Excesivo individualismo, culto a lo privado, ansia de éxito, de imagen y de poder... Vivimos en la "cultura del yo", en "la generación de Narciso". Atrás queda la solidaridad, "la pasión por el nosotros". ¿Cómo se cura esta enfermedad? Cada contexto social crea su propio estilo de vida, una determinada jerarquía de valores, diversas pautas de comportamiento y sus propias patologías. El trastorno narcisista de la personalidad es una alteración típica de nuestro modo de vida.
Dos influencias claves han propiciado el desarrollo actual del narcisismo. Por un lado, el contexto norteamericano y por otro, el enfoque filosófico de la postmodernidad. El trastorno narcisista se caracteriza por varios rasgos: imagen distorsionada de uno mismo, maquiavelismo, dominancia-poder, exhibicionismo y falta de empatía. Las consecuencias negativas del estilo de vida narcisista, desde un punto de vista psicológico y sociológico, son obvias.
"Todo narcisismo/es un vicio feo/y ya viejo vicio". (Antonio Machado). Hace algunos años Hollywood nos deleitó con una película en la que se planteaba la lucha de una chica sordomuda por hacerse un hueco en un mundo pensando para "normales". Desde su "inferioridad" lanzaba la pregunta: ¿acaso era hija de un Dios menor? El análisis de la realidad social nos hace caer en la cuenta de un tipo de individuos, los narcisistas, que en su vivir, pensar y actuar manifiestan ser hijos de un Dios privilegiado sobre el de los demás mortales.
Desde diversos campos se afirma que la sociedad actual puede estar viviendo el momento de apogeo del narcisismo como tema central de la cultura. Al mismo tiempo, los psicólogos constatan que los pacientes que acuden a ellos en busca de ayuda han cambiado en cuanto a sus padecimientos. Hoy es poco frecuente encontrar las neurosis de conversión, las histerias clásicas, que se distinguían por la parálisis de los miembros, la pérdida de la voz o la visión, etc. Tampoco se presentan grandes fobias y obsesiones, etc.
En la actualidad, se responde a nuevos perfiles en los que podemos destacar dos tipos de demandas. Por un lado, los trastornos depresivos: individuos con tristeza vital, apáticos, sin ganas de vivir. Por otro lado, sujetos engreídos, egocéntricos, manipuladores, socialmente destructivos, con gran necesidad de obtener admiración y prestigio sobre los demás, pero que a su vez, presentan una fuerte sensación de pérdida de su yo, con relaciones interpersonales superficiales e insatisfactorias, percibiéndose vacíos y sin sentido. Kohut definió tal tipología como trastorno narcisista de la personalidad.
Los trastornos narcisistas se presentan como un malestar difuso que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida. La crispación neurótica se sustituye por la flotación narcisista. Y al acercarse a la terapia, la actitud de estos pacientes no es la de quien está pidiendo ayuda, sino la del que inicia un espectáculo en el que va a exhibirse. Durante las sesiones realizarán un gran esfuerzo por invertir los papeles psicólogo-paciente. "¡Qué suerte por tenerlo a él en la consulta!" está en el pensamiento de muchos. Lo importante es que no sea el terapeuta el que pague los honorarios al cliente...
El contexto social norteamericano
Como en otros muchos temas, el estudio del narcisismo se empezó a incubar en el contexto norteamericano. Desde los años 60, diversos autores expresan con diferentes conceptos una misma realidad: "generación del Narciso", "la década del yo mismo", "la generación del yo", "la era del narcisismo" o "la cultura del yo".
En esta perspectiva destaca la obra de Lasch, "La cultura del narcisismo". Según él, cada época desarrolla su propia forma particular de patología y así, la cultura y personalidad narcisista caracterizarían a nuestro tiempo como la represión a la época de Freud. El narcisismo sería el principal síntoma del declive y crisis del capitalismo. Es decir, el hombre psicológico actual sería el producto final del individualismo burgués. Fruto de ello serían el espíritu competitivo y el excesivo individualismo, la cultura de la diferencia que separa y enorgullece a una élite, el desarrollo de lo propio o privacidad, la incapacidad para aceptar la vejez o la limitación humana, y la necesidad de triunfo y reconocimiento que se observa en las relaciones comerciales, humanas, en el deporte, etc. La cultura del narcisismo reflejaría las condiciones materiales de la vida en sociedad y especialmente de las sociedades postindustriales, en las que el nivel y situación sociales dependen menos de la producción que del consumo.
Mazlish sugiere la idea de la democratización del narcisismo. Este no sería ya sólo propiedad de una élite social o artística, sino que la estructura social y la cultura dominante ha desarrollado un prototipo de hombre narcisista, individualista y centrado en sí mismo. Es sugerente el análisis de la sociedad norteamericana realizado por Nelson en 1977. Esta, después de la Segunda Guerra Mundial, habría sufrido un importante cambio: de la madurez de la época victoriana habría regresado a la absorción narcisista propia de los adolescentes. Las revueltas juveniles de los años 60 y el movimiento hippy se explicarían como la protesta adolescente contra la autoridad y la tradición que la sociedad mantenía. El rechazo de la cultura representa un esfuerzo por construir una realidad propia. Sin embargo, esta construcción presenta unas connotaciones determinadas. La elección del término flower children refleja la creación de un mundo de niños, infantil, centrado en sí mismo, con una reacción activa contra sus padres y la sociedad.
En la misma línea, diversos estudios llaman la atención sobre la importancia que adquiere el tema del narcisismo en los libros, producciones televisivas o cinematográficas que han sido éxitos de venta y audiencia en Estados Unidos en estos últimos años. Las películas de Woody Allen son un buen ejemplo. El protagonista, centrado en sí mismo, al exhibir sus preocupaciones hipocondríacas, obsesionado por la situación material, al describir sus "complejos", al tener como único objetivo de su existencia el inicio de las próximas vacaciones, etc., demuestra que es posible vivir, no ya sin valores trascendentes, sino sin salir de sí mismo.
