La paradoja aparece como un relámpago en el cielo de la lógica, sorpresivo y
fascinante, iluminando perfiles de la realidad que hasta el momento
permanecían ocultos. Si leemos: Si no sé que sé, pienso que no sé .Si no sé
que no sé, pienso que sé, sentimos que nos muestran la otra cara de la luna y
los nuevos astros de un sistema mental que creíamos conocido. De ahí el
lenguaje cautivante de Chesterton, en el que no encontramos una página sin
alguna paradoja con un giro sorpresivo que nos atrape, por lo que se ha
podido decir: “Chesterton es el genio de la paradoja” (Nelson Porto-1982).
Y ante la paradoja, la aparente solidez de un mundo previsible y seguro se tambalea y el misterio de otra lógica visita nuestra mente con una luz nueva. Del seno de ciertas palabras (como aquella formulación de Disraeli: “Soy categórico: odio las definiciones”), brotan como en una pirueta significados ocultos y en la espesura de la experiencia se abren caminos hasta entonces inexplorados. Así, la paradoja es la formulación verbal contra la que se estrella toda la lógica formal de nuestro hemisferio cerebral izquierdo, porque incluye en sí misma una contradicción para éste, mientras el hemisferio derecho encuentra allí un enlace feliz.
Pero más allá de lo que pueda parecer una adivinaza divertida, descubrimos que la esencia de la paradoja encierra una significación profunda capaz de impregnar de sentido múltiples realidades de la experiencia humana. Ante esos hechos, Pascal llegó a decir que el corazón tiene razones que la razón no entiende.
Y los grandes pensadores siempre han bebido de las fuentes de las paradojas para sus obras fecundas. Toda la producción de Agustín de Hipona, por ejemplo, está atravesada por paradojas, desde aquélla: “Si te busco, Señor, es porque todavía no te he encontrado; pero no te buscaría si ya no te hubiese hallado”
Así, hemos llegado a darnos cuenta que la historia humana se mostró siempre llena de paradojas, como siempre existieron los David venciendo a los Goliat. Más aun: hoy sabemos que circunstancias paradójicas pueden llegar a enfermar nuestra mente, cuando el ser humano debe enfrentarse a contradicciones insalvables en las que ha quedado atrapado y comprometen su existencia. Al modo de un prisionero al que le exijan que haga con gusto su tarea.
Así como hechos fortuitos o en apariencia irrelevantes, por una paradoja del devenir, pueden determinar toda una época o torcer el rumbo de la historia. “Un aletear de una mariposa en Texas puede provocar un ciclón en el Golfo fe México”. De tal modo que, al final, si estamos de acuerdo con San Pablo: “No hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero”, podemos concluir que la existencia misma tiene una esencia paradojal.
La historia del concepto.
El concepto de paradoja tiene su historia. Ya en los albores del pensamiento filosófico de Occidente los griegos tropezaron con situaciones en las que el rigor del pensamiento lógico saltaba hecho pedazos. Aunque a veces se trataba de errores ocultos en el razonamiento, y otras veces, de falacias intencionales, lo cierto era que ciertos enunciados constituían nudos imposibles de desentrañar. Y llamaron aporías al raro fenómeno de que, al realizar una conclusión correcta partiendo de dos premisas congruentes, desembocaban sorpresivamente en una contradicción. Así, las aporías, con un Aquiles que no podía aventajar a la tortuga o una flecha que nunca terminará de recorrer la distancia que la separa del blanco, resultaron latiguillos perpetuos que acicatearon desde entonces los esquemas lógicos del pensamiento sin darle respiro.
