Se trató de la mayor operación secreta a escala continental de la dictadura. Se trató de la Operación Centroamérica, que se desplegó desde 1977 hasta 1984, después de la Guerra de Malvinas, y consistió en la exportación de los métodos de inteligencia y las técnicas de la lucha contrainsurgente, que incluían el uso de la tortura, el secuestro y la desaparición de opositores usados por la dictadura argentina hacia Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. Ocurrió bajo los gobiernos de los dictadores Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri.
Una serie de documentos desclasificados del Departamento de Estado estadounidense y la entrevista exclusiva realizada por Clarín a Duane Clarridge,el ex jefe de la CIA en esas operaciones, revelan detalles nunca contados. De estos documentos y de esta entrevista se deduce que los militares argentinos desembarcaron en Centroamérica como fuerza legionaria exterior en tanto estaban dispuestos a hacer el trabajo "sucio" que la CIA estaba restringida de hacer al comienzo del gobierno del demócrata James Carter (1977-1981); que presionaron para que los EE.UU. tuvieran un rol más activo en las actividades contrarrevolucionarias y que, al final, se sometieron a su dirección cuando asumió Ronald Reagan (1981-1989) la presidencia estadounidense.
Del vuelo del Cóndor al Charlie
La participación argentina en Centroamérica tuvo su bautismo iniciático en el denominado Plan Cóndor, la alianza represiva de los ejércitos de las dictaduras de la Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay para perseguir más allá de las fronteras a quienes eran considerados enemigos u opositores. Eran tiempos de la Guerra Fría entre los EE.UU. y la Unión Soviética, de un enfrentamiento impiadoso entre capitalismo y comunismo que había desembarcado en América latina. La Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), entonces, alentó los estados terroristas. Se interpretaba que la seguridad del Estado y hemisférica estaba por sobre la seguridad de las personas y que para garantizar esa seguridad no había fronteras nacionales. Lo cierto es que el Plan Cóndor tuvo su esplendor entre 1975 y 1979, pero muchos de los militares argentinos que allí participaron, luego integraron la comitiva que siguió hacia Centroamérica para entrenar a los llamados "contras" — diminutivo de "contrarrevolucionarios"—, ex guardias somocistas nicaragüenses, fugados a Honduras en su mayoría, luego del triunfo de la revolución dirigida por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en julio de 1979. Y, más tarde, para entrenar a los oficiales de los ejércitos de El Salvador y Guatemala para prevenir la extensión de la revolución sandinista y la influencia de la Cuba socialista. Muchos ex guerrilleros argentinos, de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) se habían alistado desde comienzos de 1979 en la lucha del FSLN para combatir al dictador Anastasio Somoza.
En noviembre de 1979, la Argentina estaba gobernada por Videla, Viola era el comandante en jefe del Ejército, su jefe de Estado Mayor (EMGE), era el general Guillermo "Pajarito" Súarez Mason; su inmediato inferior en la inteligencia militar, Jefatura Dos (JII) era el general Alberto Alfredo Valín; el jefe del Batallón 601 de Inteligencia militar era el coronel Jorge Alberto Muzzio. El jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) era el general Carlos Alberto Martínez, el hombre de mayor confianza en Inteligencia para Videla, que lo acompañó a subir al poder y que diseñó, junto con Viola y Valín, las operaciones en Centroamérica. El Canciller era el brigadier mayor Carlos Washington Pastor. El responsable de los equipos operativos en Centroamérica— según señalan todos los documentos desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU.— era el coronel José Osvaldo "Balita" Riveiro, jefe de la estación Honduras de los militares argentinos, denominada también Grupo de Tareas Exterior o GTE. Riveiro reportaba directamente a Súarez Mason, por lo que se construía, además, una red secreta dentro de las propias operaciones ya de por sí secretas, con el fin de administrar discrecionalmente los 19 millones de dólares que la CIA aportaría de manera inicial y encubierta para entrenamiento y compra de armas, según analiza una investigación del politólogo Ariel Armony. Había otros nombres, el coronel Mario Davico, que reemplazará a poco de andar a Valín en la JII de inteligencia; y los miembros del Batallón 601, los capitanes Santiago Hoyas, Héctor Ricardo Francés García, el coronel Jorge de la Vega y el contador Leandro Sánchez Reisse y Raúl Guglielminetti, entre otros. El embajador argentino en Honduras para el período fue Arturo Ossorio Arana, al tanto de todas las operaciones paralelas.
