- Los conductores de masas

Ni bien se junta cierto número de seres vivientes, tanto sean animales como seres humanos, instintivamente se colocan bajo la autoridad de un jefe. En el caso de las masas humanas el jefe con frecuencia no es nada más que un pandillero o un agitador, pero como jefe juega un papel importante. Su voluntad es el núcleo alrededor del cual obtienen identidad y se agrupan las opiniones de la masa. Constituye el primer elemento para la organización de masas heterogéneas y allana el camino para su organización en sectas. En el ínterin, las dirige. Una masa es un rebaño servil, incapaz de estar sin un amo.



El conductor con mucha frecuencia ha comenzado siendo uno de los conducidos. Él mismo ha sido hipnotizado por la idea en cuyo apóstol se ha convertido. Ha tomado posesión de él en tal grado que todo lo que está fuera de ella desaparece y toda opinión en contrario le parece un error o una superstición. Un ejemplo que hace al caso es el de Robespierre, hipnotizado por las ideas filosóficas de Rousseau y empleando los métodos de la Inquisición para propagarlas.

Los conductores de los cuales estamos hablando son con mayor frecuencia hombres de acción que pensadores. No están provistos de una clara capacidad de previsión, ni podrían estarlo ya que esta cualidad por lo general conduce a la duda y a la inactividad. Resultan reclutados especialmente de las filas de aquellas personas eternamente nerviosas, excitables, medio degeneradas que bordean la locura. Por más absurda que sea la idea que sustentan o la meta que persiguen, sus convicciones son tan fuertes que todo razonamiento es tiempo perdido con ellos. El rechazo y la persecución no los afectan, o bien sólo sirven para excitarlos aún más. Sacrifican su interés personal, su familia – todo. El mismo instinto de autoconservación está completamente bloqueado en ellos, y a tal punto que con frecuencia la única recompensa que solicitan es la del martirio. La intensidad de su fe le otorga un gran poder de sugestión a sus palabras. La multitud está siempre dispuesta a escuchar al hombre de fuerte voluntad que sabe como imponérsele. Las personas reunidas en una masa pierden toda fuerza de voluntad y se dirigen instintivamente hacia la persona que posee la cualidad de la que ellos carecen.

Las naciones nunca han carecido de conductores pero de ninguna manera la totalidad de ellos ha estado animada por aquellas firmes convicciones que son las propias de los apóstoles. Estos conductores son con frecuencia sutiles retóricos, que buscan solamente su propio interés personal tratando de persuadir mediante el halago a los bajos instintos. La influencia que pueden ejercer de esta manera puede ser muy grande pero es siempre efímera. Los hombres de ardiente convicción que han inspirado el alma de las masas, los Pedro el Ermitaño, los Lutero, los Savonarola, los hombres de la Revolución Francesa, sólo han ejercido su fascinación después de haber sido ellos mismos fascinados en primer lugar por un credo. Después de ello han sido capaces de hacer emerger en las almas de sus congéneres esa formidable fuerza conocida como fe que convierte al hombre en un absoluto esclavo de su sueño.

El despertar la fe – ya sea religiosa, política o social, ya sea la fe en una tarea, una persona o una idea – ha sido siempre la función de los grandes conductores de masas y es por ello que su influencia ha sido siempre muy grande. De todas las fuerzas a disposición de la humanidad, la fe ha sido siempre una de las más tremendas y el Evangelio con justa razón le atribuye el poder de mover montañas. El dotar a una persona con fe es multiplicar su fuerza por diez. Los grandes acontecimientos de la historia fueron producidos por oscuros creyentes quienes, aparte de su fe, tenían muy poco a su favor. No es con la ayuda de los instruidos, o de los filósofos, y menos aún de los escépticos, que surgieron las grandes religiones que convirtieron al mundo o los vastos imperios que se extendieron de un hemisferio a otro.

Sin embargo, en los casos citados tenemos a grandes conductores y éstos son tan escasos que la Historia los puede reconocer con facilidad. Forman la cúspide de una serie continua que se extiende desde estos poderosos amos de hombres hasta el trabajador que en la brumosa atmósfera de una posada lentamente fascina a sus camaradas martilleándole incesantemente en los oídos un conjunto reducido de frases, cuyo propósito apenas si comprende, pero cuya aplicación, de acuerdo con él, tiene que traer consigo seguramente la realización de todos los sueños y de todas las esperanzas.

En toda esfera social, desde la alta hasta la más baja, ni bien una persona deja de estar aislada, rápidamente cae bajo la influencia de un conductor. La mayoría de las personas, especialmente entre las masas, no posee ideas claras y razonadas sobre cualquier asunto, aparte de las relacionadas con su especialidad. El conductor les sirve de guía. Es tan sólo posible que pueda ser reemplazado por las publicaciones periódicas que fabrican opiniones para sus lectores proveyéndolos de frases hechas que les evitan el trabajo de razonar.

Los conductores de masas ostentan una autoridad muy despótica y este despotismo es, verdaderamente, una condición para obtener un séquito. Con frecuencia se ha destacado la facilidad con la que imponen obediencia de la sección más turbulenta de las clases trabajadoras a pesar de carecer de todo medio que respalde su autoridad. Fijan las horas de trabajo y los salarios, y decretan huelgas que comienzan y terminan a la hora que ellos ordenan.