Y durante siglos, en vano los pensadores se esforzaron buscando soluciones. Más adelante, también se hallaron incongruencias en la estructura del lenguaje, que se conocieron como antinomias semánticas o definiciones paradójicas. Estas ya no pertenecen al nivel lógico sino al semántico, por cuanto provienen de incongruencias del lenguaje. Acaso la más conocida de estas paradojas semánticas sea: Estoy mintiendo. Aquí, el hombre es veraz cuando miente y, a su vez, miente si dice la verdad. De modo similar, si digo: “Juro por Dios que soy ateo” expreso que soy ateo y, al mismo tiempo, que no lo soy. Y lo mismo sucede si alguien escribe “Todos los porteños son mentirosos” y firma: Hugo de Parque Patricios.
En todos estos casos, se trata de una confusión de niveles (entre lenguaje y metalenguaje). Pero aquí nos resulta de mayor interés referirnos a los aspectos pragmáticos de las paradojas, es decir: a las paradojas en cuanto conductas, y su importancia en las situaciones de interacción humana.
En la relación entre personas, surgen situaciones de características curiosas, de índole paradojal, que a veces son fuertes determinantes de la conducta. Lo esencial de estas situaciones puede sintetizarse así: en una relación complementaria (superior – inferior) muy significativa, se imparte una orden a la que hay que obedecer, pero para hacerlo se hace necesario desobedecer. El subordinado se libraría de la paradoja saliendo del marco de la situación (“del laberinto sólo se sale por arriba”), pero no puede hacerlo. Entonces, la situación se le hace insostenible y queda atrapado en la paradoja, porque si
se saliera del marco y objetara la orden, se lo podría acusar de necio o torpe o de mala
voluntad. (*)
Estas situaciones tienen lugar cuando se le exige a alguien una conducta específica que por su esencia debería surgir naturalmente. El prototipo sería la orden: Sé espontáneo.
Siempre me ha parecido ver aquí la imagen más patética del sometimiento en
cualquiera de sus campos: familiar, educativo, laboral, político, cultural. Y siempre aparece clara la reacción del autoritario ante la posibilidad de objeción por parte del subordinado: acusación, en mayor o menor medida, de maldad o de locura (tonto o perverso, etc).
Y otras variantes serían: Debería gustarte jugar con tus hijos. O No seas tan sumiso, tenés que ser más libre. O también: Tenés que tener más iniciativa...algo te tiene que gustar. O aquella frase de la idishe mame que dice: Vayan tranquilos a divertirse...no importa que yo me quede sola. De ahí que estos recursos sean explotados frecuentemente en los “lavados de cerebro”.
Pero estas cuestiones también nos sirven para comprender que nadie puede “renunciar a ser libre” porque sólo puede hacerlo mediante un acto de libre albedrío. De todos modos, no es raro que en la misma vida diaria se presenten situaciones similares: cuestiones paradojales comprometidas difíciles de resolver. Para el caso, puede ilustrarnos la situación vivida por Freud ante las autoridades nazis en 1938. Se le había prometido una visa para salir de Austria siempre y cuando firmara una declaración según la cual “había sido tratado por las autoridades alemanas, sobre todo por la Gestapo, con todo el respeto y la consideración debidos a mi reputación científica”. En el contexto de la persecución, el documento implicaba una desvergonzada simulación de juego limpio por parte de los nazis, con el fin de utilizarla
como propaganda.
A Freud le planteaban un dilema: firmar y así ayudar al enemigo y afectar su propia integridad moral, o negarse y sufrir las consecuencias. Él dio vuelta la situación: preguntó si podía agregar una frase, y el oficial nazi, autosuficiente por su posición, lo aceptó. Y Freud escribió: “Puedo recomendar la Gestapo a cualquiera de todo corazón”. La Gestapo no podía oponerse a esa alabanza., pero todos encuadraron ese “elogio” en la categoría de un devastador sarcasmo que quitaba todo valor de propaganda al documento.
La temática es afín a lo sucedido una vez en mi consultorio cuando una mujer se refirió al esposo en términos de superioridad. Yo le dije: “Su marido debe ser muy inteligente, porque supo elegir una mujer inteligente como Ud.” Y antes de que ella reaccionara, agregué: “Y Ud..es bien inteligente, ya que ha sabido elegir a un marido inteligente que supo elegir una mujer inteligente”.