La patología narcisista aparece como un fenómeno específico resultado de las presiones de la sociedad moderna. El narcisismo se presenta como la patología arquetípica de nuestro tiempo. Se insiste en el peligro del excesivo amor a sí mismo, considerando este hecho como una erosión general de confianza en la civilización, que llega a convertirse en una enfermedad de la sociedad. Para unos, la conducta narcisista cumple la misma función que los síntomas histéricos frente a la represión sexual de la sociedad victoriana a finales del siglo XIX. Para otros, el narcisismo aparece como uno de los factores principales asociados a trastornos psíquicos.
El contexto europeo: la postmodernidad
El narcisismo no es un fenómeno exclusivo del modo de vida estadounidense. El contexto cultural europeo no es ajeno a la situación descrita. La postmodernidad ha reforzado el modelo de hombre narcisista. Hoy en día se potencia el individualismo, se ha producido la segunda revolución individualista, se suple la ética por la estética, de la implicación y compromiso personal se ha pasado a la sociedad del contrato temporal, del gran fragmento (grandes valores) se ha desembocado en el pequeño fragmento. Ya no hay historia, ésta sólo existe en los libros de texto. Sólo se dan acontecimientos sin ninguna conexión entre sí.
Desde esta perspectiva, el ser humano se presenta sin futuro. No tiene proyecto ni hay caminos que le lleven a un fin. Ya no tenemos horizonte donde ubicar lo real. Se ha producido el crepúsculo de los ídolos, vivimos en el tiempo cumplido, y al no tener un cuadro de referencia definido, se propicia un vagabundeo incierto. Actualmente no hay cabida para las cosmovisiones totalizantes, estamos atrapados por lo inmediato, sumidos en el "éxtasis de la polaroid", que conduce a vivir en la superficie de lo que hay, en la "cosmovisión del bricolage", que se caracteriza por la especialización y el auge de lo pragmático-funcional.
Para los autores postmodernos lo general violenta lo particular y propio de cada individuo. Sin proyecto global, cada sujeto será protagonista y único capaz de decidir sobre su propio destino. De ahí que para salvar al individuo, sea necesario un adelgazamiento de las ataduras que no liberan al sujeto y para conseguir ese objetivo, es fundamental potenciar un individualismo light que desarrolle individuos autónomos, creativos y sumergidos en la vivencia del ahora.
El hombre actual desconfía del mito de Prometeo, tan exaltado en el siglo pasado - Fichte lo escogió como símbolo de su ideología, Goethe le dedicó una oda y un fragmento dramático y Marx lo situó en un lugar distinguido entre los santos y mártires. ¿Para qué nos han servido los grandes ideales? Algunos de su efectos son conocidos -las guerras mundiales, la destrucción del medio ambiente -. Según el análisis postmoderno, de la alegría y esperanza prometeica se pasó al sentido rutinario y esclavizante de Sísifo - Camus creía que el mito de Sísifo era el símbolo más adecuado para describir el momento histórico en que vivía, la mitad del siglo XX - para desembocar posteriormente en el refugio privado e íntimo de Narciso. La conclusión es clara: ¿de qué podemos ocuparnos seriamente hoy en día, como no sea de nuestro equilibrio físico y psíquico?.
Se ha producido el fin del homo politicus para dar lugar al nacimiento del homo psicologicus obsesionado por la búsqueda de su ser y su bienestar. Narciso ya sólo trabaja para la liberación de su Yo, y para ello no dudará incluso en renunciar al amor. Su nuevo programa revolucionario será: amarme a mí mismo es suficiente como para no necesitar otra cosa para ser feliz. No es raro, por tanto, que a partir de los años 70 se haya desarrollado todo un movimiento de crecimiento personal: cursillos de sensibilización, autoconocimiento, autoestima, control mental, bioenergética, etc. Cada uno se convierte en el ombligo del mundo, a la búsqueda del Yo perdido. El propio hedonismo se personaliza y se vuelve narcisismo psi.
El mito de Narciso
El narcisismo es un concepto del que se usa y abusa. Sin embargo, ¿de qué hablamos cuando hablamos del narcisismo? Para definir qué entendemos por narcisismo, y más en concreto por trastorno narcisista de la personalidad, puede ser interesante que volvamos a los orígenes. ¿Qué nos quería decir el mito de Narciso?
El mito de Narciso nos ha llegado a través de diversas fuentes, siendo la versión más antigua la que se debe a Ovidio. Dada la enorme difusión de este autor, es la única que ha prevalecido frente a las demás (Conón, Pausanías, etc.) y la que ha llegado hasta la actualidad, bien directamente o a través de recopilaciones o compendios que tuvieron un gran éxito en la Edad Media.
En el libro III de su "Metamorfosis", Ovidio (43 a.C.) cuenta en 170 versos la historia del desdichado Narciso. Narciso es fruto de la violación del río Cefiso a la ninfa Liríope. El famoso adivino Tiresias le vaticinó un triste destino al revelar a su madre que viviría una larga vida si no llegaba nunca a conocerse a sí mismo. Desde su adolescencia, su extraordinaria belleza atrajo a numerosas muchachas y mancebos. Destaca entre sus pretendientes por su apasionado amor la ninfa Eco, quien no podía expresarle sus sentimientos, ya que sólo repetía los últimos sonidos de lo que oía. El orgullo de Narciso le hará rechazar, con desprecio e indiferencia, a todos los que le aman. Uno de los desdeñados pedirá clemencia y castigo a los dioses. Némesis, diosa de la venganza, no se hará esperar. Cuando venía fatigado de una cacería, Narciso se inclina a beber en una fuente y la cólera divina hace su efecto: el joven se enamora de aquel que creía ver a través del agua. Después de abrazarlo y besarlo, percibe que el que ve en la fuente no es otro que él mismo. Narciso perecerá a causa de su pasión.
