- Masas Criminales

Debido al hecho que las masas, luego de un período de excitación, pasan a un estado puramente automático e inconsciente en el cual resultan guiadas por sugestión, parece difícil calificarlas en cualquier caso como criminales. Retengo esta calificación errónea sólo porque ha sido definitivamente puesta de moda por investigaciones psicológicas recientes. Ciertos actos de las masas son seguramente criminales cuando se los considera meramente en si mismos, pero criminales en todo caso de la misma forma en que lo es el acto de un tigre devorándose a un hindú después de haberle permitido a sus cachorros el despedazarlo por diversión.



El motivo usual de los crímenes de las masas es una sugestión poderosa, y los individuos que participan de tales crímenes están después convencidos de que actuaron obedeciendo a su deber, algo que está lejos de ser el caso del criminal común.

La historia de los crímenes cometidos por las masas ilustra lo que antecede.

El asesinato de M. de Launay, el gobernador de la Bastilla, puede ser citado como un ejemplo típico. Después de la toma la fortaleza, el gobernador, rodeado por una masa muy excitada, recibió golpes desde todas las direcciones. Se propuso colgarlo, cortarle la cabeza o atarlo a la cola de un caballo. Mientras forcejeaba, accidentalmente le dio un puntapié a uno de los presentes. Alguien propuso, y la sugerencia fue inmediatamente aceptada por la masa, con aclamación, que el individuo que había recibido el puntapié le cortara la garganta al gobernador.

“El individuo en cuestión, un cocinero sin trabajo, cuya principal razón de estar en la Bastilla fue mera curiosidad por enterarse de lo que sucedía, estima que, puesto que ésta es la opinión general, la acción es patriótica y hasta cree que merece una medalla por haber destruido a un monstruo. Con una espada que le prestan, asesta un golpe al cuello desnudo, pero el arma está algo mellada y desafilada por lo que saca de su bolsillo un pequeño cuchillo de mango negro y (en su calidad de cocinero tendría experiencia en cortar carne) ejecuta la operación con éxito.”

El desarrollo del proceso arriba indicado se ve claramente en este ejemplo. Tenemos obediencia a una sugestión que es tanto más fuerte cuanto que procede de un origen colectivo y la convicción del asesino de que ha cometido un acto muy meritorio, una convicción tanto más natural al ver que goza de la aprobación unánime de sus conciudadanos. Un acto de este tipo puede ser considerado criminal legalmente pero no psicológicamente. [ [26] ]

Las características generales de las masas criminales son precisamente las mismas que aquellas que hemos encontrado en todas las masas: apertura a la sugestión, credulidad, variabilidad, exageración de buenos o malos sentimientos, la manifestación de ciertas formas de moral, etc.

Hallaremos todas estas características presentes en una masa que ha dejado tras de si en la Historia francesa las memorias más siniestras – la masa que perpetró las masacres de Septiembre. De hecho, ofrece muchas similaridades con la masa que cometió las masacres de San Bartolomé. Tomo prestados los detalles de la narración de M. Taine quien las extrajo de fuentes contemporáneas.

No se sabe exactamente quien dio la órden o hizo la sugerencia de vaciar las prisiones masacrando a los prisioneros. Si fue Danton, como es probable, o algún otro no importa, ya que el único factor de interés para nosotros es la poderosa sugestión recibida por la masa encargada de esta masacre.

La masa de asesinos ascendía a unas trescientas personas y era una masa heterogénea perfectamente típica. Con la excepción de un muy pequeño número de delincuentes profesionales, estaba mayormente compuesta por comerciantes y artesanos de todos los oficios: zapateros, herreros, peluqueros, albañiles, oficinistas, mensajeros, etc. Bajo la influencia de la sugestión recibida, estaban perfectamente convencidos – de la misma manera que el cocinero antes citado – de que debían ejecutar un deber patriótico. Desempeñan la doble función de juez y verdugo pero ni por un momento se consideran criminales.