Callejones sin salida:
Creemos necesario enfatizar aquí el hecho de que la vida diaria está plagada de situaciones con complicaciones estériles y generadoras sólo de conflictos y sufrimientos. Por lo cual es conveniente señalar algunos detalles de su estructura íntima, a fin de tomar conciencia de las sutilezas de sus influencias.
La comunicación verbal y la no verbal son captadas por diferentes hemisferios cerebrales, al modo de dos conciencias distintas. Por lo tanto, cuando una persona recibe un mensaje verbal si, al mismo tiempo, el mensaje no verbal que lo acompaña (actitud, tonos de voz, etc.) está en contradicción con el primero, falta un lenguaje común que los
integre y, en consecuencia, el oyente entra en conflicto y confusión.
Y algo similar sucede cuando los mensajes son incongruentes. El padre que reclama que su hijo “no sólo tiene que ir a la escuela sino que tiene que hacerlo con gusto”, (y el hijo, por dentro, se plantea con todo derecho ¿dónde se consigue eso?), le plantea una situación contradictoria que no tiene solución. Y cuando el esposo se queja porque exige que a ella se le ocurra una salida o “tenga ganas” (porque, dice, “si lo tengo que sugerir yo no vale la pena”) ha caído víctima de una paradoja pragmática de la cual no podrá salir.
Del mismo modo, cuando se le dice a una persona: “ ¡Vos tendrías que haberle
dicho!...” (o peor aún: “¡Vos tendrías que haberte dado cuenta!...”) estamos frente a una típica frase imperativa y malévola, porque no es la transmisión objetiva de una información, sino que está cargada de una venenosa intención culpógena. Lo que se busca, en el fondo, es provocar una culpa estéril. Y lo peor es que se lo hace de una forma encubierta.
Al inculpado, se le dice ahora algo respecto de un pasado cuando éste ya no se puede modificar. Se lo dice alguien que no estuvo en la situación y que no la vivió desde dentro del estado emocional del acusado. Se lo dice alguien con la actitud soberbia del que supuestamente “hubiese sabido cómo actuar”. Ahora pueden verse cosas que en ese momento tal vez no se pudieron ver. Ahora ¿qué se puede hacer? No se puede sino aceptar el hecho como dado. Pero ¿no se le está pidiendo también algo así como que cambie el pasado?
Estas situaciones denigran la libertad del otro e impiden su autonomía. Porque lo que sucede en el común de los casos es que la persona, paradójicamente, (¡ya estoy usando yo la palabra!), en vez de rechazar la comunicación misma, no aceptar el dilema y hacer que no le afecte, se somete. El efecto habitual es la de provocar la actitud propia de todo régimen autoritario: obedecer en forma literal y abstenerse de pensar.
En síntesis: las paradojas pragmáticas son uno de los caminos más seguros en el arte de amargarle la vida a los otros. O a nuestro terapeuta, cuando le decimos “Esta terapia no me ayuda” siendo así que justamente ésta consiste en aprender a ayudarse a uno mismo. O a nosotros mismos, con expresiones como” Por qué no seré más inteligente”. Por lo menos, sería bueno no llegar al extremo de plantearle paradojas pragmáticas a Dios, como lo hacía un amigo mío: ¿ Por qué Dios no hace que yo quiera ser más bueno? Asimismo, las paradojas pragmáticas suelen crear una situación que los especialistas en
psicopatología han llamado de doble vínculo y cuyas consecuencias son
esquizofrenizantes, es decir: gravemente perturbadoras para la mente del que las soporta.
