Las recetas de psicofármacos a menores están aumentando de forma alarmante. ¿Hasta qué punto están justificadas todas ellas? ¿Qué consecuencias pueden tener esos medicamentos en cerebros aún en formación? La polémica está servida. Según el registro internacional de datos IMS MIDAs, España ocupa el tercer lugar del mundo (por detrás de EE.UU. y Canadá) en número de recetas de antidepresivos, ansiolíticos, estimulantes, antipsicóticos... extendidas a menores. La situación ha provocado un encendido debate, tanto entre padres y educadores como entre los propios profesionales de la medicina. ¿Son necesarias todas esas recetas? ¿Qué efectos secundarios puede tener el consumo crónico de fármacos psicoactivos en cerebros aún en formación? ¿Cómo se permite extender recetas de psicofármacos a menores, pero no se estudian sus efectos en ellos? ¿Cómo integrar el puzle de intereses industriales, comodidad para padres y profesores y beneficio real para los niños?
Algunos expertos lo tienen claro. «La mayoría de los niños españoles tratados con fármacos para el TDAH no están enfermos en realidad; han sido víctimas de un exceso en el diagnóstico, cometido por los psiquiatras, pediatras, neurólogos o pedagogos que los trataron y por sus propios padres, que demandan la pastilla mágica que acabe con los problemas», declara sin titubeos la psiquiatra Eglée Iciarte, colaboradora clínica docente de la Universidad Autónoma de Madrid. Iciarte no tiene reparo en denunciar «el empleo indiscriminado que algunos profesionales hacen de los psicofármacos en menores, un error que nace de la trivialización de los diagnósticos, por tratar un síntoma a nivel de enfermedad». De momento, las voces de alarma no parecen calar hondo. Un informe publicado en la revista Archives of Disease in Childhood, que ha analizado la situación en España, Alemania, Francia, Argentina, Brasil, México, Canadá y EE.UU., indica un aumento de hasta el 70 por ciento anual en las prescripciones de psicofármacos a menores. Según sus autores, «el aumento no sólo se debe a un mejor diagnóstico; también a las grandes campañas de marketing de los laboratorios, que están relegando el recurso a tratamientos no farmacológicos, como la psicoterapia».
Trastorno casi desconocido hasta los años 90 –antes hubieran catalogado a estos niños como despistados, vagos o incapaces de llegar a nada–, hoy el diagnóstico de TDA y TDAH es uno de los de mayor crecimiento en Occidente. «Parte del aumento debe a que nuestra sociedad se ha vuelto intolerante a la diversidad», declara el pediatra Lawrence Diller, autor del éxito de ventas The last normal child (El último niño normal), con 20 años de experiencia en el tratamiento de problemas de comportamiento en niños. «Los padres de hoy quieren tener hijos no conflictivos y que se ajusten a un modelo preestablecido», añade. «Cuando no es así, algunos buscan un diagnóstico de TDAH y una pastilla; tienen poco tiempo para educar, ayudar a sus hijos a desarrollar habilidades de conducta, relación, eficacia funcional... De hecho, cada vez veo más padres que traen a hijos cada vez más pequeños por problemas cada vez más triviales.»
No habla por hablar. Uno de cada 25 niños está siendo tratado de TDAH en su país. A nivel mundial, la venta de fármacos para este trastorno se ha multiplicado por más de tres. «El drama en nuestro país no es el exceso de diagnóstico, sino todos los niños que mejorarían con tratamiento y no lo reciben», sostiene por su parte el doctor César Soutullo, consultor clínico de la Unidad de Psiquiatría de la Clínica Universitaria de Navarra. «La media de retraso diagnóstico del TDAH en España es de unos cinco años y apenas el 50 por ciento de los afectados está diagnosticado; es un tiempo perdido valiosísimo, porque son los años donde se concentra el máximo de aprendizaje», afirma. «El diagnóstico riguroso es absolutamente esencial, y éste sólo puede hacerlo un psiquiatra, un pediatra o un neurólogo con experiencia dilatada. No hay que confundir déficit intelectual o cognitivo con TDAH y no se puede tratar con estimulantes un problema que no lo requiere.» Según datos de la Comisión Europea, entre el 50 y el 90 por ciento de los medicamentos nunca ha sido ensayado en menores. No es sólo desinterés. Los menores son considerados «vulnerables» y los comités que evalúan los ensayos son más rigurosos en ellos. En España, quienes investigan con chavales deben, además, informar a la Fiscalía de Menores. Mientras cambia la normativa, miles de pequeños siguen tomando fármacos jamás experimentados para su edad. Afortunadamente, hay indicios de cambio. La Agencia Europea del Medicamento está coordinando iniciativas para la investigación de fármacos en menores.
