Esta representación de sí mismo había llegado a metamorfosear el horror del trauma de los orígenes en su fuero interno. “Sé perfectamente que mi silencio me protege y me hace fuerte”. El estrépito de lo real impone a estos niños un mito de los orígenes. El trauma los coloca en posición de héroes, de niños fuera de lo corriente, de valerosos desgraciados que se han convertido en vencedores. La obligación de mantener su relato en secreto, la obligación de vivir en el mundo íntimo donde la vergüenza de haber sido humillado se mezcla con el orgullo de haber triunfado sobre la desgracia, dan una aparente coherencia a la divergencia: “Me callo para ser fuerte, y no porque tenga vergüenza”. La exigencia de conservar en lo íntimo el relato les hace dueños de su pasado: “El hecho de reflejarlo en un relato permite introducir de nuevo la temporalidad en la representación, y, de ese modo, transformar la huella en pensamiento, la escena en argumento, la reviviscencia en rememoración”, explica Michèle Bertrand.
El relato heróico produce un efecto defensivo. Si no fabricaran un mito, estos niños quedarían despersonalizados por el trauma. Y como el acontecimiento traumatizante se encuentra incesantemente presente en su memoria, hacen de ese acontecimiento un relato que metamorfosea el horror, una rememoración cuya escenificación les hace dueños de su pasado. Es una legítima defensa, por supuesto, pero también es un riesgo de delirio. Si el teatro del mundo íntimo no se socializa nunca, puede inflarse, robustecerse, ocupar toda la vida psíquica y aislar del mundo al niño herido. Por consiguiente, el niño, tras haberse visto obligado al relato silencioso para adquirir una personalidad, se ve obligado a socializar dicho relato para no delirar.
Sin embargo, el prójimo no siempre es capaz de escuchar semejante mito de los orígenes. Entonces, el niño aprende el lenguaje de los adultos y utiliza los circuitos que le propone su cultura para socializar su tragedia. Si la cultura no dispone en torno al niño herido ninguna posibilidad de expresión, el delirio lógico y el paso a la acción proporcionarán un apaciguamiento momentáneo: el extremismo intelectual, la delincuencia política, o los impulsos psicopáticos se manifiestan regularmente cuando se obliga a estos niños a permanecer prisioneros de su pasado. Sin embargo, tan pronto se les ofrece una posibilidad de expresión, vemos nacer a una persona marginada con gran capacidad creadora.
De hecho, todo creador es forzosamente un marginado, ya que pone en la cultura algo que no estaba ahí antes de llegar él.
Ahora bien, estos chiquillos rotos, víctimas del incesto o niños maltratados, ya han llevado a cabo ese trabajo de marginación. Los niños heridos pueden elegir entre pasar a la acción o concentrarse en la innovación cultural. Será la cultura de su medio lo que les encauce en uno u otro sentido.
Esta es la razón de que en los traumatizados se observen con regularidad dos cuadros opuestos y que no obstante se hallan asociados. El de la hiperadaptación hecha a base de indiferencia, de amoralidad, de desconfianza y de delincuencia que, en un solo encuentro, puede orientarse en la dirección de la generosidad, de la intelectualización, del compromiso social y de la creatividad.
Jean Genet conoció esta situación, y él mismo se presenta a esta luz desde la primera fase: “El uniforme de los condenados a trabajos forzosos tiene rayas rosas y blancas… No voy a ocultar las razones que me convirtieron en un ladrón… Yo tensé mis resortes, dispuesto a cometer un crimen”. Un único encuentro con un editor orienta su destino en una dirección creadora: “A través de la escritura obtuve lo que buscaba… Lo que me guía no es lo que he vivido sino el tono con el que lo transmito en un relato. No son las anécdotas sino la obra de arte… Conseguir una leyenda. Sé lo que quiero”.
Este trabajo de la memoria es inevitable para que los heridos y los delincuentes se transformen en héroes. “Su genialidad no es un don, es la salida que inventan en los casos desesperados, es la historia de su liberación, su victoria verbal”. Una herida, incluso una herida horrible, puede constituir un momento sagrado, ya que se convierte en el instante de la metamorfosis en la varita mágica, en el escobazo de la bruja que hace que, a partir de ese momento, haya siempre un antes y un después.
Lo banal desaparece cuando se ha conocido lo extremo.
Ya no hay “historia profana, ya sólo hay una historia santa; o, si se quiere, como en las sociedades que llamamos “arcaicas”, [lo que hacemos es] transformar continuamente la historia en categorías míticas”. Estos relatos fabulosos hablan de la condición humana. Ponen en imágenes la manera que tenemos de sentirla. La culpa se encuentra en el corazón de los mitos, y la transgresión, la iniciación y la muerte también. Todos los niños que han conocido situaciones extremas se ven obligados a convertirse en autores de mitos. Al haber cometido el crimen fabuloso de asesinar a sus padres o de haber transgredido las normas de la sexualidad, han de afrontar muy pronto la tortura de la culpabilidad y de la expiación que apacigua.
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