En la actualidad, estos líderes y agitadores tienden más y más a usurpar el lugar de las autoridades públicas en la misma medida en que estas últimas permiten ser cuestionadas y disminuidas en fuerza. La tiranía de estos nuevos amos tiene por resultado que las masas los obedecen con mucha mayor docilidad que la que han tenido para con cualquier gobierno. Si, por cualquier accidente, los conductores son removidos de la escena, la masa retorna a su estado original de colectividad sin cohesión o fuerza de resistencia. Durante la última huelga de los empleados de los ómnibus de París, el arresto de los dos líderes que la dirigían fue instantáneamente suficiente para terminarla. No es la necesidad de libertad sino la de servidumbre la que siempre predomina en el alma de las masas. Están tan inclinadas a la obediencia que instintivamente se someten a quienquiera que declare ser su amo.

Estos pandilleros y agitadores pueden ser claramente divididos en dos clases. La primera incluye a los hombres enérgicos que poseen, aunque sólo intermitentemente, mucha fuerza de voluntad; la otra a aquellos, por lejos más escasos que los anteriores, cuya fuerza de voluntad es duradera. Los primeros son violentos, bravíos y audaces. Son especialmente más útiles para dirigir una empresa violenta decidida de improviso, para arrastrar consigo a las masas a pesar del peligro y a transformar en héroes a los hombres que hasta ayer no más eran reclutas. Hombres de este tipo fueron Ney y Murat bajo el Primer Imperio y un hombre así en nuestro tiempo fue Garibaldi, un aventurero sin talento pero enérgico que consiguió, con un puñado de hombres, hacerse del antiguo reino de Nápoles a pesar de que estaba defendido por un ejército disciplinado.

Aún así, a pesar de que la energía de los conductores de esta clase es una fuerza a tener en cuenta, resulta transitoria y apenas si sobrevive a la causa incitante que la ha puesto en juego. Una vez que han retornado al curso natural de sus vidas, los héroes animados por esta clase de energía frecuentemente evidencian, como fue el caso de quienes acabo de citar, la más asombrosa debilidad de carácter. Parecen ser incapaces de reflexión y de conducirse bajo las circunstancias más simples a pesar de que fueron capaces de conducir a otros. Estos hombres son conductores que no pueden ejercer su función excepto bajo la condición de ser conducidos ellos mismos y continuamente estimulados, teniendo siempre por inspiración a otro hombre, o a una idea, para poder seguir teniendo una línea de conducta claramente trazada. La segunda categoría de conductores, la de los hombres con una perdurable fuerza de voluntad, tiene, a pesar de un aspecto menos brillante, una influencia mucho más considerable. En esta categoría es dado hallar a los verdaderos fundadores de religiones y grandes empresas: San Pablo, Mahoma, Cristóbal Colón y de Lesseps, por ejemplo. Que sean inteligentes o de mente estrecha no tiene importancia; el mundo les pertenece. La persistente fuerza de voluntad que poseen es una facultad tremendamente rara y tremendamente poderosa ante la cual todo cede. No siempre se aprecia adecuadamente lo que una voluntad fuerte y continua es capaz de lograr. Nada se le resiste; ni la naturaleza, ni los dioses, ni los hombres.

El ejemplo más reciente de lo que puede lograrse por medio de una voluntad fuerte y continua nos lo ofrece el ilustre hombre que separó los mundos Occidental y Oriental, logrando lo que durante tres mil años había sido intentado en vano por los más grandes soberanos. Más tarde falló en una empresa idéntica, pero allí ya intervino la avanzada edad ante la cual todo, incluso la voluntad, sucumbe.

Cuando se desea mostrar lo que puede ser logrado a pura fuerza de voluntad, todo lo que se necesita hacer es relatar en detalle la historia de las dificultades que tuvieron que ser vencidas durante la construcción del Canal de Suez. Un testigo ocular, el Dr. Cazalis, ha resumido en algunas impactantes líneas toda la historia de esta gran trabajo citando las palabras de su inmortal autor.

“Día por día, episodio por episodio, relató la estupenda historia del canal. Relató todo lo que tuvo que vencer, lo imposible que tuvo que hacer posible, la oposición que encontró, la coalición que se formó en su contra y los desencantos, los reveses y las derrotas que no consiguieron descorazonarlo o deprimirlo. Recordó como Inglaterra lo había combatido atacándolo sin cesar, como Egipto y Francia habían vacilado, cómo el Cónsul francés se había destacado por su oposición durante las primeras etapas de la obra y la naturaleza de la oposición con la cual se encontró; del intento de hacer que sus obreros desertaran negándoles el agua fresca; cómo el Ministro de Marina y los ingenieros – todos hombres responsables y con entrenamiento científico – habían sido todos naturalmente hostiles, convencidos sobre bases científicas que el desastre era inminente, calculando su ocurrencia, prediciéndolo como se prevé el día y la hora de un eclipse.”

El libro que relatase la vida de todos estos grandes conductores no contendría muchos nombres, pero estos nombres se conectan con los sucesos más importantes de la historia de la civilización.

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Nicolás Maquiavelo:

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven.

1948 - George Orwell


Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Ahora comprenderás lo que significa el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo.

Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.

Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?