"Vivirá si no conoce quién es"
En el siglo I a.C. y en la XXIV de sus "Narraciones", Conón expone una historia diferente del mito. Narciso nació en Tespias (Boecia). Su hermosura provocó que tuviera muchos pretendientes a los que no hizo caso. La maldición de Narciso se ejecutó ante el rechazo a un muchacho, Aminias. Despreciándolo, Narciso le envió una espada para que se diera muerte. Este obedeció pero antes de morir le maldijo. No aparece en esta narración la ninfa Eco, la cual es sustituida por Aminias. La homosexualidad ocupa en esta versión un lugar destacado. En la "Descripción de Grecia", Pausanías realiza una racionalización del mito. Narciso tendría una hermana gemela y al morir ésta, apenado, se pasa los días contemplándose en las aguas, ya que la imagen borrosa de su propio rostro le recordaba la de la hermana muerta, creyendo los demás que estaba enamorado de sí mismo. El desenlace final de la historia será distinto según las diversas leyendas. Para unos, el cuerpo de Narciso se transformó en el río que llevaba su nombre. Para otros dio lugar al nacimiento de la flor del narciso.
¿Qué elementos podemos extraer de estas narraciones? En líneas generales, el mito de Narciso es descrito como la gran negación o rechazo. Por ello, el narcisismo se revelará como negatividad y falta. Por un lado, Narciso no es consciente de su propia realidad - etimológicamente, Narciso significa "el atontado". Nace de una violencia. Nunca ha conocido a su padre y según el oráculo, "vivirá si no conoce quién es". Es el proceso opuesto al "conócete a ti mismo" socrático. Sobrevivirá sólo si mantiene una "imagen distorsionada de sí". Su actuación recuerda el estilo histérico: Narciso es incapaz de mantener una atención focalizada en sí mismo. Sólo vive de impresiones y por ello no sabe quién es, ni cómo se siente.
Incapaz de amar a otro que no sea él mismo
El mito de Narciso no es un simple relato de autoerotismo excesivo, sino de ausencia de interacción social, que se refleja en las siguientes manifestaciones:
* Narciso rechaza todas las relaciones de amor. Marcuse lo describe como el antagonista de Eros, ya que desdeña el amor que posibilita la unión con otros seres humanos y lo asocia a Orfeo en esa negación de Eros. Ante una cultura que pide esfuerzo y solidaridad - cuyo representante sería Prometeo - se cierra en sí mismo y se aísla del entorno. Sin embargo, vive con gran pasión para un eros propio, ya que, en principio, no sabe que la imagen que admira es la suya. En la Edad Media se desarrollará esta idea desde la perspectiva del "alma encerrada en sí misma".
* Narciso presenta una nula empatía o capacidad de captar los sentimientos y la realidad externa. En la narración, la ninfa Eco simboliza la ausencia de empatía. Siempre responde, pero distorsiona todo. No puede ofrecerle una respuesta empática efectiva a Narciso.
* Narciso es descrito como un sujeto orgulloso y soberbio que desprecia a los demás. Según Ovidio, "no hubo jóvenes, no hubo muchachas que tocaran su corazón". Tal actitud refleja agresividad y destrucción en su relación con los otros. No sólo no acepta su amor sino que los rechaza despectivamente y provoca la eliminación de sus amantes - envío de la espada para que se provoque la muerte -. Ese desprecio le impedirá aceptar nada de su entorno, lo que conlleva rechazar también lo útil y positivo que los otros le puedan aportar. Narciso está atrapado contemplando algo que subjetivamente cree que es externo a sí, pero que en términos objetivos es el aspecto idealizado de su propio yo. Cree que está enamorado. Sin embargo, muere porque no puede apartarse y dirigirse a un ser real del que podría obtener lo que en verdad necesita.
* En Narciso no se trata de una cuestión de autoamor sino del amor por una imagen especular que se confunde trágicamente con un sujeto real. El castigo consiste en la incapacidad para amar seres reales. Narciso desea ardientemente a la ninfa Eco. Ella le ayuda a salir del bosque . A Narciso le complace oírla y verla, pero cuando la ninfa quiere abrazarlo retrocede horrorizado. Tras una fachada de rigidez e indiferencia se esconde la auténtica realidad: la incapacidad para poder expresar afecto y sentimientos. Narciso se presenta como una máscara caracterizada por su falta de vida en la mirada. No hay luz en sus ojos, opacos. Su expresión recuerda la de ciertos pacientes esquizofrénicos que presentan una mirada perdida o vacía. Narciso es incapaz de pronunciar la frase "te veo", no puede contemplar nada que no sea él mismo.
* Ese temor a la relación directa con los demás, a manifestar y recibir afecto, el miedo al abrazo y al contacto físico aparece relacionado con la vida temprana de Narciso. Excepto en la descripción de Pausanías, Narciso es presentado como hijo único, fruto de una violación. Por tanto, no cuenta con padres o hermanos para su desarrollo psíquico. Todo lo que sabemos de su madre es que le preocupa el destino futuro de su hijo y por ello busca al vidente Tiresias.
* El desenlace de Narciso no se deja esperar: la muerte es consecuencia de ese aislamiento. Ovidio subraya que ese reconocimiento le lleva a una fragmentación de sí mismo, en el momento en que sus lágrimas, al caer en el lago, deshacen su imagen. El rechazo de toda relación de amor provoca la desintegración del sujeto y la imposibilidad de vivir, ya que es incapaz de aceptar la realidad tal cual es. El resultado final de su actuación se expresa simbólicamente como un retroceso de lo humano: Narciso se transforma en flor - deslizamiento hacia atrás de la especie humana a vegetal -, sirviéndose para ello del agua o del espejo - símbolos presentes en todas las versiones del mito -, que representaría el seno materno hacia el cual volvería. Narciso niega su verdadero yo y busca fundirse con la imagen que ve. La muerte es la consecuencia lógica de la fijación en un falso yo.
La moraleja de las diversas historias aparece clara: no puede el sujeto conocerse y reconocerse a sí mismo verdaderamente sino a través del conocimiento y reconocimiento del otro. Cuando se cierra en sí mismo y rechaza a los demás, pasa a tener como único reflejo su propia figura, situación destructiva y mortal.