Esta cuestión de los efectos de la paradoja en la interacción humana fueron volcados al campo de la psicoterapia por Bateson y otros en 1956. El núcleo de su pensamiento puede ser sintetizado diciendo que determinado tipo de experiencia interpersonal (el doble vínculo mencionado) puede mostrarse tan perturbadora para la mente allí involucrada que puede provocar conductas propias de la patología esquizofrénica. Es decir: dos o más personas participan de una relación de intensa significación para alguna de ellas (de supervivencia física o psicológica), como pueden ser: relación padres e hijos, enfermedad, cautiverio, credo o causa ideológica, política o religiosa; y
allí se emite un mensaje que afirma algo, y luego se afirma algo de esa afirmación, pero ambas afirmaciones son mutuamente excluyentes Y para peor: se impide que el receptor se salga del marco establecido. Si este tipo de relación se instala como duradera y como marco habitual de interacción, las situaciones se convierten en callejones sin salida y su efecto patológico es devastador. Si una madre le reclama al hijo: “Quiero que quieras estudiar, puede que llegue a desembocar, si fuera coherente con su exigencia, en la
absurda situación de castigarlo porque estudia ¡ pero no con ganas!..
Tenemos que señalar también que el doble vínculo provoca una mutualidad que lorefuerza y lo convierte en círculo diabólico. Así, en la persecución política, aunque parezca que todo el poder está en manos de uno y el otro está totalmente desvalido, hay un pacto masoquista consistente en que, al final, el torturador quede tan humillado como su víctima: el sádico se convierte en masoquista al prestarse a realizar una acción tan denigrante.
Lo notorio es que esa misma comunicación paradójica ha sido utilizada en ocasiones como medio de curación psicoterapéutica. Utilizando el concepto de similia similibus curantur, se ha descubierto que lo que ha enfermado a una persona puede servir para sanarla. De modo que el síntoma, que el paciente considera que no puede evitar, se le prescribe, y por tanto se lo hace obligatorio. Si obedece, se hace patente que puede tener control sobre él. Y si no obedece, el síntoma desaparece.
Un buen ejemplo de la índole paradójica de las relaciones humanas usada para curación, fue el caso de una mujer enviada a un psiquiatra aquejada por cefaleas persistentes e incapacitantes, luego de una lesión por accidente. Nada de los exhaustivos exámenes médicos indicaba algo que pudiera explicar las cefaleas. Numerosos médicos habían fracasado en el tratamiento, de modo que el psiquiatra previó que cualquier sugerencia acerca de que la psicoterapia podría ayudarla sólo lograría reiterar el fracaso. En consecuencia, le comunicó que en vista de los resultados de los análisis y de los tratamientos, su estado era irreversible, y lo único que él podía hacer era ayudarla a aprender a vivir con el dolor. La paciente, interiormente enojada, preguntó si era sólo eso lo que la psiquiatría podía ofrecerle. El psiquiatra le reiteró que debía resignarse a la realidad. Cuando la paciente volvió a la semana, refirió que había sufrido mucho menos de cefaleas. Entonces, el médico se mostró preocupado, y se criticó de no haberle advertido de la posibilidad de una mejoría temporaria y subjetiva, y expresó temor de
que el dolor volviera con la misma intensidad, y ella sufriera una mayor frustración a causa de una esperanza equivocada.
La terapia continuó y el médico siempre se mostró escéptico de serle útil, pues “el estado era irreversible”... mientras ella se irritaba y decía que se sentía mejor. En síntesis: la paciente abandonó el tratamiento muy mejorada.
Resulta curioso y hasta divertido observar cómo aun la técnica psicoanalítica misma, en apariencia tan deseosa de esclarecimiento, puede tornarse paradójica. Es el caso en que, si el paciente dice que no mejora, se le responde que eso se debe a su resistencia (pero que es útil, pues ofrece una oportunidad para analizar su problema), y si dice que mejora e le interpreta que intenta resistirse huyendo hacia la salud antes de haber analizado su
problema. De modo que parece que fue certero Sachs (un discípulo de Freud) cuando dijo (¡otra paradoja!) que “un análisis termina cuando el paciente comprende que podría seguirlo eternamente”.