De momento, lo que sabemos ya invita a la prudencia. Una revisión de estudios con antidepresivos ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) indicaba mayor riesgo de pensamientos y actos suicidas en menores que los tomaban que en los que ingerían placebo (el mayor riesgo parece concentrarse en los primeros meses de tratamiento, porque el niño recupera la energía antes de que se resuelva la depresión). Otro estudio, éste con animales, indica que esa misma familia de antidepresivos puede afectar al desarrollo del cerebro en edades tempranas y aumentar el riesgo de depresión. En febrero pasado, las autoridades sanitarias norteamericanas (FDA) emplazaban a los fabricantes de fármacos empleados en el TDAH a que crearan guías para pacientes con las que alertaran de los posibles riesgos cardiovasculares y de los síntomas psiquiátricos (ansiedad, manía, alucinaciones…) derivados de su consumo. «Un niño no es un adulto en miniatura –declara María Jesús Mardomingo, jefe de Psiquiatría y Psicología Infantil del hospital Gregorio Marañón de Madrid y presidenta de la Asociación Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil (Aepij)–. Sin investigación no podemos saber qué fármacos son eficaces en menores y cómo hay que prescribirlos. Por otro lado, dejar a los niños huérfanos de tratamientos no es protegerlos, sino todo lo contrario. De momento, la regla de oro es el rigor y la experiencia del médico», aunque en España no existe la especialidad de Psiquiatría Infantil, «el único país de la UE, junto con Letonia», explica.
Otro gran interrogante son las consecuencias de los cócteles de psicofármacos que se recetan hoy a los niños. Según un estudio encargado por The New York Times, más de millón y medio de menores norteamericanos toman al menos dos fármacos psiquiátricos conjuntamente. De ellos, más de medio millón consume al menos tres. Más de 160.000 ingieren cuatro a la vez. Algunos grupos, como la Regional Humanista Europea, ya se están movilizando para frenar el tsunami de recetas `triviales´ que se prevé a este lado del Atlántico. Giorgio Schultze, portavoz del grupo, se declara preocupado por que muchos menores estén siendo tratados con psicofármacos «debido a que los padres temen que, de no hacerlo, expulsen a sus hijos del colegio».
«Antes de importar tendencias, deberíamos informarnos bien», dice Schultze. Casos como el ocurrido en diciembre pasado en Boston podrían animarnos a ello. Ese día, la Policía encontró a Rebecca, de cuatro años, muerta en la habitación de sus padres, junto con su osito de peluche. El fiscal acusó a los padres de haber intoxicado a la niña con sobredosis de psicofármacos que la pequeña tomaba desde los dos años de edad, cuando le diagnosticaron trastorno bipolar y TDAH. El caso ha conmocionado a la opinión pública, porque las autoridades ya estaban investigándolo, pero seguían enzarzadas en discusiones estériles con el psiquiatra que trataba a la niña, en vez de proteger a la menor. En la resaca del caso, muchos psiquiatras y neurólogos empiezan a pensar si no habría que recetar psicofármacos a menores sólo a la luz de evidencias científicas y después de haber probado con otros métodos no farmacológicos. «No se pueden recetar psicofármacos para resolver problemas existenciales o para que un niño se porte bien», concluye la doctora Mardomingo. Los psicofármacos tratan problemas psiquiátricos; y éstos sólo puede diagnosticarlos un profesional de la medicina con experiencia. En cuanto al consumo indiscriminado, no existe ninguna evidencia que demuestre que la combinación de fármacos psiquiátricos en niños o adultos sea eficaz y ni siquiera apropiada.»
Marisol Guisasola
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