Con "complejo de Dios"
Havelock Ellis utilizó por primera vez en 1898 el término narcisismo para describir la tendencia a estar enteramente absorto en la admiración de sí mismo. Un año después, Nake empleará el concepto narcisismo para referirse a una perversión sexual, la de una persona que trata a su propio cuerpo como objeto sexual. A partir de ahí, se han realizado descripciones patológicas de un trastorno en el que se incluía la grandiosidad, el deseo de gloria, la incapacidad para amar a otro, el egocentrismo, la nula empatía, la problemática en la relación social, el exhibicionismo, etc., relacionando estos rasgos con una cierta patología narcisista.
Jones describe individuos con "complejo de Dios", que se caracterizarían por una excesiva admiración por sí mismos, una gran confianza en sus poderes, conocimiento y cualidades tanto físicas como mentales, con fantasías de omnipotencia, exagerado deseo de ser amados, recibir elogios y admiración. Freud profundizará en el concepto de narcisismo, lo planteará como una etapa del desarrollo y lo relacionará con diversas patologías: la homosexualidad, la esquizofrenia - megalomanía y desinterés por el mundo externo -, la hipocondría - centrado en su propio cuerpo -, etc.
Insaciable necesidad de admiración
Tras la aportación freudiana, se insistirá en el componente patológico. En 1925, Waelder fue el primero en plantear un caso clínico de un individuo que presentaba una personalidad narcisista, en la que destacaba la superioridad, la intensa preocupación por su persona y la nula conciencia de los demás. Fenichel describe "el don Juan del éxito", personas que sienten la compulsión de correr tras los éxitos y en los que su necesidad narcisista les exige verificar constantemente la capacidad de excitar a las mujeres. Reich desarrolla el carácter "fálico-narcisista" que dará lugar a sujetos ambiciosos, impulsivos, agresivos y arrogantes. Nemiah se centra en personas con "alteración de carácter narcisista", que destacan por una gran ambición, por aspirar a metas altas y poco realistas, por la intolerancia a las críticas y por una casi insaciable necesidad de admiración. Tartakoff describe individuos con "complejo de premio Nobel", caracterizados por su ambición por ganar algún premio o conseguir riquezas, ganar un Oscar o ser Presidente, de modo que sus fantasías de poder y de ser especiales les hacen actuar en su relación con los demás a través del mecanismo de "todo o nada".
Hasta Kohut (1968) y Kernberg (1970) no se denominará este conjunto de rasgos como trastorno narcisista de la personalidad. Para ambos autores, los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad destacarían por una excesiva absorción en sí mismos, ambición intensa, fantasías de grandiosidad, necesidad de ser admirados por sus cualidades y falta de empatía. Son sujetos que presentan sentimientos crónicos de aburrimiento, vacío e incertidumbre acerca de su identidad, y en su relación con los demás se caracterizan por la explotación de los otros y por sentimientos de envidia, defendiéndose contra tal envidia con la devaluación, la omnipotencia y el control de los demás.
La Asociación Americana de Psiquiatría, haciéndose eco del interés clínico que ha ido suscitando el trastorno lo incluye en 1980 en su clasificación de enfermedades mentales. Este trastorno narcisista de la personalidad se describe a partir de la presencia de una serie de criterios diagnósticos: pauta generalizada de grandiosidad, falta de empatía, hipersensibilidad a la evaluación de los demás y diversas alteraciones de las relaciones interpersonales: tendencia a la explotación interpersonal, sentimiento de categoría especial, solicitud de atención y admiración constantes, etc.
Esta descripción del trastorno narcista se refiere casi en su totalidad al contexto social americano o anglosajón. Teniendo presente las diversas definiciones, nos planteamos investigar cuáles de tales rasgos caracterizarían el narcisismo en otros contextos. A partir de una investigación y de diversas pruebas estadísticas destacamos una serie de rasgos como típicos del trastorno narcisista de la personalidad en otros contextos, como el español. Serían: una imagen distorsionada de uno mismo, el maquiavelismo, la dominancia-poder, el exhibicionismo y la falta de empatía.
Imagen distorsionada: el centro del mundo
"Soy una persona importante, mejor dicho: importantísimo. Soy el centro del universo y los demás existen para dar vueltas alrededor mío" (Rocchini). Los sujetos narcisistas se caracterizan por la inflación de la autoestima, la megalomanía o la grandeza del yo, que se traduce en egocentrismo, en sentimientos de omnipotencia, omnisciencia y poder especial. Ya Freud entendía la "hiperestimación" como un "estigma narcisista". A través de este sistema megalomaníaco se presenta una valoración de sí desmedida, que implica una idea de "categoría especial", un sentimiento "grandioso de la propia importancia" que les lleva a creer que tienen especiales talentos y habilidades. Los narcisistas suponen que sus problemas son únicos y que sólo podrán ser entendidos por otros individuos especiales. No es que, por ejemplo, digan mentiras conscientemente, sino que están convencidos de su posición superior y de la veracidad de su falsa realidad.
Un rasgo típico de la personalidad narcisista será la percepción egocéntrica de la realidad, a través de la cual sólo acepta aquella realidad que refuerza su propia grandiosidad. La realidad es aceptada sólo si tiene la función de espejo que devuelve una imagen positiva. Consecuentemente, negarán aquellos aspectos de la realidad que cuestionen su importancia o perfección. Así, his majesty the baby se convierte en el centro del mundo y del universo. Estos sujetos están preocupados por la comparación con los otros - la megalomanía conlleva la comparación, el tener que sentirse más grande que los demás - y por sentimientos de envidia.
El individuo narcisista está preocupado por fantasías de éxito, poder, brillo, belleza o amor ideal ilimitados. Presentan una gran ambición y altas expectativas no realistas. Esta situación les hace vivir una exaltación hipermaníaca, caracterizada por una excesiva omnipotencia y omnisciencia, sentimientos de placer por la existencia y un pronunciado optimismo. El sujeto siente todas las cualidades de perfección, gloria y triunfo. Grunberger llama a este estado "la alegría de vivir". Un paciente expresaba: "Cuando ando por la calle, tengo la sensación de que la gente se para a mi alrededor, como si las aguas del Mar Rojo se abrieran para que la atravesaran los judíos".