Finalmente, aquí podemos agregar que las falsas paradojas son peligrosas, por la posibilidad que entrañan de que se las crea. Clara muestra de ello es que el creer válida la paradoja de que “cuando parecen pelearse se están procreando” ha llevado a los peronistas por un camino a todas vistas equivocado.
Paradojas existenciales:
Pero son las que llamaré paradojas existenciales las que más nos interesan.
Y comenzaremos postulando el principio de que la paradoja pone a prueba la
congruencia de nuestros sistemas lógicos y, a la vez, esclarece la significación de las conductas, tanto de la vida individual como del acontecer histórico, ya que ningún sistema racional es suficiente para descifrar el sentido del devenir de la existencia.
Todo el psicoanálisis está mostrando de continuo la persistente inclinación humana a ignorar los motivos inconcientes de nuestras conductas, por lo cual tropezamos con actos reflejos que sorprenden a nuestra mente conciente, en una perpetua dialéctica entre niveles conciente e inconciente.
Así, mientras toda la ciencia del modernismo se basó en una concepción determinista causal, y se guió por el principio de que dadas las mismas condiciones se darán los mismos efectos, la realidad nos muestra que los hechos son irrepetibles y que la Historia comienza cada día.
De modo similar, podemos decir que mientras la ciencia es eminentemente racional, el rasgo esencial de la concepción religiosa es su carácter paradojal. El camino del creyente aparece definido por la absoluta convicción de que la “razonabilidad “ humana no es sino incongruencia, y que la búsqueda de la Verdad reclama otra dirección. Toda religión encierra un mensaje paradójico central: cuanto más dependiente se reconoce la criatura, más puede Dios mostrar su poder. O como el pensamiento simple de nuestras abuelas expresaba la realidad paradojal: “Dios escribe derecho con líneas torcidas”.
Toda historia religiosa no es más que una continua colisión entre el proyecto humano y el plan divino. El relato bíblico es un muestrario de permanentes actitudes de un Dios definidamente paradojal. De un Dios que decide generar un pueblo que será su pueblo y que llegará a ser más numeroso que las estrellas del cielo y las arenas del mar.(Gen. 15,5). y como padre de esa progenie elige a Abraham, un anciano entrado en años y a su mujer cuyos
períodos ya habían cesado.(Gen.18,11)
Y es el Dios que como Mesías y Redentor hace su marcha inaugural e ingresa a Jerusalén no como un Emperador, en un carro triunfal, ceñido con espada y coronado de laurel, sino montado en un asno (Luc. 19, 25) . Y cuyo signo glorioso futuro será la Cruz con la que se condenaba a los malhechores (la Escritura declaraba “maldito de Dios “ al que era crucificado, en Deut, 21, 26), paradoja que San Pablo califica como “la locura de la Cruz”. Y ésta consiste, según él, en que “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los
hombres. (I Cor. 1,18-28).
Y si el Sermón de la Montaña constituye la síntesis del mensaje evangélico, sus Bienaventuranzas no son sino un catálogo de paradojas (Mat.5,1-12): “Felices los pacientes, porque recibirán la tierra por herencia” ” Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”...” Felices los que trabajan por la paz...” “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia...” etc.
De igual modo, mil trescientos años después, toda la obra de Francisco de Asís no es sino un collar de paradojas equivalentes, condensadas en aquella Oración que se le atribuye: “...que yo no busque tanto ser consolado, como consolar, ser comprendido como comprender....porque es dando como uno recibe...”.