Pero la idea de los argentinos de cómo combatir "la subversión comunista" en América Central no era igual, en ese momento, a la de la administración Carter. Los argentinos bregaban por lo que se denominó el Plan Charlie, es decir la constitución de un "ejército panlatinoamericano liderado por la Argentina que desembarcara en El Salvador con la idea de arrinconar a los revolucionarios hacia Honduras donde serían exterminados", según reveló el libro "Malvinas, la trama secreta", de R.Kirschbaum, O. Cardoso y E. van der Kooy. Las operaciones clandestinas ya estaban en marcha, pero se no dejaba de buscar un aval explícito de los Estados Unidos que se traduciría en dinero y armas. El FSLN había ya denunciado que la dictadura de Videla le vendía armas (también Israel) a la guardia nacional somocista. Un documento secreto fechado en junio de 1979 y enviado por la embajada de los EE.UU. en Buenos Aires, a cargo de Raúl Castro, hacia el secretario de Estado de su país, Viron Vaky, en vísperas de la visita a Buenos Aires de la CIDH, revela la obsesión de Viola en que los EE.UU. se decidieran a dar fuerza al Plan Charlie o, en su defecto, a apoyar abiertamente las operaciones clandestinas de los argentinos. Los argentinos consideraban que EE.UU. había abandonado la defensa del hemisferio del comunismo y que ellos debían cumplir ese papel. Castro cuenta el encuentro con Viola, en dos partes. La primera, es esclarecedora de la presión de Carter por los derechos humanos. En la segunda parte, aparece la verdadera preocupación de Viola . "Durante toda la reunión Viola me repitió que su intención al querer verme era hablar de Nicaragua. De hecho, hablamos de Nicaragua. Me dijo que el gobierno argentino (GOA) compartía la opinión nuestra sobre Nicaragua, pero que temía que enviar una fuerza militar de paz no fuera aceptable para los países latinoamericanos. Su razonamiento se refería a que los países latinoamericanos tenían problemas internos y que cada país temía que se estableciera un precedente si se enviaban unidades militares para resolver problemas internos. Viola dijo que el problema nicaragüense no podía resolverse a través del diálogo y requería detener la infiltración de tropas y armas a través de la frontera de Panamá y Costa Rica. Viola dijo que esto se podría hacer sólo con una fuerza militar de paz, pero que la opinión pública argentina nunca lo aceptaría (?). Me pareció que tanteaba la posibilidad o esperaba que yo le diera alguna justificación para enviar una fuerza de paz a Nicaragua, que incluyera a la Argentina." Viola en realidad tanteaba sobre el envío de una fuerza militar. Pero ya no argumentaba en favor de una fuerza legal de paz sino sondeaba la disposición de los EE.UU. para avalar una fuerza paramilitar y clandestina.
Así que en noviembre de 1979, Viola desarrolló en la XIII Conferencia de Ejércitos Americanos en Bogotá su plan de latinoamericanización del modelo terrorista estatal. Según Viola, el éxito obtenido por las Fuerzas Armadas argentinas en su combate contra "la subversión marxista", las habilitaban para exportar la experiencia a otros países de América Latina. Con el triunfo del sandinismo, con miles de guardias nacionales huyendo en masa de la revolución, parecía evidente que la política exterior de los EE.UU. en el último año de Carter cambiaría. En otro memorándum fechado el 15 de febrero de 1980, del Consejo Nacional de Seguridad norteamericano, remitido por Robert Pastor a los miembros del consejo, como Zbigniew Brzezinski, David Aaron y Henry Owen, es evidente que los EE.UU. marchan a una intervención sobre Centroamérica aunque aún buscando vías políticas. "Ha llegado el momento— se dice en el documento—de hacer que este gobierno se mueva de manera eficaz para resolver los problemas de El Salvador y Honduras". El documento abunda en recomendaciones sobre qué hacer en cada país: dividir a la izquierda, neutralizar el golpe de Estado de la derecha, armar un gobierno de centro cívico-militar. Es la visión de comienzos del 80. Una visión que pronto será abandonada ante la radicalización revolucionaria en El Salvador a través del Frente Farabundo Martí, y en Honduras, con la llegada masiva de guardias somocistas y civiles antisandinistas, que pujan por armar una invasión a Nicaragua. De hecho, Videla y Viola deciden dejar en manos de Súarez Mason, y de manera operativa en manos de Valín y Riveiro, el comienzo de la formación del GTE y su desembarco en Honduras, sede principal de operaciones. El