La Agencia Central de Inteligencia (CIA) reveló, a medias, unos 703 documentos clasificados secretos la pasada semana (Julio 07), en un intento por limpiar la imagen de esa organización. Los documentos abarcan un período entre 1960 y 1974 y por supuesto no abarcan todas las actividades de la CIA y en muchos casos, al ser incompletos, desvirtúan la verdad. El jefe de la agencia, general Michael Hayden, aseguró que aquellos “eran unos tiempos muy distintos y una agencia muy distinta”. Mientras el jefe de los espías hacía esta afirmación, el Consejo de la Unión Europea aprobaba por abrumadora mayoría el segundo informe del eurodiputado Dick Marty sobre las cárceles secretas y el transporte ilegal de presuntos terroristas por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Europa.
Como dice el viejo dicho popular, “el diablo pierde el pelo pero no las mañas”. La CIA lejos de abandonar las prácticas de desestabilización de gobiernos, asesinatos de dirigentes extranjeros, secuestros, golpes de estados, y otras técnicas terroristas, sólo ha abandonado la costumbre de guardar documentos y ha asumido la técnica de contratar a terceros para realizar las actividades que las leyes le tienen prohibido. Pese a los innumerables fracasos de sus actividades secretas, todavía sigue prestando servicios al complejo militar industrial que domina la administración de los Estados Unidos.
En primer lugar coresponde la explicación de que los documentos desclasificados no son todos los documentos existentes, y en segundo lugar, que no todas las operaciones de la CIA están incluídas en documentos archivados, y que lo poco desclasificado no corresponde siempre a toda la verdad. Para citar un sólo caso, según estos documentos, el cubano que intentó envenar a Fidel Castro, Juan Orta, aparece como un funcionario descontento y que luego se acobardó, cuando en realidad, estaba al servicio de la CIA desde 1953 cuando vivía en Santo Domingo, según documentos cubanos reveladados antes de esta desclasificación de la CIA, en el libro "Girón, preludio de la invasión, el rostro oculto de la CIA" de Manuel Hevia Frasquieri y Andrés Zaldivar Diéguez, Director e Investigador, respectivamente, del Centro de Historia de la Seguridad del Estado de Cuba.
Muchas de las actividades secretas de la CIA se han revelado en otros países y por declaraciones de sus agentes o contratados. A mediados de los 70 estos documentos revelados ahora, fueron objeto de estudios de tres órganos encargados de investigar los abusos cometidos por el servicio de inteligencia norteamericano: la Comisión Rockefeller creada por el presidente Ford, el Comité del senador F. Church y el Comité de la Cámara de Representantes del Congreso.
Estas investigaciones reconocieron el complot para asesinar a Fidel Castro con la colocación de conchas marinas explosivas en un área donde Fidel acostumbraba a bucear, y los intentos por impregnar a un traje de buceo de Fidel, en 1963, de un hongo que le provocaría una enfermedad incurable en la piel, y también un intento por contaminar la boquilla de la careta de goma que sería regalada a Fidel, con un bacilo de la tuberculosis. Todos intentos planeados después de Girón.
Los orígenes y objetivos de la CIA están determinando que su modo de accionar continúe siendo el mismo. El primer jefe de la CIA, Dulles, antes de fundar la agencia, negociaba en Suiza con los altos mandos nazis como terminar la guerra entre ellos y apuntar los cañones contra la Unión Soviética. Su primer “éxito” latinoamericano fue el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, y su primer fracaso importante, la derrota en la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba en 1961.
Desde entonces ha sido escuela para el terrorismo de Estado, desde el entrenamiento de torturadores, asesinato de opositores, golpes de Estado y masacres, como la organizada en Vietnam mediante la operación “Fenix” donde “desaparecieron 20.000 simpatizantes del vietcong en Saigón.
Reconocen intentar asesinar a Fidel
Los guerrilleros apenas habían bajado a La Habana, y el mundo aplaudía aún la derrota de la tiranía de Batista, y la la CIA estaba organizando asesinar al líder revolucionario. Todavía faltaba para la declaración del caracter socialista de la Revolución, y ya la CIA se vinculaba a la mafia que su gobierno supuestamente combatía, para confabularse y asesinar a Fdel.
Según uno de los memorandos, el funcionario de la CIA Richard Bisell contactó en agosto de 1960 al coronel Sheffield Edwards, para determinar si la Oficina de Seguridad de la Agencia disponía de alguien que pudiera asesorar en una misión delicada "de tipo gansteril". Robert Maheu, una fuente segura de la Oficina de Seguridad, sugirió el nombre de Johnny Roselli, un miembro de la mafia.
