Es una táctica retorica que consiste en despistar, es decir distraer la atención del oponente y del auditorio hacia un asunto colateral para disimular la debilidad de la propia posición. Por ejemplo:
¿No está usted de acuerdo con el procesamiento de Pinochet? ¿Es que no le importan las cuatro mil víctimas mortales, ni el dolor de sus familias?
Parecía un debate jurídico o político y, de repente, sin discutirlo, se ha transformado en una inquisición personal. El salto ha sido tan imperceptible que el público lo sigue con naturalidad. Además se han repartido los papeles de manera que a un lado quedan el promotor de la falacia y el público; al otro, un sospechoso (no en balde, se ha utilizado como pista falsa una falacia del Muñeco de paja).
Esto se produce en cualquier conversación de una manera tan inconsciente que impide considerarlo falaz. Cuando se habla por pasar el rato es habitual mariposear por los asuntos; nadie se molesta en racionalizar las charlas intranscendentes. Otra cosa es que quien debe justificar en serio una tesis pretenda eludir su obligación con la maniobra descrita.
— Es preciso resolver el problema de los barrios marginales.
—En eso estamos de acuerdo, pero lo que usted propone ya se ha ensayado sin éxito, cuesta demasiado y nos obligaría a renunciar a los programas que están en marcha.
- A usted lo que le ocurre es que ni entiende el problema ni le preocupa la situación de la infancia marginada, ni la de los jóvenes hundidos en la droga...
Ni una palabra sobre la propuesta que se discutía o las tres objeciones que se plantean.
La pista falsa, como decimos, debe ser colateral a la cuestión, porque ha de estar relacionada con ella aunque sea indirectamente. De otro modo el auditorio no aceptará la fuga. Estaríamos ante una simple elusión del asunto. Si se está discutiendo sobre la clonación de animales uno puede desviarse por la rama de el hambre en el mundo sin que se note demasiado la trampa. No cabría, por ejemplo, ponerse a considerar el peso de las multinacionales farmacéuticas en la economía mundial, o las inversiones del Vaticano en los laboratorios de investigación, porque son saltos descarados. Más que irse por las ramas parece que cambian de árbol.
Además de colateral, es importante que el asunto despierte emociones. El público rara vez se involucra con los argumentos de un debate, pero lo hace siempre con las emociones. Toma partido enseguida por aquel orador que expresa los sentimientos comunes. De este modo se divide la concurrencia: el tramposo y los oyentes se sitúan en el lado de los buenos frente a un incauto que se ha dejado distraer y comienza a parecer sospechoso.
- ¿No va a votar usted en contra del aborto? ¿Es que no le importan los niños que morirán sin ver la luz, sin que se respete, como se le respetó a usted, el derecho a vivir, a estar aquí?
Quien explote la situación adecuadamente, puede lograr lo que con cualquier apelación a las emociones: que el público no sólo simpatice, sino que llore; no sólo que olvide lo que se discutía, sino que deje de interesarle aunque se le recuerde. Ocurre como con aquellos abogados que describía Swift:
- Cuando defienden una causa, evitan tenazmente entrar en el fondo, pero se muestran vocingleros, violentos y prolijos al examinar todo aquello que es ajeno al asunto.
Esta falacia produce un dialogo de sordos en el que no existe ninguna posibilidad de entendimiento, porque ni siquiera se sabe cuál es la postura de los contendientes, ni qué es lo que se quiere demostrar. El único resultado claro es que la cuestión se elude, que el auditorio pierde el rumbo y que, si quien la cultiva es hábil, puede dar la impresión de que domina el debate.
En términos coloquiales solemos llamar a esta maniobra Cambio de agujas, en clara imagen ferroviaria: hablamos de desviar la cuestión. Los británicos, amantes del deporte y del juego limpio, la llaman Arenque ahumado, porque antes de iniciar la caza del zorro se pasa un arenque sobre las pistas del animalito para confundir a los perros.
Ricardo García
0 comentarios:
Publicar un comentario