Y en nuestros días, desde otra cultura y otra tradición, la no violencia gandhiana se ha constituido en la gran paradoja del siglo XX: la de un hombre del que W Churchill lamentablemente se burló diciendo que era “un fakir medio desnudo” pero del cual afortunadamente A. Einstein llegó a decir: “las generaciones venideras apenas podrán creer que una persona así haya existido en carne y hueso sobre la Tierra”. Un hombre, religioso y político, que con el formidable poder de la resistencia pacífica logró la independencia de una nación de 500 millones de habitantes.
Paradojas políticas:
Pero la índole paradojal no es exclusiva de una fe religiosa. Es también el signo peculiar de todo ideario político genuino.
Veamos por qué. A fines del siglo XIX, los filósofos terminaron por clasificar a las ciencias dividiéndolas en dos categorías, que llamaron Ciencias de la Naturaleza y Ciencias del Espíritu.
A las Ciencias de la Naturaleza pertenecen las ciencias físicomatemáticas, y su método esencial es la explicación, o sea: el conocimiento de los fenómenos por sus causas, dentro de una concepción racional-determinista. Las Ciencias del Espíritu, en cambio, son las ciencias de la conducta humana y su instrumento es la comprensión ( o captación de sentido).
Las acciones humanas están sujetas a la espontaneidad y la motivación: están “motivadas” pero no son reducibles a “causas”. Podemos determinar previamente la hora de la salida del sol y el recorrido de la órbita terrestre, pero no con toda seguridad, cómo actuará una persona en uso de su autonomía mental. Ante una misma situación, el ser humano puede reaccionar de maneras diversas.
La idea de la ciencia racionalista moderna de que “dadas las mismas circunstancias, se producirán los mismos efectos” no resulta válida para aplicarla a la existencia humana. Cada situación es irrepetible, y las múltiples motivaciones concurrentes en una conducta se conjugan en una unión inextricable, cuyo conocimiento exhaustivo no podemos alcanzar y resulta impredecible.
Por tal motivo, la Política, en cuanto “la ciencia de volver a empezar”, resulta
necesariamente paradójica para el pensamiento racionalista, a la vez que éste se muestra absolutamente insuficiente para lograr la comprensión de la actividad política. El error fatal del economicismo fue el haber concebido a la economía como una ciencia explicativa y caído en un determinismo grosero, siendo así que su objeto es la actividad humana y, por tanto, resulta menos predictiva, como lo muestran los hechos, que la misma meteorología.
Aquí tenemos, pues, un pensamiento racional, sujeto a las leyes de la lógica formal, que explica realidades a la luz del determinismo; y, por otro lado, un pensamiento intuitivo – comprensivo, orientado a la búsqueda del sentido. De modo que el pensamiento lógico, según dijimos antes, se nos muestra insuficiente para dar razón de las significaciones de la existencia humana.
Lo más propio de una sana acción política es la capacidad de decisión paradójica, que consiste en atreverse a buscar, cuando se requiera, un efecto por la vía contraria a la que el “sentido común” aconsejaría. Pero la creatividad, la convicción y el coraje es virtud de pocos.
De todos modos, la experiencia política está siempre jalonada por episodios
paradójicos. Y habitualmente los grandes políticos han utilizado estrategias que implicaron decisiones de esa índole. Porque el verdadero político intuye los caminos que la miopía de las mentalidades vulgares no alcanza a percibir.
Dice la tradición que allá en Oriente, en el siglo VI a.c., Siddhartha Gautama recibió la Iluminación y, convertido en Buda, decidió una vida de mendigo y comenzó a transmitir su doctrina. Sus medios fueron la oración y la predicación (enseñanza, más bien que “proselitismo”). Lo cierto es que su influencia se expandió por varios continentes y llega hasta nuestros días.
Por otro lado, en Galilea, un rincón perdido del entonces Imperio Romano, un oscuro carpintero comienza un “llamado a los pobres”, pero no los incita a la rebelión armada sino al “amor al prójimo”. La consecuencia: hoy no existe en Occidente un lugar que no tenga algún signo cristiano.
