La práctica del ilusionismo mental a través del lenguaje -y de las imágenes, que son de por sí expresivas, por tanto elocuentes- desorienta espiritualmente a las gentes, les quita capacidad de pensar por propia cuenta y de modo riguroso, amengua su sensibilidad para los grandes valores, las incapacita en buena medida para actuar en virtud de criterios internos bien sopesados y sentimientos nobles, las deja inermes ante la vida, entregadas a un estado de gregarismo e infantilismo.
La práctica de la manipulación altera la salud espiritual de personas y grupos. ¿Poseen éstos defensas naturales contra ese virus invasor? ¿Cabe poner en juego un antídoto contra la manipulación demagógica? Actualmente, no podemos reducir el alcance de los medios de comunicación o someterlos a un control eficaz de calidad. La única defensa frente al uso manipulador de los mismos consiste en adquirir una formación adecuada. Tal formación abarca tres puntos básicos:
1- Estar alerta, conocer los recursos arteros del manipulador.
2- Aprender a pensar con rigor y tener agilidad de mente para exigirlo a los demás.
3- Ejercitar la creatividad en todos los órdenes.
El que conoce los "trucos" del ilusionista-manipulador amengua el peligro de caer en la red de sus juegos de conceptos. Si, además, sabe pensar con rigor y utilizar debidamente el lenguaje, está bien dispuesto para descubrir los fallos tácticos que comete el manipulador para tergiversarlo todo a su arbitrio. Al vivir creativamente, comprende por dentro el sentido preciso de los acontecimientos humanos. El que es fiel a una promesa sabe por experiencia que la fidelidad no se reduce a mero aguante, y tiene cierta garantía de no ser seducido por el manipulador que, al verlo en un momento difícil, le sugiera que no aguante, que rompa los vínculos establecidos y busque libremente su felicidad. "En efecto -podrá reargüirle-, no estoy destinado a aguantar, sino a algo superior: a ser fiel, porque la fidelidad es una actitud creadora; debo crear en cada momento lo que en un determinado momento he prometido crear".
El conocimiento de los ardides del manipulador es el medio más eficaz para defenderse de sus insidias. A ellos se refiere M. Ende al hablar de los "hombres grises":
"Los hombres grises sólo pueden hacer su oscuro negocio si nadie los reconoce (...). ¡Lo único que tenemos que hacer es cuidar de que resulten visibles! Porque el que los ha reconocido una vez los recuerda, y el que los recuerda los reconoce en seguida. De modo que no pueden hacernos nada: seremos inatacables". "El cree (...) que los hombres grises consideran un enemigo a todo aquel que conoce su secreto, por lo que lo perseguirán. Pero yo estoy seguro de que es exactamente al revés, que todo aquel que conoce su secreto está inmunizado contra ellos y ya no le pueden hacer nada"[6].
En nuestros días se está movilizando un recurso tan eficaz como siniestro para neutralizar la eficacia del antídoto contra la manipulación. Se trata de la confusión deliberada de las experiencias de vértigo o fascinación y las de creatividad o encuentro.
1. El proceso de vértigo o fascinación: Si adopto en la vida una actitud egoísta, intento dominar cuanto me agrada para ponerlo a mi servicio, como fuente de sensaciones placenteras. Figurémonos que me hallo ante una persona que, por sus excelentes cualidades, me encandila. Encandilar significa dar luz, pero también cegar. Me deslumbra el agrado de las cualidades de dicha persona, y ese deslumbramiento me impide tener en cuenta que se trata de una persona y no de un mero haz de cualidades atractivas. No la estimo en cuanto persona, con todo lo que implica -capacidad de desear, proyectar, crear relaciones...-; me fijo exclusivamente en el provecho que puedo sacar del trato con ella. Esa mirada fija y exclusiva constituye una forma de fascinación o arrastre.
Este apego fascinado a lo que enardece mis instintos me produce un sentimiento de euforia, una exaltación súbita, superficial y pasajera, como una llamarada de hojarasca. Tal exaltación se convierte en una decepción deprimente al advertir que, por haber reducido dicha persona a objeto de complacencia, no puedo encontrarme con ella, pues el encuentro exige respeto mutuo, trato en condiciones de cierta igualdad.
Al no encontrarme, freno mi desarrollo personal, que tiene lugar a través del encuentro. Ese bloqueo, aunque sea parcial, me causa tristeza, sentimiento que surge al sentir que me he alejado de mi meta -que es crear unidad con los seres del entorno- y me estoy vaciando de mí mismo, de lo que tendría que llegar a ser a través de mi encuentro con cuanto me realiza como persona.