Fue el propio Maheu quien se encargó de hacer la propuesta a Roselli el 14 de septiembre de 1960 en el hotel Hilton Plaza de Nueva York, con la leyenda de que trabajaba para varias empresas internacionales, supuestamente afectadas por las medidas de la naciente Revolución cubana.
El plan contemplaba hacer creer al mafioso que "el gobierno de Estados Unidos no estaba, ni debería estar al tanto de la operación". Los presuntos ejecutivos de las compañías pagarían 150 mil dólares (equivalentes a un millón de dólares de hoy) para terminar con la vida de Fidel Castro, comentó Maheu a Roselli, según el texto.
En la reunión del Hilton Plaza estuvo presente además James O´Connell, de la Oficina de Seguridad de la CIA, quien fuera presentado como un empleado de Maheu.
Durante la semana del 25 de septiembre se produjo la primera plática entre Maheu, Gold y otro individuo identificado como Joe, quien a la postre resultó ser el conocido mafioso Santos Traficante. Gold, cuya verdadera identidad era Momo Salvatore Giancana, y Traficante, estaban en la lista de los 10 hombres más buscados por el Fiscal General de Estados Unidos, precisa el documento.
"El primero era considerado como el jefe de la Cosa Nostra en Chicago, sucesor de Al Capone, y el segundo jefe de la Cosa Nostra para las operaciones contra Cuba", indica.
Giancana alegó estar en desacuerdo con asesinar a Fidel Castro utilizando armas de fuego, por los problemas que ello pudiera acarrear, y sugirió suministrarle algún tipo de píldora en la bebida o en la comida.
Las pastillas letales fueron entregadas por Traficante al cubano Juan Orta, señalado por él como "un funcionario cubano que había estado recibiendo sobornos de los juegos de azar, que todavía tiene acceso a (Fidel) Castro, y tiene problemas financieros".
Luego de varias semanas de intentos, Orta "se echó atrás y pidió que se le relevara. Propuso a otro candidato, quien hizo varios intentos sin éxito".
Según los documentos, el intento fue “anulado” después de la derrota en Bahía de Cochinos, pero los documentos de la Seguridad del Estado cubana indican que las pastillas con veneno, unas 500, continuaron en poder de contrarrevolucionarios dirigidos por la CIA que intentaron usarlas hasta varios años después.
Claro que los intentos de asesinar al líder de la Revolución Cubana no se detuvieron entonces. Según datos de los servicios de seguridad cubanos, en los últimos 40 años se han llevado a cabo más de 630 complots para matarlo, durante ocho gobiernos estadounidenses. 38 intentos con Dwight Eisenhower, 42 con John Kennedy, 72 con Lyndon Johnson, 184 con Richard Nixon, 64 con James Carter, 197 con Ronald Reagan, 16 con George Bush padre y 21 con William Clinton. Aún no se han contado los intentos que podría haber organizado la actual administración Bush.
La prensa internacional informó en su momento sobre las fallidas tentativas de asesinar al jefe de Estado cubano en la cumbre iberoamericana de Cartagena (Colombia) en 1994, el encuentro iberoamericano en Bariloche (Argentina) en 1995, una reunión similar en la isla venezolana de Margarita en 1997, una visita a República Dominicana en agosto de 1998 y la cumbre de líderes de Iberoamérica en Oporto (Portugal) a fines de ese mismo año, y el intento de Posadas Carriles en noviembre de 2000, de poner una bomba en la Universidad de Panamá para hacerla explotar cuando Fidel dialogara con los estudiantes, durante la X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado.
Violación de la correspondencia
Aunque la CIA no tiene potestades para realizar operaciones en el territorio norteamericano, los documentos desclasificados demuestran que eso no la ha detenido. De 1940 a 1973 en Estados Unidos funcionaron 12 programas de la CIA y el FBI de control de la correspondencia privada.
Un solo programa de la CIA condujo a la apertura de 240 mil paquetes postales y a la creación de la base de datos sobre 1,5 millones de destinatarios. Entre 1953 y 1973, un grupo de contrainteligencia de la entidad revisaba y en algunos casos abría, las cartas que iban o venían de la desaparecida Unión Soviética.
En el aeropuerto John F. Kennedy, en Nueva York, laboró un equipo especial hasta que presumiblemente su actividad fue terminada por el ex director del espionaje William Colby en 1973. Estas actividades, ilegales para la Constitución del país, eran de conocimiento, incluso, del entonces Fiscal General John Mitchell.
Igual tarea fue desarrollada en 1972 en San Francisco por la División de la CIA para el Lejano Oriente con el correo de entrada y salida para la República Popular China.
