- Los estudios científicos

A veces, la investigación científica choca frontalmente con las creencias políticas y religiosas de los principales actores sociales. En otras ocasiones, simplemente, cuestiona lo que es comúnmente aceptado . El neurobiólogo de la Universidad de Stanford Ben A. Barres publicaba en julio de este año un artículo en la prestigiosa revista Nature titulado ¿Importa el género? El comentario venía a colación de unas declaraciones del rector de la Universidad de Harvard, Larry Summers, que el año pasado había asegurado que las diferencias innatas podían explicar por qué hay menos mujeres que hombres en ciertas áreas de la ciencia. Para Barres la diferencia fundamental no se encuentra en un funcionamiento distinto del cerebro, que lo hay, sino en el sexismo imperante en el mundo científico.



El científico que fue mujer

Él mismo recuerda que tuvo que escuchar cómo un colega decía: “Barres ha ofrecido un gran seminario hoy; su trabajo es mejor incluso que el de su hermana”. Lo que este científico desconocía es que una década atrás Ben se llamaba Bárbara. Cuando contaba con 42 años cambió de sexo y gracias a ello ha experimentado en sus propias carnes el trato diferente que la comunidad científica da a los investigadores simplemente por ser mujeres. Según Barres, “quienes no saben que soy un transexual me tratan con mucho más respeto que cuando era mujer”. Nancy Andreasen, una psiquiatra de la Universidad de Iowa, ha comprobado que firmar un artículo con sus iniciales –N. C. Andreasen– hace que sea aceptado con más facilidad que si lo hace con el nombre completo. En 1997, el Swedish Medical Research Council demostró que las mujeres tenían que ser 2,2 veces más productivas que los hombres para acceder a puestos similares.

¿Masculina por naturaleza?

Sin embargo, esto no deja fuera el debate de si existen diferencias innatas entre hombres y mujeres. Steven Pinker, de Harvard, y Peter Lawrence, de Cambridge, afirman que los datos empíricos muestran desigualdades significativas en las habilidades mentales de ambos sexos. Las mujeres, por ejemplo, son mejores en aptitudes verbales y aritméticas mientras que los hombres lo son en visualización espacial y razonamiento matemático: a pesar de que exista un innegable efecto discriminatorio en las mujeres que se dedican a la ciencia, no es la principal razón para su ausencia. En la propia especialidad de Pinker, el desarrollo del lenguaje, el número de mujeres es muy superior al de hombres. ¿Existe una predilección por determinados campos científicos en función de las diferentes aptitudes cognitivas entre hombres y mujeres? ¿La escasez de mujeres en los departamentos de física teórica es debido a sus aptitudes innatas o a la discriminación sexual ejercida desde los tiempos de instituto? El concepto de la tabla rasa –no existen diferencias innatas entre ningún ser humano y si las hay es que son debidas a la educación recibida– es una idea asumida, pero no existen razones de peso para pensar así. Es más, cualquier científico que apunte en la dirección contraria será visto como sexista o racista y sujeto a persecución. Esto sucedió cuando Charles Murray y Richard Hernstein publicaron The Bell Curve (1994). Todo comenzó cuando en 1961 el psicólogo Henry Garrett acuñó el término dogma igualitario para describir la idea –políticamente bien vista en una época de lucha por la justicia hacia los afroamericanos– de que las diferencias intelectuales entre razas se deben exclusivamente a factores ambientales. Era la época dorada de la moda ambientalista y cualquier psicólogo que afirmara lo contrario era condenado al ostracismo. En la segunda mitad del siglo XX la controversia entre raza e inteligencia se focalizó en los resultados de los tests de inteligencia, el famoso cociente intelectual (CI).

Razas e inteligencia

El libro de Hernstein y Murray revisaba los datos recogidos en el Estudio Longitudinal Nacional de la Juventud realizado regularmente por el Gobierno estadounidense, y concluía que estaba aumentando una “élite cognitiva” que tenía una mayor probabilidad de triunfar en la sociedad, una idea ya expresada por Arthur Jensen en 1969 en la Harvard Educational Review.

Entre otras conclusiones los autores afirmaban que la inteligencia se hereda de un 40% a un 80%, que las diferencias raciales y étnicas en el CI no se explican sólo por efectos externos –dieta, educación...– y que nadie ha sido capaz de cambiar el CI a largo plazo simplemente manipulando los factores ambientales. En definitiva, hay un componente innato. El libro fue tildado de racista. Ante la avalancha de críticas, la Asociación Psicológica Americana creó un comité para evaluarlo.

