Los tiranos procuran por todos los medios que las gentes se mantengan en un nivel cultural bajo, para que su poder de discernimiento sea mínimo y resulten fácilmente manipulables. "En sociedades y estados autoritarios -escribe B. Häring-se orienta todo el proceso de la educación a obtener ciudadanos dóciles y fáciles de manipular, y se evita o reprime todo lo que puede suscitar un espíritu crítico".
También en los regímenes democráticos, el que desea vencer sin convencer suele encauzar los planes y métodos de estudio en forma tal que no se fomente el poder de discernimiento, la sensibilidad para los grandes valores, el entusiasmo creativo, el afán de realizar tareas relevantes. Con el pretexto de "desdramatizar" los problemas, se banaliza la vida humana. Bajo capa de liberalismo -mal entendido-, se lanza a las gentes al cultivo de las experiencias de vértigo que enceguecen para lo valioso y amenguan la libertad para la creatividad.
El afanoso de poder suele proclamar su interés por la cultura, pero se trata de una cultura que tiende a dominar, no a crear unidad. De ahí el fomento de las ciencias en detrimento de las humanidades, y, lo que es peor, el interés por orientar la potencia creadora del hombre, sobre todo de los jóvenes, hacia modos infraculturales de actividad, infraculturales por no creativos.
Este tipo de manipulación educativa opera en vinculación soterrada con la manipulación ideológica. Como es sabido, el escritor italiano Antonio Gramsci elaboró toda una táctica para lograr el poder político a través del dominio cultural. Este dominio intenta alcanzarlo a través de un proceso en el cual las ideas y los sentimientos de los intelectuales son asumidos por el pueblo y se convierten en una fuente de energía revolucionaria. "Cuando se consigue -escribeintroducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se termina por introducir también esta concepción, es decir, se determina una reforma filosófica total".
Queda aquí patente que la difusión de ciertos criterios éticos o bien el fomento de una actitud de indiferencia ante toda posición ética no se reduce a una cuestión "práctica"; tiene un alcance "teórico" que afecta al modo de orientarnos en la existencia. También, a la inversa, las ideas -según Gramsci- han de ser convertidas en impulsos para un tipo determinado de acción. De ahí la necesidad de otorgar a las gentes una amplia formación intelectual que les permita asumir de modo activo las metas sociopolíticas que se les propongan.
"Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos, significa también -y especialmente -difundir críticamente erdades ya descubiertas, socializarlas -por así decir-y, por consiguiente, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de oordinación y de orden intelectual y moral. Llevar a una masa de hombres a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo es un hecho filosófico mucho más importante y original que el descubrimiento por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos intelectuales".
Enseñar al pueblo a pensar con rigor es, efectivamente, una tarea de primer rango, que exige vivir las cuestiones básicas hasta el fondo y exponerlas con fuerza imaginativa de tal modo que los demás se adentren asimismo en ellas y las comprendan por dentro. Ahora bien. Esta labor no debe realizarse con el fin de adquirir poder y dominio sobre el pueblo, sino de conferirle una verdadera libertad interior. La educación de las personas no ha de constituir nunca y bajo ningún pretexto, por noble que parezca, un recurso estratégico para conseguir un fin ajeno a ellas. Debe ser la puesta en marcha de la personalidad de cada ser humano, que es un fin en sí mismo y no un medio, como bien destacó el filósofo Immanuel Kant.
En este momento cobra especial vigencia la siguiente observación de Gabriel Marcel, uno de los pensadores contemporáneos más preocupados por el destino del hombre: "Probablemente, de lo que el mundo actual tiene mayor necesidad es de educadores. Desde mi punto de vista, ese problema de los educadores es el más importante, y aquí es donde la reflexión filosófica debe ser puesta a contribución".
Es urgente aplicar los resultados de una investigación filosófica penetrante al quehacer formativo. Con esta aplicación lograremos evitar que el proceso educativo sea puesto al servicio de los demagogos, como suele suceder según B. Haering: "La educación es la plaza de mercado al que concurren las diferentes ideologías y aquellos que ponen su esperanza principalmente en manipular a otros".
Alfonso López Quintás
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