Además, hace 8oo años, en el centro de Italia, un joven romántico se despoja de sus ropas en la plaza del pueblo y ante las autoridades, renuncia a su filiación, abraza la pobreza y se convierte en fraile mendicante. Quince años después, la Orden que él fundara tenía 72 provincias esparcidas por todo el mundo. Y su influencia en toda la cultura de Occidente hoy perdura.
Y en nuestros días, Ghandi, armado solamente con su palabra y su rueca, derrota al Imperio invasor de la India y sacude el yugo centenario que pesaba sobre 500 millones de personas.
Y ¿qué ha pasado entre nosotros? Es un hecho significativo que los dos grandes movimientos nacionales de la Historia Argentina hayann tenido un comienzo, más que incierto, paradójico.
Hipólito Yrigoyen, todo él, ha sido una figura paradójica. Líder de multitudes a la vez que introvertido hasta el punto de que lo llamaran “el Peludo” por estar supuestamente todo el tiempo “metido en su cueva”, asumió una política de Intransigencia como oposición al Régimen (“falaz y descreído”, en lenguaje de la época), que con su Concordancia había establecido el fraude electoral, para alternarse en el poder los diferentes sectores conservadores. A través de 35 años de lucha, con participación en las intentonas fracasadas de 1893 y 1905, declara la abstención revolucionaria hasta que en su defensa de los derechos democráticos consigue la sanción de la ley Sáenz Peña del voto universal (*), secreto y obligatorio y accede a la Presidencia en 1916. Esto parecía
imposible, a luz de la fuerza que tenía en esa época el poder constituido: oligarquías políticas, económicas y culturales vigentes desde la Colonia.
En lo que hace a Perón, los días anteriores al 17 de octubre, los adversarios creían que estaba perdido y él mismo, desde Martín García, le escribía a Mercante: “En cuanto me den el retiro me caso y me voy al diablo”. Y antes de las elecciones, un político le decía: “Usted no puede ganar... para ganar elecciones hacen falta: organización y dinero. Y usted no tiene ni lo uno ni lo otro”.
Ya Mercante había dicho en un plenario sindical: “Estamos muy lejos del triunfo. No disponemos de medios para contrarrestar la acción de los enemigos, que tienen diarios, dinero, partidos organizados...”.
“Universal” masculino, porque las mujeres todavía quedan excluidas. Y era cierto que, en la apariencia al menos, las condiciones económicas del peronismo eran inferiores a las del adversario. La Unión Democrática cubría el país con folletos y carteles bien presentados... mientras los peronistas usaban tiza y carbón para expresarse en las paredes. La situación se le hizo muy difícil. Perón tenía en contra a la diplomacia extranjera, al aparato político nacional y a las fuerzas del poder económico... A la vez, sus propias
fuerzas parecían en estado de disgregación...
Pero allí Perón mostró su garra: contraatacó... y presentó una disyuntiva con la que definió la campaña. Fue un planteo sintético, hábil y concluyente: o Braden o Perón... Los opositores a Perón cometieron grandes errores. Tal vez el principal fue negarse a ver la realidad: sus prejuicios los llevaron a subestimar a “ese Coronel puesto a político”. El peso electoral de sus fuerzas políticas parecía imbatible: allí estaba la “gloriosa” U.C.R., el prestigio luchador del Partido Socialista, la combatividad del Partido Comunista... Para ellos, sólo bastaba que hubiera comicios libres para lograr una victoria descontada. Pero la realidad fue otra. 45 días después de los comicios, se
mostró concluyente: Perón: 1.470.000. Tamborini: 1.210.000 (55% contra 45%).
Así también, diez años después, en 1955, el Gral. Lonardi, al frente de la Revolución contra Perón, el 19 de Septiembre estaba en una situación absolutamente desesperada, sin refuerzos y con tropas leales al Gobierno avanzando contra él por todos los flancos. Pero la trayectoria ejemplar del Jefe Revolucionario y su decisión de luchar hasta morir hizo que progresivamente quienes fueran sus alumnos se mostraran remisos para
reprimirlo. Sólo dos días después, triunfaba la revolución y Perón se exiliaba en una cañonera.