Estos individuos presentan una deformación narcisista del lenguaje. Una manifestación de la imagen distorsionada es el uso egocéntrico del lenguaje, que denota una desviación en la comunicación verbal, en la que el principal objetivo es impresionar y aumentar su autoestima más que comunicar. Vangelisti y otros se refieren al "narcisismo conversacional", que se caracteriza por un centramiento extremo en sí mismo en la conversación, con la exclusión de todo aquello que concierne a otro. Tal actitud se manifiesta en un uso excesivo del pronombre personal singular yo frente al pronombre personal en plural nosotros.
Otras consecuencias de su deformada imagen se pueden observar en comportamientos de la vida ordinaria: prepotencia ("usted no sabe quién soy yo") o exigencias de trato especial (¿cómo van a esperar su turno en una cola? ¿cómo les hacen perder segundos de su tiempo?). En ningún momento se les podrá contradecir o cuestionar.
Maquiavelismo: vale todo
"Sus habilidades eran útiles más que brillantes: firmeza para conseguir sus fines, flexibilidad para modificar sus intenciones, y sobre todo, el gran arte de someter sus propias pasiones, igual que las de los otros, al interés de sus ambiciones y colorear sus ambiciones con las más aparentes pretensiones de justicia y utilidad" (Gibbons).
"En las acciones de los hombres se atiende al resultado. Trata, pues, un príncipe de vencer y conservar su Estado y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos" (Maquiavelo).
El texto de Gibbons pertenece a su obra "La caída del imperio romano" y se refiere al emperador Diocleciano. Podría ser utilizado para describir la actuación de muchos líderes políticos, sociales o religiosos. Se suele observar que el ser humano, con tal de obtener éxito, prestigio y poder, es capaz de vender su alma al diablo, actuando de una manera maquiavélica.
Aunque Maquiavelo nunca utilizó la frase "el fin justifica los medios", ha pasado desgraciadamente a la posteridad como el inspirador de un modo de actuar en el que para conseguir lo que se pretende se pueden emplear todas las estrategias que se crean más idóneas.
El modo de obrar maquiavélico se traduce en una tendencia a ver a los otros como extensiones de uno mismo. El narcisista se caracteriza por la manipulación y la utilización de las demás personas y situaciones en beneficio propio. Los sujetos narcisistas suelen afirmar: "Esto es bueno para mí" y presentan una conciencia corruptible, en contraste con la moral rígida de la personalidad obsesiva. Estas personas son fieles reflejos de la era del plástico, de la era del usar y tirar. En su relación con los demás, funcionan como si tuvieran un mando a distancia y pasan como sobre brasas, rápida y nerviosamente, por todos los canales - personas -, según les interese o plazca.
En el contexto español se ha acuñado el término de la cultura de pelotazo, (del cañonazo) en Nicaragua - en la cual todo vale con tal de conseguir lo que uno quiere. Adela Cortina describe esta situación como la "ética del camaleón", según la cual lo importante es situarse en cada momento oportunamente. Lo fundamental es obtener éxito y éste se manifiesta casi exclusivamente en una supermillonaria cuenta financiera. El objetivo será hacer ganancias económicas y el estilo de vida se reduce a una cuestión aritmética: "el bien es el ingreso, el triunfo; el mal es perder, el fracaso". El escritor Antonio Gala dice que el español actual "no adora el becerro de oro sino el oro del becerro"...
Dominancia - poder: todo bajo control
"Yo lo soy todo. El mundo es sólo el escenario en el que obtener -utilizando a los demás - el propio placer" (Rocchini).
Es sugerente el estudio que realiza el psiquiatra italiano Rocchini sobre la clase política en Italia. No es extraño que llame a su trabajo "La neurosis del poder". Otras realidades no quedan muy lejanas de la italiana. Si nos acercamos a cualquier librería y hacemos un recorrido por los libros expuestos, destacaríamos títulos como: "Asalto al poder", "Duelo de titanes", "Banca y poder", "El último magnate", "Los secretos del poder", "Banqueros de rapiña", "El césar", "Los hijos del césar"... No podemos negar que todo lo relacionado con la intriga y el poder están de moda.
Los individuos narcisistas expresan conductas que tienen por objetivo el control de los demás. La omnipotencia del pensamiento implica la posibilidad de ejercer influencia sobre los objetos o el mundo circundante, lo que requiere negar la existencia del otro en cuanto que éste supone un principio de limitación de esa omnipotencia. La persona narcisista necesita y busca poder para contrarrestar la deficiencia de su propia realidad. Poder y control son dos caras de una misma moneda que utiliza para compensar y proteger su propia vulnerabilidad. El narcisismo es sinónimo de poder, el cual puede manifestarse o dependiendo de los demás o sometiendo a los demás a su voluntad. Sentimiento de tener derecho sobre otros, que implica unas expectativas de privilegios especiales respecto a los demás y una especial inmunidad ante las normales demandas sociales. Se traduce en orgullo, engreimiento y conciencia de exigir derechos propios.
Parásitos, tiranos, vengativos
Los narcisistas son sujetos ávidos de veneración y que no soportan en absoluto el más mínimo cuestionamiento de su posición dominante. Por ello, estos individuos ensayan diferentes métodos de parasitar o invadir el espacio psíquico de otros individuos, a fin de exaltar su propia omnipotencia. Son sujetos que reclaman admiración en todos y cada uno de sus rasgos y a su vez, exigen que se les considere en el grado máximo de perfección, como seres únicos, sin permitir que el objeto externo pueda dirigir su mirada de reconocimiento a nadie más. Establecen una relación tiránica, intentando forzar a los otros a que les brinden su admiración incondicional mediante el control sobre sus actos o pensamientos.
La desmesurada imagen de sí mismo le hará reaccionar a las críticas con un sentimiento de rabia, vergüenza o humillación, aunque no siempre lo exprese. Según Fromm, no hay furia más grande que la de un narcisista a quien se haya herido en su narcisismo. Perdonará cualquier cosa menos que le ofendan en su narcisismo. Aunque no lo demuestre, querrá vengarse porque tal acción es como matarlo. No aceptará la más mínima disidencia de aquellos que puedan estar a sus órdenes.
