El movimiento feminista moderno, que nace en 1963 con la publicación de la Mística Femenina de Betty Friedan, tenía como meta "el problema que no tenía nombre". Ese problema, tal como Friedan lo describió, consistía en el vacío interior que las mujeres norteamericanas sentían en medio de su tranquila y próspera vida como amas de casa, madres y esposas. "Cada esposa urbana luchó con él en soledad", escribió Friedan. "Ella hacía las camas, compraba en el mercado, y guardaba el material en sus envases, comía sandwiches de mantequilla de cacahuete con sus hijos, hacía de chofer para el club de Boy Scouts, yacía junto con su marido por la noche - ella tenía miedo de hacerse la pregunta silenciosa: ¿esto es todo?"
La angustia existencial descrita por Friedan resonó en muchas mujeres en los sesenta y setenta. Y la solución que propuso -que la mujer debe realizarse plenamente en su carrera profesional y política, más que en la familia y el matrimonio- pronto llegaría a ser el mantra de toda una generación. El consecuente movimiento de liberación de la mujer avivó la conciencia sobre los derechos de la mujer en la sociedad norteamericana y llevó en números sin precedentes a la mujer a la educación universitaria.
Este movimiento también cambió radicalmente las relaciones entre los sexos, iniciando una revolución sexual que festejaba la promiscuidad, la denostación del matrimonio, y acaudilló cuatro décadas de convulsión cultural. Las semillas de esta confusión se sembraron antes del nacimiento del movimiento feminista moderno; pero el feminismo moderno proporcionó los asideros ideológicos para el desmoronamiento de los roles y costumbres de la cultura americana sacudiendo a la familia en su centro.
Los niños educados en esos años fueron conejillos de indias de un experimento social basado en ideas feministas radicales, que incluían el divorcio sin culpa y la revolución del "day care". Presenciaron la guerra entre sexos, los juegos malabares de las madres solteras y la dilatada adolescencia de sus padres que habían sido "liberados" de las exigencias de la fidelidad y la responsabilidad sexual.
Ellos también vieron como el movimiento de liberación de la mujer se transformó en algo más allá de sus idealistas principios de los comienzos, sus líderes se convirtieron en obsesas promotoras del acceso sin restricción al aborto y la contracepción, los derechos del colectivo gay, y a una agenda política militantemente secularista. Más que servir como plataforma para las mujeres que querían participar plenamente en la política o en sus profesiones, las feministas radicales se convirtieron en fieras críticas con las mujeres que se encontraban realizadas con sus familias o con valores convencionales de sentido común.
No sorprende por tanto que las jóvenes americanas que crecieron en medio de ese caos tuvieran fundadas sospechas sobre los motivos y sobre los ideales del feminismo radical. Cuando fueron mayores de edad más que abrazar el movimiento de liberación de la mujer, muchas de ellas se distanciaron con repugnancia. Los grupos feministas fundados en los sesenta por líderes como Friedan ahora luchan por atraerse a la juventud y mantener su influencia política. El Wall Street Journal informó recientemente que los donativos políticos para la Organización Nacional de la Mujer habían caído drásticamente en los últimos años, de 327.000 dólares en 1992 a sólo 44.000 en 2004. NARAL Pro Choice America, otro grupo a favor del derecho al aborto dirigido por radicales feministas, ha admitido públicamente la dificultad de movilizar a las jóvenes. "Años de progreso de la salud de la mujer, libertad reproductiva e intimidad personal están en peligro" nos advertía su presidente Nancy Keenan el otoño pasado. "Necesitamos reunir una nueva generación de mujeres jóvenes entorno a nosotras que preserven y protejan el derecho a la libertad de elección que tan duro nos fue ganar".
Es más fácil decir que hacer. La estadística muestra consistentemente que hoy las jóvenes son más pro-vida que sus colegas maduras, y es más difícil identificarlas como feministas. Estudios en varias naciones occidentales muestran que las mujeres trabajadoras se lamentan por su anhelo insatisfecho de poder estar más tiempo en casa con sus hijos. Y los investigadores del Centro Estadístico Nacional de Salud han detectado recientemente una caída en el porcentaje de mujeres que usan métodos contraceptivos durante los años en los que pueden ser madres, una señal de que la mujer americana no ha sido persuadida por las feministas radicales que consideran la fecundidad como una maldición.
Las jóvenes americanas tienen un sentido intuitivo de la igualdad de sexos, y muchas desean participar plenamente en sus profesiones o en la vida pública. Pero hay una creciente actitud de sospecha sobre lo que el movimiento feminista radical define como realización en términos puramente materialistas, tal como el poder político, el logro profesional o la libertad sexual.
Las feministas radicales consideran insistentemente que la igualdad de la mujer se define como el derecho a matar al hijo no nacido Una mujer joven me explicaba recientemente -mientras mecía a su recién nacida- que esa visión retorcida de la igualdad no tenía ningún atractivo para ella: "como ellas dicen: tú eres libre de amputarte una parte de ti. ¿Qué voy a encontrar de atractivo en ello?".
Lo que atrae a jóvenes como ésta es el feminismo auténtico un "nuevo feminismo" que respeta la igualdad de la mujer y reconoce sus especiales dones así como la particular llamada a defender a los débiles entre nosotros.
La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, el "talento de la mujer", reside en la receptividad natural a la vida como se revela en toda la estructura de su cuerpo. La mujer tiene un poder especial y responsabilidad de testimoniar el significado mismo del amor por que La experiencia de la maternidad favorece una aguda sensibilidad hacia las demás personas. En efecto, la madre acoge y lleva consigo a otro ser, le permite crecer en su seno, le ofrece el espacio necesario, respetándolo en su alteridad. Así, la mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por el hecho de ser persona y no de otros factores, como la utilidad, la fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud. Esta es la premisa insustituible para un auténtico cambio cultural.
Esta visión de la mujer para cambiar el mundo es mucho más atractiva a las jóvenes que el poder político del feminismo radical. Muchos han respondido a esta visión uniéndose en iniciativas como ENDOW (Educando la Naturaleza y la Dignidad de la Mujer) con base en Denver. El nuevo feminismo adoptado por éstas jóvenes no es el retrato de un pasado idealizado, o el rechazo de las conquistas de la mujer en el mundo; sino que es el esfuerzo por proclamar la dignidad de la mujer al hacer un llamamiento a defender la dignidad de cada persona humana, incluso y especialmente la de los niños en el vientre materno.
No es de extrañar que la nueva respuesta al "problema que no tiene nombre" es mucho más interesante que la vieja. Mientras que el feminismo radical dice a las mujeres que se sumerjan en sí mismas en la búsqueda de poder y placeres finitos, el nuevo feminismo nos llama a llenar el vacío interior
Colleen Carroll Campbell
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