El planteamiento tendencioso de los temas permite a ciertos intelectuales presentar como plausibles algunas interpretaciones de sucesos, actitudes y orientaciones que un examen riguroso descubre como falsas. Se considera, por ejemplo, que no existe otro método para conocer la realidad que el científico, y se concluye que el conocimiento ético y el religioso son "irracionales", ya que dependen más bien del sentimiento que de la razón. Esta posición es inaceptable. Un científico tiene pleno derecho a sentir entusiasmo por el método que le permite avanzar en el conocimiento de la parcela de realidad que acota la ciencia como su campo propio de acción. Pero comete una desmesura si afirma que sólo ese método constituye una vía legítima para conocer la realidad.
Debemos distinguir en nuestro entorno modos diferentes de realidad y precisar cuál de ellos estudia la ciencia y cuáles son objeto de atención por parte de otras disciplinas. Durante siglos, los científicos han tendido a considerar su método de conocimiento como el único eficaz y auténtico. Y es hora de admitir, para bien de todos, que cada disciplina acota una vertiente de la realidad como objeto peculiar de conocimiento, y, si cumple las exigencias que tal objeto plantea, puede darle alcance y enriquecer el conocimiento humano.
Valerse del prestigio de la ciencia para alzarse con el monopolio de la verdad y de la capacidad investigadora significa una reducción de las posibilidades del hombre. Este empobrecimiento concede a la ciencia una autonomía total en cuanto a métodos y metas. Parece que puede prescindir de toda exigencia y norma ética, así como de todo ideal valioso. Esa autarquía sirve a los científicos para llevar adelante sus investigaciones sin la menor traba, guiados solamente por la lógica interna del método propio de su especialidad. Tal libertad se traduce en un incremento rápido del saber teórico y del poder técnico. Este poder, desconectado de toda Ética del poder, constituye a medio plazo un grave riesgo para la humanidad.
Cuando sólo se atiende al desarrollo del saber científico y técnico, cada nuevo logro significa un triunfo. Para el gran físico alemán Otto Hahn, inventar la fisión del átomo de uranio constituyó el gran éxito de su vida. Pero poco tiempo pudo celebrarlo, ya que, algunos meses después, ese adelanto científico hizo posible alcanzar la cumbre técnica que significa la construcción de la bomba atómica y pulverizar dos bellas ciudades japonesas en unos instantes. Al enterarse de que su hallazgo científico había sido convertido en instrumento de devastación, el genial investigador sintió la tentación de poner fin a su vida por verla carente de todo sentido.
Su compañero de cautiverio, el gran humanista y científico Werner Heisenberg, contó emocionado esta anécdota en una conferencia pronunciada en Munich pocos días después de enviar a Konrad Adenauer el Manifiesto antiatómico en el que afamados científicos manifestaban su decisión de no investigar los secretos de la materia sino para fines pacíficos. En sus Memorias, publicadas en castellano con el título Diálogos sobre la física atómica[15], relata Heisenberg las divergencias que había tenido con Hitler respecto a la finalidad que debe perseguir la investigación de las partículas elementales.
La ciencia debe reconocer sus límites
Los científicos más avisados cobran cada día una conciencia más clara de que la ciencia no ha de procurar sólo su propio triunfo por la ilusa creencia de que el avance en el saber teórico y técnico se traduce automáticamente en una mayor felicidad humana. Los biólogos, especialmente los genetistas, saben bien que la investigación se halla actualmente bordeando simas muy peligrosas y debe llevarse a cabo con precaución, por afán de hacer bien al hombre, no de progresar a cualquier precio en el conocimiento de la realidad y en el poder de transformación de la misma. En qué consiste el bien integral del ser humano y cómo se logra es una cuestión ardua que no puede clarificar la ciencia a solas, en virtud de su propio método de análisis. Requiere la colaboración de otras disciplinas. Lo advierte Robert Jungk en su libro El futuro ya ha comenzado:
"Los científicos y los técnicos que se apoyan en sus conocimientos creían de ordinario poder operar al margen de los criterios valorativos ropuestos por las diferentes religiones y éticas. Pero, ahora, las consecuencias del inmenso poder técnico que han adquirido les han obligado ocuparse de las cuestiones filosóficas, teológicas y sociológicas que antes consideraban superfluas".
Por la fuerza de propulsión de su propio método, toda disciplina tiende a extender indefinidamente el área de su conocimiento y aplicación práctica. Es justa esta tensión hacia cotas más altas, pero se torna súbitamente injusta -es decir, no ajustada al ser del hombre- si no se alía con la preocupación por el bien global de la Humanidad, al que toda actividad humana debe servir.
Desgajar la actividad científica o técnica del conjunto de la vida humana significa una alteración de su sentido, una reducción de su valor. Este rebajamiento de rango facilita que se la tome como medio para fines ajenos a la auténtica vocación del hombre. Tal desajuste es provocado por los manipuladores para poner el inmenso poder de la ciencia y la técnica al servicio del dominio de las gentes.
Una vez más descubrimos la "parcialidad" o "unidimensionalidad" como una característica básica de la actividad manipuladora. En este sentido, la labor crítica realizada por la Escuela de Frankfurt puede servir de ayuda para liberarnos del yugo de la manipulación y recobrar el lenguaje secuestrado:
"Sin valoraciones, es decir, sin la razón que opina -escribe F. Böckle -, no puede realizarse ningún orden social. Para esto no basta la racionalidad puramente empírica". "El módulo de pensamiento de las ciencias exactas no puede aplicarse sin más a la sociedad. La condición de la verificabilidad experimental conduce necesariamente a la contemplación unidimensional del hombre. En este sentido, la 'teoría crítica' tiene razón al oponerse a tal 'modelo operacional' exigiendo una transformación cualitativa del comportamiento del hombre para lograr un ordenamiento más humano de la existencia".
Esta despreocupación de muchos científicos por la vertiente "humanista" de la existencia fue delatada, asimismo, por un científico tan prestigioso como J.M. Rodríguez Delgado:
"El estudio en el campo de la filosofía y de la introspección viene considerado generalmente como una distracción que no tiene relación directa con la preparación de los futuros miembros de la sociedad industrial, y la conclusión de que el hombre puede tener más éxito en este mundo si no gasta demasiado tiempo en estudiar sus relaciones con él fomenta todavía más la divergencia entre el mundo técnico y el mundo de las ideas".
El gran científico contemporáneo Theodosius Dobzhansky subraya el riesgo que implica dar por hecho que sólo el método científico de conocimiento es riguroso y constituye la única base sólida con que cuenta el hombre para orientar su vida. "Dewey -escribe-consideró acertadamente como un 'escándalo intelectual' la separación entre la ciencia y la ética y los valores".
En efecto, resulta injustificado que un científico no reconozca los límites de su método y se lance a determinar, desde su perspectiva propia, cuestiones que por principio no son accesibles desde ella. En un acto homicida hay multitud de ingredientes físicos y biológicos que son objeto de investigación científica, por ejemplo la energía que se despliega al mover el brazo agresor; pero el sentido de tal acción es competencia de la Ética, no de la ciencia física o biológica.
Alfonso López Quintás
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