Freud hablaba del "narcisismo de las pequeñas diferencias", que se evidenciaría en la tendencia a suprimir al que es diferente de uno mismo , como en las guerras de religión o en muchos otros fenómenos de exasperada intolerancia, lo que lleva paradójicamente a odiar más a quien se aleja de manera mínima de la identidad de uno o del grupo, que a quien se aleja de ella más ampliamente. Freud ponía como ejemplo la milenaria conflictividad entre árabes e israelitas, ambos semitas y ambos pertenecientes a grandes religiones monoteístas, para expresar que una ligera diferencia de identidad es más amenazante para la integridad de sí mismo que una gran diferencia. Tal conducta se observa en determinados grupos cerrados en sí mismos o sectarios, sean políticos, religiosos o sociales, que anulan al antiguo discípulo rompiendo todo tipo de relaciones con él. De la anterior comunidad de vida se pasa al odio y a la indiferencia más absoluta, por haberse permitido disentir de la norma grupal.
Una persona envidiosa se siente siempre perseguida, pues cuando ataca envidiosamente a sus objetos, éstos, a través de la proyección, dejan de ser amorosos y se convierten en objetos persecutorios envidiosos. La persona envidiosa manifiesta ansiedad ante sus propias posesiones, ya que cree que los demás le tendrán envidia y se las quitarán. Su envidia crónica le hace incapaz de aceptar un apoyo genuino y real de su entorno.
Los sujetos narcisistas viven en una gran paradoja: necesitan mucho de los otros, pero son incapaces de aceptar su ayuda. En expresión de Kernberg, ésa es "la gran tragedia" de las personas narcisistas: son incapaces de mostrar un normal sentimiento de gratitud y devalúan al que les ofrece algo y la propia oferta. La existencia de la envidia es incompatible con la de un yo grandioso. La persona narcisista es incapaz de reconocer su envidia y utiliza el mecanismo de la devaluación de las cualidades de los otros para defenderse de su envidia y, de esa manera, aumentar su imagen grandiosa. Por un lado, se muestra intolerante ante las críticas, ya que éstas implican una demanda de cambio personal. Y por otro, aparece suspicaz, desconfiado, envidioso y con celos hacia lo que los otros tienen. La envidia le hace sentirse hostil y grosero con su entorno. La lógica que impera es la de la disyunción excluyente: "o yo o el otro".
Exhibicionismo: él es el mejor
En su análisis de la sociedad española actual, Alfonso Ussía describe una nueva especie de la fauna humana: el homo sapiens inalambricus, que se caracteriza por airear todas sus pasiones y sentimientos en público. No sólo no tiene ningún tipo de pudor, sino que le encanta exhibirse ante su posible auditorio.
El narcisismo puede ser definido como la conducta motivada por el placer de ser admirado. El exhibicionismo narcisista es la expresión clínica de la necesidad infantil de admiración, que se traduciría en el excesivo deseo o necesidad de atención y admiración, en una tendencia a presentarse como único y exclusivo. Las personas narcisistas se caracterizan porque su actividad se dirige primeramente a obtener el máximo de aclamación y aprecio. Su motivación para trabajar es exhibirse. Estos sujetos presentan, por esto, una tendencia especial hacia la ocupación social, eligiendo profesiones en la que puedan recibir gratificaciones públicas.
Se suele poner como ejemplo de esta dimensión exhibicionista al personaje del film "Casanova" de Fellini en una secuencia que lo refleja plenamente: Casanova es empujado, ante la presencia de los asistentes a una fiesta, a competir con un criado para determinar quién es capaz de tener más relaciones sexuales en un tiempo determinado. Toda la gimnasia sexual del héroe se realiza sin ningún goce erógeno y, al finalizar la competición en la que resulta triunfador, es patético el contraste entre su júbilo narcisista y el dolor de su compañera ocasional, simple medio para probar la superioridad narcisista de Casanova.
Esa necesidad de continua aprobación exige un gran esfuerzo. El yo grandioso es un insaciable consumidor de experiencias externas. Ningún detalle puede quedar olvidado: desde preocuparse por la apariencia corporal hasta la lectura del último autor de moda. No olvidemos que su objetivo no es el ser sino la pose. Tiene miedo a su interior, a profundizar en sí mismo y, por ello, sólo le preocupa la apariencia. Esos esfuerzos conllevan un costo psicológico que aumenta la debilidad y fragilidad de la personalidad narcisista.
Falta de empatía: sin emociones
"Hitler mostraba la seguridad de sonámbulo que sólo tiene una persona extremadamente narcisista. Hitler no se interesaba por nadie, de manera que estaba libre de todo sentimiento cálido. Podía mostrar una agresividad sin límites aun contra sus colaboradores principales, alternándola con gestos y sonrisas benévolas y amables. Con otras palabras, mediante esta conducta les hacía sentirse como niños pequeños, ofreciéndose como el ídolo que todo lo sabe, todo lo puede y todo lo castiga" (Erich Fromm).
Se entiende por empatía la capacidad de sentir con otro. La empatía implica compartir la emoción percibida en otro. La empatía es una respuesta emocional que brota del estado emocional de otro y que es congruente con dicho estado. Sin embargo, no pasamos por alto la distinción del aspecto como si, diferenciación mínima entre uno mismo y otro. Es decir, podemos intentar situarnos en la piel del otro, pero hay que tener claro que en ningún momento podemos ser la otra persona.
La nula empatía expresa la incapacidad para reconocer y experimentar lo que los otros sienten. La ausencia de empatía es típica de la patología narcisista. El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por la negación de los sentimientos. La inhibición de la expresión de los afectos y emociones tiene lugar porque el narcisista piensa que al expresarlos se vuelve vulnerable. Las personas narcisistas se defienden ante un posible daño no necesitando o no expresando deseos.
Los sujetos narcisistas presentan dificultades para captar características propias de las personas con las que tienen conexiones íntimas: pareja, amigos, familiares. El narcisista vive en el mundo como si fuera un habitante de otro planeta y difícilmente consigue percibir lo que sucede a su alrededor. De ese modo, no se comprometen profundamente con nadie y, al mismo tiempo, se alejan del conocimiento de sí que les podría procurar esa relación.