Consideraciones finales:
El conflicto es un fenómeno inherente a la condición humana. De modo que las personas, las familias y las sociedades sanas no son las que no tienen conflictos, ya que éstos son inevitables, sino las que son capaces de resolverlos constructivamente. Los conflictos se originan con ocasión del cambio y de las resistencias al cambio. El racionalismo quiere esencias fijas, pero la vida es cambio. Por eso, la realidad se entiende a través del pensamiento paradójico más que con el pensamiento lógico. Son dos concepciones distintas, la de la razón y la del pensamiento paradójico. Verdad
que la tradición bíblica expresa de este modo: “Mis caminos no son vuestros caminos, mis pensamientos no son vuestros pensamientos.”
Cada tiempo tiene sus conflictos específicos. Y por tanto, cada período histórico tiene sus cuestiones paradójicas propias.
La paradoja de la época actual consiste en que, cuanto más se profundice el actual sistema, la magnitud de sus consecuencias hará más rápida su disolución. Porque todo régimen opresor, de cualquier signo que sea, lleva en sí mismo la semilla de su destrucción.
“La crisis del pensamiento económico convencional abre una “oportunidad” para que, en la búsqueda de un pensamiento más comprensivo e integral de desarrollo, se incorporen en plena legitimidad sus dimensiones culturales” (Bernardo Kliksberg). Es decir: se empiece a considerar el desarrollo económico como desarrollo humano que atienda a las necesidades sociales y culturales.
La gran paradoja de los próximos años será que, como en la historia de David y Goliat, el potencial de las fuerzas vivas, aparentemente silencioso y menospreciado hasta ahora por el Modelo globalizador, hará eclosión y se impondrá sobre el sistema hegemónico vigente, configurando un orden social y político más equitativo. Aunque los medios, por influencia del poder hegemónico, no se hacen eco del fenómeno, la realidad es que el potencial del voluntariado es formidable. En 2001, el 23 % de la población argentina estaba involucrada en trabajos voluntarios. Cáritas cuenta con 60.000 voluntarios, la comunidad judía con 10.000. Las ONG como Red Solidaria y otras, son innumerables. De modo que, sumados el voluntariado, las
ONG, las fuerzas políticas legítimamente democráticas, las sindicales honestas, etc...todo ello constituye el capital social de la Nación, cuya vitalidad no podrá ser sofocada.
El ser humano, como esencialmente animal político, no puede eximirse de la
participación política sin atrofiar su condición humana. Y la comprensión de la vida política no es posible a través de una perspectiva racionalista, sino paradójica. Por eso la tradición cultural milenaria está sembrada de paradojas cuando trata de iluminar el camino de la vida política. Desde David que proclama: “El Señor da la victoria sin espada ni lanza” (I Sam. 18,47) hasta San Pablo escribiendo”Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para confundir a los sabios, lo que el mundo tiene por débil para confundir a los fuertes” (I Cor. 1, 27-28).
De todo lo cual, surge la verdad irrefutable: La paz y la no violencia son más fuertes que las armas. La acción política tiene algo de fascinante, encerrado en una cierta paradoja: las utopías de hoy serán las realidades de mañana. Pero esta se inscribe dentro de otra paradoja: la significación no está dada por la llegada, no por el camino. No está en la paz, en la justicia o en la democracia logradas, sino en la búsqueda de las mismas. Se trata de la
“búsqueda del tesoro”, pero aquí el tesoro consiste precisamente en la acción de buscarlo.
Todo eso, a su vez, se encuadra dentro de la Gran Paradoja: el sentido de la vida está en la búsqueda de su sentido. No nos ha sido dada la esencia, sino la existencia.
Hugo Polcan
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