Muchos estadounidenses pasaron a engrosar las listas de sospechosos por mantener este tipo de comunicación con países considerados por la Casa Blanca como enemigos.
La CIA y la cultura
La CIA no sólo se ha ocupado de atentados y torturas, sino que también ha volcado muchos recursos a la lucha ideológica, mediante el reclutamiento de periodistas, escritores y gente de la cultura en todo el mundo, como demostró en su libro “La CIA y la guerra fría cultural” (editado en 2001) de la investigadora británica Frances Stonor Saunders, o la investigadora argentina María Eugenia Mudrovcic en su libro “Cultura y guerra fría en la década de los 60” que aborda los vínculos de intelectuales latinoamericanos con la agencia.
La investigadora británica aborda la labor de los intelectuales nucleados en torno al Congreso por la Libertad de la Cultura, institución formada, dirigida y financiada por la CIA. Allí aparecen nombres célebres que "recién se enteraron" de la presencia de la CIA cuando el New York Times lo denunció públicamente en 1966. Entre otros Saunders recorre los pasos sinuosos de Isaiah Berlin, Freddie Ayer, André Malraux, Nicolás Nabokov (primo del autor de Lolita), André Gide, Jacques Maritain, T.S.Elliot, Benedetto Croce, Arthur Koestler, Raymond Aron, Salvador de Madariaga y Karl Jaspers.
Y si alguien preguntaba había una respuesta preparada: fundaciones "filantrópicas y humanitarias": Ford, Farfield, Kaplan, Rockefeller o Carnegie, auténticas "tapaderas" de la CIA que el crítico uruguayo Angel Rama denominó "fachadas culturales".
Algunos años antes del libro de Saunders, la investigadora argentina, residente en Estados Unidos, María Eugenia Mudrovcic investiga la actividad de la CIA en el debate cultural en el continente. En su estudio presenta por un lado la labor cultural de Casa de las Américas en Cuba, y de otras revistas latinoamericanas revolucionarios y progresistas, como Marcha (Uruguay), Punto Final (Chile), y otras de Argentina y México. En contrapartida, la CIA financió, a través de la Fundación Ford, la revista Nuevo Mundo que dirigía en París el uruguayo Emir Rodríguez Monegal, heredera de la revista Cuadernos, también financiada por la CIA.
La revista Mundo Nuevo tuvo dos etapas, una en París hasta 1968, y la otra en Argentina bajo la coordinación de Horacio Daniel Rodríguez. Al principio la revista promovía una literatura y una crítica literaria “apolítica” para distanciar a los intelectuales del compromiso con sus pueblos, y después en Argentina promovió un anticomunismo abierto y agresivo.
El debate entre estos dos “frentes”, el revolucionario de Casa de las Américas y el financiado por la CIA, Mundo Nuevo, se reflejó en la correspondencia entre los intelectuales de la época que debatían sobre participar o no en esas publicaciones.
Quizás los detalles más relevadores aparecen el a correspondencia entre Roberto Fernández Retamar (Casa de las Américas) y Emir Rodríguez Monegal, y entre Retamar y Julio Cortázar que se resiste a colaborar con Mundo Nuevo cuando aún la publicación aparecía como “neutra”.
De la lectura de aquella correspondencia puede surgir la impresión de que Rodríguez Monegal era un intelectual “ingenuo” y no se daba cuenta de que detrás de su revista estaba nada menos que la CIA, primero, y la Fundación Ford, después. Incluso, Fernández Retamar, en la carta que le enviara al uruguayo fechada en La Habana el 6 de diciembre de 1965, le dice a éste: “me temo, Emir, que has sido sorprendido en tu buena fe, de la que no tengo por qué dudar”.
Rodríguez Monegal tenía de todo menos inocencia. Se daba perfectamente cuenta de que su tarea de punta de lanza de la iniciativa cultural de los aparatos de inteligencia y financieros norteamericanos podía ser cumplida de manera mucho más eficaz y mejor por una publicación «independiente» y aparentemente «des-politizada» que por otra embanderada abiertamente con las estrellas y las barras.
Ahora no existe el Congreso por la Libertad de la Cultura ni la revista Mundo Nuevo, pero la CIA no ha abandonado su misión. En 1996 lanzó en Madrid la revista Encuentro, dirigida por el cubano Jesús Díaz, con financiamiento de la Fundación Ford y del Fondo Nacional para la Democracia, “organización privada sin fines de lucro” creada en 1983 “para promover la democracia a través del mundo”. Habría que rastrear el financiamiento de otras revistas y editoriales para llegar a la misma conclusión.
ALAI
- Pierde el pelo pero no las mañas
Publicado por
G.A.
en domingo, abril 06, 2008 Etiquetas: Imperialismo
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