Si dejo de encontrarme un día y otro, dicho vacío se torna abismal, y, al asomarme a él, soy presa de esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. La angustia acontece cuando nos vemos amenazados por todas partes y peligra nuestra subsistencia.
En caso de que sea incapaz de cambiar mi actitud egoísta inicial y siga sin poder crear relaciones auténticas de encuentro, la angustia da lugar a la desesperación, la conciencia amarga de que he cerrado todas las puertas hacia la realización de mí mismo. Estoy bordeando mi destrucción como persona, pero no puedo volver atrás. Pronto acabo sumido en una soledad de aislamiento, que me asfixia y destruye como ser personal que debe crecer fundando vida de comunidad.
Sobrevolemos lo dicho: Al principio, el proceso de vértigo no nos exige nada, nos halaga prometiéndonos una plenitud inmediata, y al final nos lo quita todo: anula nuestra voluntad de encuentro, nos enceguece para los valores más altos, amengua al máximo nuestra capacidad creadora.
2. El proceso de éxtasis o de encuentro: Si adopto en la vida una actitud de generosidad, reconozco gustosamente que no soy un ser privilegiado al que deban servir todos los seres del entorno. Muchos de éstos son personas y no pueden ser reducidos a medios para mis fines. Si sus cualidades me resultan atractivas, considero este agrado como una invitación, no a poner esa persona a mi servicio, sino a colaborar con ella para realizarnos conjuntamente mediante la oferta mutua de posibilidades de todo orden. Ese intercambio de posibilidades da lugar al encuentro, forma de unión constante y fecunda.
Al encontrarme de este modo, siento alegría por partida doble, pues con ello perfecciono mi ser de persona y colaboro a enriquecer a quien se encuentra conmigo.
Si me encuentro con un ser que me ofrece grandes posibilidades de crecimiento personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría. Entusiasmarse significó para los antiguos griegos estar absorto en lo divino, es decir, en lo perfecto. El entusiasmo se enciende en nosotros cuando acogemos activamente unas posibilidades de actividad creadora tan valiosas que nos elevan a lo mejor de nosotros mismos. Si asumo un poema o una obra musical de alta calidad, desbordo entusiasmo pues participo íntimamente en la creación de una realidad perfecta. Yo configuro esas obras en cuanto me dejo configurar por ellas. Este tipo de experiencias de doble dirección me llevan a la plenitud de mi vida personal. Tal ascenso a lo mejor de uno mismo es denominado de antiguo "éxtasis", salida de sí hacia lo alto.
Al ver que estoy realizando plenamente mi vocación de persona, siento felicidad, es decir, paz interior, amparo, gozo festivo... Toda fiesta procede de un encuentro y es fuente de luz. Las fiestas resplandecen con luz propia. De ahí su carácter simbólico y la función primordial que desempeñan en la vida cultural y religiosa de los pueblos.
En síntesis. El proceso de éxtasis es una marcha hacia la madurez personal que en principio nos exige todo -generosidad, apertura a la colaboración, fidelidad...-, nos promete plenitud personal y, al final, nos la da con creces: incrementa nuestra capacidad creadora de encuentros y de vida comunitaria, afina nuestra sensibilidad para los grandes valores, nos permite realizar nuestra vocación y nuestra misión.
3. La confusión de los procesos de vértigo y de éxtasis: Estos dos procesos son totalmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Hoy, sin embargo, se tiende a confundirlos a fin de proyectar el prestigio secular de las experiencias de éxtasis sobre las de vértigo y ocultar el riesgo que implica entregarse a las distintas formas de fascinación aniquiladora. Con ello se intenta que las gentes, sobre todo los jóvenes, confundan la euforia del vértigo con el entusiasmo del éxtasis, y se rindan al halago de las experiencias que nos prometen todo al principio para privarnos al final de la capacidad creadora de encuentros.
Si caemos en esta artera trampa, no pondremos en juego las dos últimas medidas del antídoto contra la manipulación -pues dejaremos de pensar con rigor y vivir creativamente-, y quedaremos inermes frente a las insidias de los manipuladores.
Contemple atentamente diversos anuncios comerciales. Advertirá que, a menudo, no se indica nada concreto acerca de los objetos presentados. Sencillamente, se pone su figura en contacto con otras que irradian atractivo sensorial y provocan exaltación psicológica. Analice si se habla a su inteligencia y su libertad, o, más bien, se intenta halagar sus apetencias instintivas.
Riial
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