grupo tiene su bautismo de fuego en Bolivia, en julio de 1980 cuando participan avalando el llamado golpe del "narcotráfico" que desplaza a la presidenta Lidia Gueiler y pone en su lugar al general Luis García Meza y al hombre fuerte de su gobierno, el ministro del Interior y acusado de narcotraficante, Luis Arce Gómez, socio del conocido como barón de la droga, Roberto Súarez Levy, uno de los principales traficantes de cocaína del mundo entonces. De ese negocio provendrán parte de los fondos para financiar y enriquecer a los paramilitares argentinos. De la presencia argentina allí y de la coordinación que ya existía da cuenta otro documento de la embajada norteamericana en Buenos Aires. El embajador informa que un oficial de inteligencia de esa delegación se reunió el 16 de junio de 1980 con un oficial del servicio de inteligencia argentino— presumiblemente el general Valín o Davico— y que "el principal tema de conversación fue la situación de Bolivia. La fuente avisó que detuvieron a cuatro argentinos en Perú. Son parte importante de la jerarquía montonera. (...) Que lo hizo el 601 con la colaboración de la inteligencia peruana. Los detenidos (luego se supo de que se trataba entre otros de Carlos Maguid) están en Perú, pero serán trasladados a Bolivia, serán expulsados de Bolivia a la Argentina, donde serán interrogados y luego desaparecerán". Y en el documento, se dice algo más: "la fuente será enviada a Panamá, Costa Rica, Guatemala y San Salvador para analizar la situación país por país e informar al 601." Fue en esos días que Valín viajó a Centroamérica para establecerse allí de manera casi permanente. En la JII lo había reemplazado el general Mario Davico. Y el jefe del Batallón 601 era Muzzio. Es precisamente en agosto de 1980, cuando en Honduras los EE.UU. y la Argentina apoyan el ascenso del durísimo general Gustavo Alvarez Martínez, comandante de la Fuerza de Seguridad Pública (Fusep), la policía política que dependía del Ejército, un militar que había sido colega de Viola y alumno de Videla en el Colegio Militar de la Nación en los tempranos años sesenta. La cúpula militar argentina festejó ese ascenso y presintió el cambio de aire definitivo cuando en octubre de 1980, finalmente, Carter termina autorizando un programa de acción encubierta de la CIA en apoyo de las organizaciones antisandinistas, enviando un millón de dólares para financiar a grupos de prensa, sindicales y políticos dentro de Nicaragua que conspiraban contra el gobierno revolucionario. Según el testimonio dado al Congreso de los EE.UU. en 1987 por un miembro del 601, Leandro Sánchez Reisse (ver pág 11), al ser detenido por secuestro, se había instalado entre 1978 y 1981, en Fort Lauderlade, Florida, un negocio encubierto, centro de operaciones del batallón 601 y a través del cual la CIA colaboraba con esa unidad de inteligencia con información y recursos. Lo que confirma que "los argentinos hicieron de la clandestinidad un negocio". Pero, además, que la CIA, pese a los esfuerzos de Carter en reducir su poder, también clandestinamente financiaba a los contras, como los dirigentes nicaragüenses Edgar Chamorro y Sam Dillon. Precisamente a mediados de 1980, el ex director de la CIA, Vernon Walters y un contra nicaragüense Francisco Aguirre se reunieron con Viola, Davico y Valín para coordinar las actividades en la región.
La cruzada argentina
Ya a fines de 1980, se registran acciones de paramilitares entrenados por los argentinos en Guatemala, Costa Rica y dentro de Nicaragua. Cuando Reagan asume la presidencia en enero de 1981, las Fuerzas Armadas argentinas deciden convertirse abiertamente en su fuerza expedicionaria en América Central. El nuevo secretario de Estado estadounidense es Alexander Haig, el nuevo embajador en Buenos Aires es Harry Shlaudeman. En Honduras, desembarca como embajador estadounidense John Negroponte, un halcón de la Guerra Fría. En Buenos Aires, Viola está por asumir como presidente, en marzo de 1981, y su comandante en jefe del Ejército es Galtieri. Davico, Muzzio y Valín son ya la plana mayor de la operación Centroamérica, mientras Riveiro, el coronel Luis J. Arias Duval, el mayor Martín Ciga Correa, y capitanes como Fancés y Hoya son los enlaces e instructores más prominentes del GTE argentino. En El Salvador, en tanto, la guerrilla del Farabundo Martí había comenzado en enero de 1981 una ofensiva militar a gran escala apoyada por el gobierno sandinista. Para Washington, ya no había tiempo que perder.
