- La intimidación

En vinculación estrecha con el recurso de las insinuaciones ambiguas o malévolas, se da la movilización del miedo como procedimiento estratégico. Sabemos que la decisión afina la sensibilidad para los valores, alerta la inteligencia ante las falacias y trampas, enardece la voluntad en orden a superar obstáculos, otorga poder de discernimiento para distinguir al guía del embaucador. El miedo, en cambio, cohíbe, intimida, resta energías para resistir, provoca la atonía en las sociedades, amengua la necesaria vitalidad para conservarse dignamente independientes frente a las pretensiones absolutistas de los tiranos. La cobardía trabaja en favor del demagogo. Un pueblo que se deja adormecer por los usurpadores se entrega a éstos antes de toda lucha.



Al recurso del miedo suele acudirse cuando se rehúsa abordar los problemas de modo racional, sereno, concienzudo. Basta sugerir de pasada que, si gana tal partido político, se sacarán "las masas" a la calle para que multitud de personas se decidan por el llamado "voto útil", que en muchos casos es el voto del miedo, del miedo infundido en el ánimo del pueblo con astucia premeditada, es decir, estratégica.

Los últimos decenios nos ofrecen casos llamativos de "asesinato de imagen" cometido mediante el recurso del miedo a retornar a situaciones anteriores a la instauración de la democracia. Se insiste una y otra vez en el carácter siniestro del nazismo, se empareja tácticamente nazismo con fascismo, y se identifica fascismo con todo género de régimen autoritario. Con ello se tiene a mano un abanico inagotable de posibilidades de descalificación de notables adversarios políticos que colaboraron de alguna forma con formas de gobierno autoritarias.

El recurso de explotar al máximo la tendencia del pueblo a evitar riesgos traspasa a veces el umbral de lo verosímil y se adentra en el mundo del ridículo. En un debate televisivo, un dirigente sindical declaró, con toda decisión, como quien afirma algo obvio, que "el enemigo a batir es siempre la derecha, porque si la derecha llega al poder, desaparecen todas las libertades por las que hemos luchado tanto". Una persona que ejerce la función de guía y portavoz de millones de trabajadores debería matizar sus expresiones y articular sus juicios de forma cuidadosa, pues la historia de los conflictos laborales es ya lo suficientemente amplia y fecunda en incidentes para hacer ver a las mentes menos agudas que la falta de ajuste en los conceptos provoca muy serias conmociones sociales. Parece que todas las pruebas sufridas en el último siglo y medio han sido en vano. Los grandes responsables siguen hablando de "libertad" y de "la derecha" con la misma borrosidad táctica de las épocas más sombrías. Esta actitud superficial no responde a incapacidad intelectual o a ignorancia, sino al afán estratégico de provocar en el pueblo un sentimiento irracional de temor al adversario político y atraerlo así -merced a la "valoración por rebote"- hacia las propias posiciones. Si mi oponente es el enemigo por excelencia de las libertades, yo -que soy su contrario- quedo erigido en heraldo de la libertad, y esta consagración gratuita seguirá operando en el ánimo de las gentes aunque, a lo largo del tiempo, mi actuación concreta sea opresora y dictatorial.

Esta circunstancia explica, por ejemplo, que un grupo pueda proclamar al mismo tiempo su voluntad de estatalizar al máximo los medios de producción y su condición de garante de las libertades públicas. Se trata de una contradicción flagrante. Para salvarla en alguna medida, los partidarios incondicionales de tal grupo, fascinados por la idea nunca revisada de que él y sólo él es quien garantiza la libertad social, hacen un giro mental y pasan a considerar como módulo de autenticidad democrática la eficacia, no la independencia y libertad económicas. Bien sabemos que "eficacia" es la palabra talismán en las dictaduras. Para desmarcarse de las dictaduras de "derechas" -que a la eficacia suelen unir el afán de fomentar las virtudes cívicas del orden, la unión familiar, la autoridad, la sobriedad de costumbres...-, los grupos aludidos suelen ofrecer a la sociedad, por vía de compensación, toda clase de libertades en materia de moral y costumbres, haciendo caso omiso del hecho incontrovertible de que tales libertades cercenan de raíz la única libertad humana auténtica, que es la "libertad para la creatividad". Esta consecuencia se da a medio plazo, y el demagogo se cuida en exclusiva del logro de beneficios inmediatos. Cuando llegue el momento de lamentar las consecuencias de las medidas tomadas, posiblemente el grupo responsable ya no estará en el poder y no tendrá que hacer frente a las mismas ni dar cuenta de ellas.

Una persona normal puede considerar esta explotación del miedo como un recurso despreciable, nada digno de atención. Tiene razones sobradas para ello, pero no debe olvidar que el pueblo es sumamente sensible a este género de insinuaciones. En las primeras elecciones celebradas en España tras la renovación democrática, buen número de ciudadanos cambiaron su voto debido a una simple frase pronunciada con tono patriarcal, dulce y aparentemente sereno, por un político que conocía la psicología de "masas", es decir, de las capas populares que se dejan manipular por carecer de la debida estructuración.

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Nicolás Maquiavelo:

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven.

1948 - George Orwell


Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Ahora comprenderás lo que significa el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo.

Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.

Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?