Sin perder nunca los estribos
El narcisismo se define no tanto por la falta de expresión libre de las emociones cuanto por el repliegue sobre sí mismo: nada de excesos, de desbordamientos, de tensión que lleve a perder los estribos. Los individuos aspiran cada vez más a un desapego emocional, motivado por los riesgos de inestabilidad que sufren en sus relaciones interpersonales. Su objetivo es no depender de nadie, no atarse a nada.
El miedo a la decepción, el miedo a las pasiones descontroladas expresan lo que Lasch denomina "the flight from feeling" (la huida ante el sentimiento). No es raro, por esto, que se produzca una potenciación del cool sex. Se trata de enfriar el sexo, de eliminar cualquier tensión emocional, con el objetivo de llegar a un estado de indiferencia y desapego. Se trata del fin de la cultura sentimental, el fin del happy end, el fin del melodrama y el nacimiento de una cultura cool, en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia,bien defendido de sus pasiones y de las de los demás.
En nuestra sociedad, del no sentir se ha pasado a la comercialización de los sentimientos. Es curioso que en una sociedad en la que se anulan los sentimientos tengan gran éxito programas de radio y televisión en los que diversas personas desnudan su alma frente a un auditorio anhelante por escuchar sus miserias y penalidades. Podríamos preguntarnos si el objetivo de tales programas es comunicar, provocar una comprensión empática o realizar un puro exhibicionismo.
No olvidemos que ya en 1914, Freud se refería a la imposibilidad de ayudar al psicótico por ser éste tan narcisista que era incapaz de crear una transferencia con el terapeuta. No podía captar algo externo a él mismo, pues lo único real era lo que había en su interior, lo que atañía a sus ideas y a su personalidad y no lo que pertenecía al mundo exterior.
Enormemente inseguro, siempre insatisfecho
¿"Dime de qué presumes y te diré de qué careces", dice el refrán. A pesar de la omnipotencia, la grandiosidad y la hiperestima, el narcisismo puede considerarse como un espejo mágico que falsifica la realidad del desamparo y de la impotencia del ser humano, reflejando una omnipotencia que no tiene. El narcisismo aparece como una formación reactiva, un mecanismo de defensa mediante el cual el sujeto actúa de manera totalmente distinta a como se siente o auténticamente es.
Al igual que en la obra de Oscar Wilde "El retrato de Dorian Gray", Narciso presenta una fachada que protege y esconde su verdadera identidad: inseguridad, vulnerabilidad. La imagen se destruye y desmorona al confrontarla con la realidad y provoca la destrucción del sujeto. En otra obra, "El cumpleaños de la infanta", Oscar Wilde describe a un enano cuyas ilusiones acerca de la magnificencia de su yo se colapsan cuando súbitamente ve su imagen en el espejo de la verdad.
El individuo narcisista aparece externamente como un sujeto con gran seguridad. Se trata de un mecanismo de defensa. El narcisista necesita su narcisismo y vive para alimentarlo. Es enormente inseguro, porque ninguno de sus sentimientos, ninguna de sus ideas, nada suyo, se funda en la realidad.
El narcisista está tan seguro porque no le interesa cómo son las cosas. Su seguridad se debe a que cree cierto lo que piensa, sólo porque es él quien lo piensa. A su vez, tiene una gran necesidad de ver confirmado su narcisismo, porque de lo contrario empieza a dudar de todo. Contrariamente a la creencia común, el narcisismo patológico no debe ser equiparado al extremo amor propio, sino más bien a la falta crónica y dolorosa del amor propio. Por ello, el narcisista realiza esfuerzos insaciables por sustituir el amor por la admiración externa.
El narcisismo no se identifica con la autoafirmación, sino con la pérdida de identidad. Hace referencia a un yo amenazado por la desintegración y por una sensación de vacío interior. El narcisista no se quiere, quiere quererse, pero siempre está insatisfecho consigo mismo, siempre se ve manifiestamente mejorable y, por ello, siente la necesidad compulsiva y esclavizante de maquillarse y embellecerse continuamente.
Sobre la misma idea ya había trabajado Horney, distinguiendo la "auténtica estima del yo" de la "inflación del yo". La verdadera estima del yo se apoya en las cualidades que una persona posee realmente, mientras que la inflación del yo le hace atribuirse, ante sí mismo y ante los otros, unas cualidades y hazañas sin fundamento real. Estima del yo e inflación del yo se excluyen.
El narcisismo es completamente diferente del amor a sí mismo. El narcisista no se ama, no está satisfecho de sí y por eso es codicioso. La codicia siempre es consecuencia de una grave frustración, ya sea codicia de poder, de comida o de cualquier cosa. La codicia se debe siempre a un vacío interior. He aquí la gran paradoja de la personalidad narcisista; por un lado es incapaz de captar nada externo a sí mismo y por otro, necesita constantemente el apoyo, la confirmación del suministro exterior narcisista para el mantenimiento de su autoestima. Romano utiliza el término "baluarte narcisista" para referirse a un sistema defensivo que utiliza el yo, con el objetivo de mantener, de modo rígido y estereotipado, una estructura que evita la realidad y tiende a conservar incólumes los sistemas ideales, ya anacrónicos.
Siempre a la defensiva, siempre solo
Cuando, por diferentes razones, la conexión con los objetos narcisistas se rompe, la persona narcisista cae en el extremo opuesto y muestra una apariencia totalmente distinta: negatividad, dificultades. Comienza lo que Giovacchini ha denominado "la desgracia (o fracaso) narcisista", cuando el paciente deja de obtener suficientes suministros narcisistas de su entorno.
Tal situación va acompañada de rabia narcisista, devaluación y reacción contra el objeto o ambiente externo. El paciente entra en una soledad grandiosa y comienza a incrementar las fantasías megalómanas acerca de sus cualidades y talentos. El costo del narcisismo es la soledad, la renuncia a la relación con los demás, ya que ésta implicaría una terrible relación de dependencia, riesgo de abandono y herida narcisista por el sometimiento humillante. La actitud narcisista aprendida en la infancia facilita la vulnerabilidad del sujeto ante la pérdida del amor y la valoración de los otros, lo que origina la búsqueda permanente de vinculaciones afectivas autorreferenciales, solipsistas y solitarias.