Profundamente conscientes de la importancia de su deber, comienzan formando una especie de tribunal y, en relación con este acto, se observa inmediatamente la ingenuidad de las masas y su rudimentaria concepción de la justicia. Considerando el gran número de los acusados, se decide que, para empezar, los nobles, los sacerdotes, los oficiales y los miembros del servicio doméstico del rey – en una palabra: todos los individuos cuya simple profesión es prueba de su culpabilidad a los ojos de un buen patriota – serán aniquilados en masa no habiendo necesidad de una decisión especial en sus casos. El resto será juzgado en base a su apariencia personal y su reputación. En esta forma la conciencia rudimentaria de la masa queda satisfecha. Podrá ahora proceder legalmente con la masacre y dar rienda suelta a aquellos instintos cuya génesis he indicado en otra parte y que las colectividades siempre tienen la capacidad de desarrollar en alto grado. Estos instintos, sin embargo – como es reiteradamente el caso de las masas – no impedirán la manifestación de otros sentimientos contrarios, tales como ternura, frecuentemente tan extremas como la ferocidad.

“Poseen la simpatía expansiva y la espontánea sensibilidad del trabajador parisino. En el Abbaye, uno de los federados, al enterarse de que los prisioneros han sido dejados sin agua por veintiséis horas, estuvo a punto de matar al guardiacárcel y lo hubiera hecho de no haber sido por el ruego de los propios prisioneros. Cuando un prisionero es declarado inocente (por el improvisado tribunal) todo el mundo, guardias y verdugos incluidos, lo abraza con raptos de alegría y aplaude frenéticamente,” después de lo cual recomienza la masacre masiva. Durante su transcurso, nunca cesa de reinar una agradable alegría. Se baila y se canta alrededor de los cadáveres y se colocan bancos “para las damas”, encantadas de ser testigos de la muerte de aristócratas. Más aún, continúa la exhibición de una especial forma de justicia.

En el Abbaye, un verdugo se queja de que las damas colocadas un poco lejos no veían bien y que sólo pocas de las presentes han tenido el placer de golpear a los aristócratas. La justicia de la observación es admitida y se decide que las víctimas deberán pasar lentamente entre dos filas de verdugos que tendrán la obligación de golpearlas con el dorsos de sus espadas solamente tanto como para prolongar la agonía. En la prisión de la Force las víctimas son completamente desnudadas y literalmente “grabadas” durante media hora, después de lo cual, cuando todo el mundo ha tenido una buena visión, se los liquida con un golpe que pone al descubierto sus entrañas.

Los verdugos también tienen sus escrúpulos y exhiben un sentido moral cuya existencia en las masas ya hemos señalado. Se rehúsan a apropiarse del dinero y las joyas de sus víctimas y llevan estas pertenencias a la mesa de los comités.

Estas rudimentarias formas de razonar, características de la mente de las masas, son siempre rastreables en todos sus actos. Así, después de la masacre de 1.200 o 1.500 enemigos de la nación, alguien hace el comentario – y su sugerencia es adoptada de inmediato – que los demás prisioneros, aquellos entre quienes se encuentran mendigos, vagabundos y prisioneros jóvenes, en realidad constituyen bocas inútiles de las que sería útil librarse. Además, entre ellos seguramente habrá enemigos del pueblo, una mujer de nombre Delarue, por ejemplo, la viuda de un envenenador: “Debe estar furiosa por hallarse en prisión; si podría, incendiaría a París: debe haber dicho eso; ha dicho eso. Otra de la que es bueno librarse.” La demostración parece convincente y los prisioneros son masacrados sin excepción, incluyendo en la cantidad a unos cincuenta niños de entre doce y diecisiete años de edad, quienes, por supuesto, pueden convertirse en enemigos de la nación y de quienes, en consecuencia, era claramente mejor librarse.

Al final de una semana de trabajo, finalizadas todas estas operaciones, los verdugos pueden pensar en reponerse. Profundamente convencidos de que han servido bien a su país, se dirigieron a las autoridades demandando una recompensa. Los más ardientes llegaron tan lejos como para reclamar una medalla.

La historia de la Comuna de 1871 ofrece varios hechos análogos a los que anteceden. Dada la creciente influencia de las masas y las sucesivas capitulaciones ante ellas por parte de quienes detentaban la autoridad, estamos destinados a ser testigos de muchos otros de similar naturaleza.

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Nicolás Maquiavelo:

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven.

1948 - George Orwell


Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Ahora comprenderás lo que significa el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo.

Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.

Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?