Expertos muy interesados


El informe –politicamente correcto– Inteligencia: lo conocido y lo desconocido daba la razón a muchas afirmaciones vertidas en el libro y afirmaba que “no hay ningún apoyo a la interpretación genética”. Como numerosos críticos apuntaron, el comité no dio cuenta de la evidencia a favor y en contra de las diferencias parcialmente genéticas encontradas en el CI medio de blancos y negros. Y es que, salvo un puñado de psicólogos arriesgados, muy pocos tienen valor de meterse en este fregado. Algunos, como Richard Lynn, son criticados porque su trabajo es financiado por la Pioneer Fund, defensora de la eugenesia. La idea es obvia: una investigación pagada por una organización así y que obtiene resultados acordes con su filosofía debe ser desestimada. ¿Bajo ese prisma no deberían estar también bajo sospecha los estudios pagados por instituciones feministas que muestran una discriminación hacia la mujer? Teniendo en cuenta que una investigación sobre raza e inteligencia difícilmente será financiada por organismos públicos, quienes son lo suficientemente osados para trabajar en este tema se enfrentan a una simple alternativa: abandonar esta línea de investigación o aceptar el dinero de donde venga. Para gran parte de la izquierda política, señalar que hay diferencias innatas o que nuestra conducta esté modulada por los genes es fascista.

Prohibido investigar el sexo

Si esto produce la investigación sobre inteligencia, ¿qué no pasará con el sexo? Yorghos Apostopoulos, de la Universidad Emory, en Atlanta, se ha dedicado a estudiar el oscuro mundo de las zonas de descanso de camiones en Arizona y Georgia. Busca qué lleva a los camioneros a la depresión, al abuso de drogas y al sexo sin protección. Durante años ha tomado muestras de sangre, orina y moco vaginal, además de realizar extensas entrevistas a quien gravita en torno a las zonas de descanso: prostitutas, traficantes de drogas, empleados de carga, hombres “caza-camioneros”... Su trabajo, financiado por los Institutos Nacionales de la Salud norteamericanos, está, junto con el de otros 150 investigadores, en el punto de mira de grupos de presión conservadores, como la Coalición por los Valores Tradicionales. La sexualidad humana es tabú e investigaciones como ésta, o estudiar a los nativos americanos “de dos espíritus” que se consideran una mezcla de hombre y mujer –la mayoría son gays o bisexuales–, a los inmigrantes hispanos que viven a miles de kilómetros de sus mujeres, a los adolescentes que buscan pornografía por internet o a las tailandesas y vietnamitas de los burdeles de San Francisco, son ciencia perseguida. Ningún ataque ha sido más furibundo que el sufrido por el libro Harmful to Minors: The Perils of Protecting Children From Sex, de la periodista Judith Levine. En él se discute la pedofilia, las relaciones consentidas entre adolescentes y adultos, el sexo juvenil...

Censura política

La obra fue combatida por los evangelistas y católicos conservadores, que intentaron impedir su salida al mercado por “promover el abuso infantil y la violación”. Y todo por decir que los estudios científicos demostraban que la mayoría de los niños que habían sufrido abusos sexuales crecían normales, sin grandes traumas ni efectos perniciosos a largo plazo. Obviamente, algunas experiencias son más terribles que otras: no es lo mismo ser violado por un padre que ver a un exhibicionista en el parque. Los chicos más perjudicados eran aquellos que vivían en un ambiente familiar terrible, donde el abuso era una más de las atroces experiencias que debían soportar. Uno de los trabajos en los que se basó Levine apareció en julio de 1998 en el Psychological Bulletin. En el artículo, Bruce Rind, Philip Tromovitch y Robert Bauserman examinaban 59 investigaciones anteriores sobre las consecuencias de abusos sexuales en los niños y encontraban que el tan pregonado trauma irreparable no era tal. Lo que debería haber sido una excelente noticia, que habla de la capacidad humana para superar experiencias terribles, se convirtió en motivo de persecución política. El 12 de julio de 1999 el Congreso de los EE UU dio un paso histórico al condenar y censurar por unanimidad una publicación científica, pues los congresistas estaban en desacuerdo con los resultados y creían que podían tener un efecto negativo en los habitantes del país. En el siglo XX únicamente se ha conocido una censura extrema en el campo del pensamiento: la ejercida por Stalin, que persiguió toda idea, investigación u obra artística que no estuviera acorde con la ideología comunista o pudiera causar una “indeseable asociación de pensamientos” en los ciudadanos.

Difama que algo queda

El sexo es mal de males de la derecha y los cristianos más conservadores, luego cualquier investigación sobre el mismo debe ser anulada. Alfred Kinsey, autor de dos aclamados estudios sobre comportamiento sexual en 1948 y 1953 sigue siendo vilipendiado por los adalides de la moralidad norteamericana, que lo tildan de bisexual, sadomasoquista y pedófilo. Vern Bullough –que investiga la pornografía– ha sido acusado de ser un pedófilo confeso. La respuesta de la Asociación Psicológica Americana fue sorprendente: negó las conclusiones del artículo afirmando que eran contrarias a la política de la Asociación. ¡Y se publicó en una de sus revistas sujeta a los controles científicos habituales! La ciencia a veces choca con la política y las creencias: “Hay científicos que han recibido amenazas de muerte”, comenta Simon Rosser, de la Universidad de Minnesota. “Algunos han sido difamados. Otros han recibido llamadas a las 2 de la madrugada diciendo: “¿sabes dónde están tus hijos?”. La ciencia intenta explicar el mundo, no decidir qué es bueno para el ser humano.

Miguel Ángel Sabadell

http://www.muyinteresante.es

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Nicolás Maquiavelo:

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven.

1948 - George Orwell


Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Ahora comprenderás lo que significa el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo.

Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.

Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?