Esa soledad narcisista - la atención permanente a su propio yo - es una soledad precaria, atesoradora, explotadora y, a veces, chantajista. Miller resume esta idea en la expresión inner prison: el sujeto narcisista vive como en una prisión interna que poco a poco le aísla del entorno. Por todo ello, la curación del narcisismo no puede ser otra que la interacción y la aceptación de la dependencia.
Alienación personal y conducta antisocial
"Somos lo que somos a partir de nuestra relación con otros" (Mead). Potenciar el individualismo tenía sentido frente a un pasado que uniformizaba. La "gran cadena del Ser" llamaba Charles Taylor a esa jaula que envolvía al ser humano. Durante siglos, el orden social ha sido fijo e inmutable. Todo estaba ya predefinido: el que nacía pebleyo moriría plebeyo. Esta jaula era apoyada por una falsa concepción de Dios en cuanto legitimador de ese orden fijo. Por el contrario, actualmente se corre el peligro de absolutizar lo individual. Los principios rectores de la acción del individuo son el autodesarrollo y la felicidad personal. El individuo se ha convertido en el objetivo predominante y en la vara de medir del proceso de formación de los valores y actitudes. El ideal de autonomía individual es el gran ganador de la condición postmoderna, en parte a costa de obligaciones y compromisos relacionados con la vida familiar y con la vida comunitaria en general.
Es difícil aceptar la interpretación de Marcuse, según la cual Narciso rehusa mirar fuera, a la sociedad represiva, y lo presenta como un luchador frente a la represión social. Si se da ese rechazo a la sociedad por su represión, los efectos del rechazo no repercuten de manera positiva en el propio sujeto, no le liberan, sino que provocan su destrucción y aislamiento. El propio individualismo de Narciso no aporta ningún bien positivo ni para sí mismo ni para la sociedad. Es distinto del individualismo concebido según el esquema de Adam Smith, el cual beneficiaria a la sociedad a largo plazo. Al contrario, el individualismo narcisista sumerge al individuo en una alienación personal y en una conducta antisocial.
En oposición a los que defienden los efectos beneficiosos del individualismo, otros describen consecuencias bien distintas de tales planteamientos. El resultado es un hombre "unidimensional" (Marcuse), fragmentado y con "pensamiento débil", que se aísla del entorno y en su privacidad se dedica al goce de sí mismo. López-Yarto ha descrito a estos nuevos tipos como "hombres con mentalidad de diosecillos". Tales sujetos encuentran su correlato sociológico y un caldo de cultivo idóneo en el narcisismo de la cultura actual.
Ante la carencia de un proyecto universal, el hombre occidental se refugia en la subjetividad, en la esfera privada y en el culto a la individualidad. Cada sujeto es el centro del mundo y del universo. Nuestra civilización occidental se caracteriza por perder de vista las necesidades del otro. A pesar de tener miles de ventanas - televisión, radio, prensa- para observar el entorno, no capta la realidad externa. Por tener una anestesia social, y por buscar compulsivamente utensilios o experiencias que satisfagan la necesidad de gratificaciones inmediatas, vemos los hechos sin que nos afecten o interpelen. Es una cultura del yo en primer lugar.
El culto al individuo puede dar lugar a la egocracia. Una cultura de este tipo es una cultura anoréxica, la de la desgana, la expulsión y el rechazo, resultado evidente de una fase obesa, saturada y pletórica. El pensamiento postmoderno sería expresión de la cultura cansada del balneario del Primer Mundo. Hoy en día se potencia el sumergirse en el presente y vivir la vida, entendida únicamente como mi presente y mi vida. El narcisismo individualista se manifiesta en una propensión hacia la seguridad y la ausencia de compromiso. Muchos sujetos se resguardan en el individualismo y en las experiencias inmediatas: la sexualidad, el baile, los deportes, la droga. Como afirma González Faus, la vida es tan dura y tan insoportable, que vale más morirse viviendo bien que conservarla privándose de vivir bien.
Ser humano es ser persona
La alternativa a Narciso no es válida. Frente a la realidad actual, Narciso aparece como desmemoriado y acrítico. Ante la carencia de solidaridad con los maltratados de la historia, la postmodernidad más que un sujeto débil nos ofrece un sujeto fatigado y decrépito. Sin la aceptación del otro como valioso en sí, es difícil que surja la solidaridad y el reconocimiento recíproco que posibilite un giro copernicano del yo como único centro al tú como lugar de realización personal.
El desarrollo humano no se realiza en un tubo de en- sayo, como una experiencia de laboratorio. Continuamente se está operando con el propio entorno. La maduración auténtica de la persona exige la mediación de la relación interpersonal. No hay personalización sin desarrollo de la alteridad. Es verdad que hay un concepto de individuo en positivo y que es positivo todo aquello que desarrolla la necesidad del sujeto de ser autónomo y responsable de sus actos. Sin embargo, ya etimológicamente individuo significa no-dividido. Por tanto, no es el término individuo sino el término persona el que define bien lo humano del hombre. Ser humano es ser persona y ser persona es ser en relación, es ser diálogo, vivir en diálogo e interacción con otros.
Hoy más que nunca es necesario salir de sí y aceptar al otro y a la interacción humana como valiosa en sí misma, para ir creando un nosotros en el que cada uno sea libre y responsable ante los demás. Más que construir muros para aislarnos o espejos que sólo reflejen nuestra propia imagen, hay que fomentar la gran ciudad de las paredes transparentes. No para hacer de la tierra un paraíso, lo cual sería caer en la quimera prometeica y nunca sería realizable. Sino para el logro de una meta más modesta, pero más humana: que el hombre sea hombre para el hombre.
José Luis Trechera Herrera
http://ethosvirtual.blogspot.com/2008/05/epidemia-de-nuestro-tiempo.html
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