Un documento secreto fechado un mes después, el 26 de febrero de 1981, dirigido a Haig de parte de Vernon Walters, nombrado a la sazón por Reagan como embajador extraordinario para la guerra en Centroamérica, da cuenta con una precisión hasta ahora desconocida del conocimiento y aval de los EE.UU. a las operaciones clandestinas de los militares argentinos en Honduras y El Salvador. También de cómo Viola usaba ese prestigio de ser un aliado clave para pelear su interna criolla en la junta militar y lograr asegurarse la sucesión de Videla como presidente. Pero, al mismo tiempo, cómo Galtieri ve en la alianza con los EE.UU. la mayor palanca para su futuro político. Y pide hacer más y más coordinación con la CIA. Escribe Walters a Haig— pero vía la embajada en Santiago de Chile, al mejor estilo conspirador— "Durante mi visita al comandante en jefe del ejército, Galtieri, me informó sobre la ayuda argentina a los gobiernos de El Salvador y Honduras. a) Argentina había proporcionado adistramiento de inteligencia a 40 oficiales hondureños a través de 5 a 8 cursos (...) b) El ejército argentino tenía unos cincuenta oficiales operando en la zona del Caribe.; c)Diversos oficiales salvadoreños habían sido entrenados por especialistas argentinos antiguerrilla, d) Argentina estaba dispuesta a hacer más pero debemos tener una reunión para definir quién debe hacer qué cosa. e) Argentina había abierto dos oficinas de agregados militares en Centroamérica. Comentario: El ejército argentino claramente emprendió una importante actividad y haría más. Pidió intercambio regular de información sobre la zona y mantener reuniones para definir exactamente qué es lo que quisiéramos que haga. Todo lo que tenemos que hacer es decirle qué hacer."
Un documento secreto del 3 de marzo de 1981, semanas antes de que Viola fuera ungido Presidente en reemplazo de Videla, el embajador especial de Reagan, Walters informa también vía la embajada en Santiago a su jefe Haig, de las reuniones ocurridas con los comandantes de la junta, da el 26 de febrero con Gatieri, el brigadier Omar Graffigna, el almirante Armando Lambruschini y el general Davico. Walters cuenta que Grafigna lo criticó porque EE.UU. no había hecho a tiempo, como los argentinos, los deberes contrainsurgentes en América Central. Y que con Lambruschini le ocurrió lo mismo que con Graffigna. Que con Galtieri, que estaba acompañado por Davico, el almuerzo fue más distendido. "El insistió en que la Argentina ayudaría de todas las formas posibles.". Walters dijo que Davico "pidió que retomáramos las conferencias de inteligencia y el intercambio de información (...)". Lo más interesante de este documento, sin embargo, no es la ratificación que consigue Walters del alineamiento argentino en Centroamérica, sino la defensa de Galtieri del narco-gobierno boliviano. "Hablamos de Bolivia, y en esto estuvo menos colaborador. Dijo que, si se sacaba a Arce del poder, el régimen no podía durar y que la Argentina no podía tolerar un foco comunista en la frontera. Dijo que venía mucha más droga de Colombia pero como ésta mantenía una fachada democrática nadie se quejaba. (...) Dijo que el régimen de García Meza no podría sobrevivir sin Arce y que, si él se iba, la extrema izquierda tomaría el poder." Galtieri no lo dijo, aunque después se sabría, que estaba defendiendo los narcodólares que financiaban parte de las operaciones clandestinas contrainsurgentes. Walters termina el documento con un comentario que lo muestra feliz por el clima amistoso y franco que vivió. "Supongo fue una retribución por el espíritu sumamente servicial del presidente Videla y de el presidente electo Viola". A esas reuniones lo había acompañado el embajador en Buenos Aires, Shlaudeman.
Lo cierto es que las operaciones clandestinas en Centroamérica en el período en que Galtieri es jefe del ejército, y luego cuando asuma como presidente en diciembre de 1981, tendrán su período más álgido. Los últimos documentos desclasificados de junio del 81 y enero de 1982 a los que tuvo acceso Clarín dan cuenta de las denuncias sobre el tráfico de armas y la entrega de dinero a la contra nicaragüense por parte de Davico— unos 50 mil dólares— y de las denuncias internacionales que la Argentina comienza a recibir por casos de tortura dirigidas por argentinos a hondureños y salvadoreños. Recién un año después de la Guerra de Malvinas, el gobierno de Reagan tomará abiertamente en sus manos la operación en América Central. La CIA reemplazará a sus viejos aliados del batallón 601, dispersados y transformados, en tiempos de Reynaldo Bignone, en los restos agonizantes y corrompidos de esa "gesta internacional" de la dictadura.
María Seoane
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