece llevarnos por vías divergentes. Pero, si nos encaminamos hacia una meta común -la de ser fieles a la realidad, que es una y la misma para todos, y nos nutre y hace posible el desarrollo de nuestra personalidad-, los caminos de nuestras vidas tomarán una dirección convergente, en cierto modo al menos. Dar por supuesto que nunca tendrá lugar un encuentro, por vía de participación en una verdad común, es transformar la propia posición en una fortaleza, alzar los puentes, ahondar los fosos y hacer imposible toda comunicación. Pero la comunicación es esencial al desarrollo genuino del hombre. Hacerla inviable de raíz supone quedarse bloqueado en un estadio primitivo.

En el aspecto económico, los partidos políticos no pueden actualmente atrincherarse en sus principios ideológicos. Deben acomodarse flexiblemente a las condiciones de cada situación. Esta acomodación acerca las posiciones de los distintos partidos de forma llamativa. Para mantener la propia identidad, algunos de ellos no dudan en acentuar las diferencias en el campo moral y en el religioso. En éstos les parece que todo es opcional y no hay exigencias precisas por parte de la realidad. Tan grave error lo paga el pueblo muy caro en forma de envilecimiento de las costumbres, y tal deterioro acaba repercutiendo incluso en el campo de la economía.

Cuando estas consecuencias se hacen palpables, los responsables se apresuran a declarar que se trata de un signo de los tiempos, como si los fenómenos surgieran por generación espontánea sin causas bien determinadas. El que piense esto de buena fe ignora lo que es la vida humana y las leyes que rigen su desarrollo normal. Tal ignorancia provoca graves errores, que son verdaderos atentados contra la realidad. Y la realidad acaba siempre vengándose. Los desastres ecológicos, por ejemplo, son una venganza de la realidad por el afán ambicioso que tiene el hombre de dominar la naturaleza. El envejecimiento de la población es una venganza por la actitud hedonista ante la vida.

La ideologización de la vida profesional

La altanería en el cultivo de la propia especialidad lleva a ciertos intelectuales a defender sus puntos de vista como decisivos y a depreciar toda otra perspectiva posible. Ese pensamiento absolutizado se cierra sobre sí mismo y se esclerosa. Le falta visión relacional, que integra perspectivas diversas.

En la serie de programas ofrecidos por cierta empresa televisiva hace unos años con el título Hablemos de sexo, un equipo de médicos, psicólogos y sociólogos emitieron toda clase de juicios valorativos sobre diversas actividades sexuales sin tener en cuenta los dictados de la Ética y las exigencias del método propio de esta disciplina. Afirmaban, por ejemplo, que la homosexualidad no es una enfermedad ni una aberración cromosómica, y seguidamente sentenciaban: "Las prácticas homosexuales constituyen una opción más entre otras posibles. Depende del gusto de cada uno elegir una práctica u otra". Sin duda, estos profesionales partían de la base de que la ciencia se desarrolla al margen de los valores éticos y no está sometida a juicios valorativos; es autárquica, y puede, por sí misma, explicar los fenómenos humanos y la orientación que ha de dárseles para obtener el bienestar deseado. Este encapsulamiento en un método de conocimiento determinado supone una parcialidad empobrecedora del saber humano. El pensamiento empobrecido constituye una ideología , no un sistema de pensamiento vivo y fecundo.

Una concepción de la vida, cuando está viva y no se encierra en sí, se halla dispuesta a colaborar con otras, limar sus aristas, perfeccionar sus puntos de vista. El resultado de tal colaboración humilde es el enriquecimiento del saber. Por el contrario, la consecuencia directa de la cerrazón ideológica es la desfiguración de la realidad. En el programa antedicho no se habló nunca de la vida sexual humana. Se disertó sobre una sexualidad reducida a búsqueda de sensaciones placenteras, desgajada de toda finalidad procreadora e incluso de todo proceso de intensificación del amor personal. Esta sexualidad artificiosa -que no es animal porque no está reglada por los instintos, y no es humana pues no está orientada hacia un ideal valioso, correlativo a la vocación más honda del hombre- no puede sino ser fuente de extremismos y desvaríos, de los que se desprende un gran desasosiego y ninguna felicidad.

Algunas formas de manipulación ideológica


Para conseguir que el pueblo adopte como propia una ideología, se necesita preparar el terreno astutamente, a fin de que esa forma de pensar seduzca incluso a quienes no aceptan sus posiciones en el plano reflexivo. Esa configuración artificiosa de un clima intelectual y afectivo propicio a la difusión de ciertas ideologías se realiza a través de medios muy diversos: la educación (planes de estudio, libros de texto, selección de obras a analizar...); las obras culturales y los espectáculos;los medios de comunicación;la publicación de estadísticas -reales o ficticias- que favorecen la idea de que ciertas actitudes son generales, normales, y han de considerarse como normativas; la promulgación de determinadas leyes que regulan la conducta de los ciudadanos y crean opinión, porque, al ser legales ciertos comportamientos, son considerados precipitadamente por muchas personas como legítimos moralmente. Llama a veces la atención el interés preferente de algunos partidos en dictar leyes que no son tan urgentes como otras que sufren aplazamientos reiterados. Esa discriminación no responde, obviamente, al afán de regular ciertos aspectos de la vida ciudadana, sino al de crear un caldo de cultivo de la ideología que subtiende toda su actividad política.

Alfonso López Quintás

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Nicolás Maquiavelo:

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven.

1948 - George Orwell


Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Ahora comprenderás lo que significa el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo.

Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.

Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?