"El mismo día de tu triunfo, engendra el de tu final” Edipo Rey (Sófocles). Todo tiene un comienzo, a veces tan imperceptible que no es digno de mención. También lo tuvo el arte de la manipulación periodística en aras de un fin político, salida del cerebro del maestro de la simulación Joseph Goebbels, personaje muy nombrado pero escasamente conocido. Muchos se sorprenderán al comprobar ciertos ribetes interesantes de su vida, que se detallarán a continuación. Como que vino al mundo en el seno de una familia devota católica, el 29 de octubre de 1897 en la centro textil de Rheydt, en la región alemana de Renania.
Era hijo de un jefe de fábrica, llamado Fritz y de María Odenhausen, hija de un herrero. De chiquito lo apodaron Jupp, asistió a varias escuelas católicas, llegada la Primera Guerra Mundial se salvó de ir al frente al ser declarado inútil para el servicio activo y luego pululó por las universidades de Bonn, Freiberg, Munich, Colonia, Francfort, Berlín, Wurtzburg y finalmente recaló en Heidelberg. Esta casa de estudios no era cualquiera, ya que estaba regida por los miembros de la famosa Compañía de Jesús. Allí se recibió de profesor de Filosofía y Teología en 1921, cuando contaba con 24 años.
El joven Jupp tenía una ambición que le acicateaba el cerebro, pues quería ser escritor pero su novela Michael, y sus dos comedias Siembra de sangre y El vagabundo, jamás llegaron a ser best séller, así como se malogró su pretendida ambición de ser redactor en el diario Berliner Tageblatt. Estos fracasos, junto con la derrota alemana en la contienda mencionada, le hundieron en una negra depresión. Errante, recaló en 1922 en Munich donde oyó por primera vez un nombre que luego se haría tristemente célebre: Adolf Hitler.
Tan copado quedó con las palabras de ese ex cabo austriaco, que se dedicó a predicar su evangelio satánico entre los estudiantes muniqueses. En su nueva tarea de predicador, descubrió que poseía el don de la elocuencia. Y se propuso explotarlo al máximo. Pronto, el futuro fuhrer caería en la cuenta que el joven renano poseía el fuego quemante de la oratoria fanática. De inmediato, lo puso a prueba y sus logros en materia de cacería de adeptos al creciente nazismo se harían legendarios. Ya para Hitler era el inteligente doctor Goebbels, editaba su propio periódico, el Voelkische Freiheit (Libertad racial), y en 1929 fue nombrado jefe de Propaganda del partido nazi. En su nuevo puesto, se reveló como todo un innovador.“Nuestra propaganda es primitiva, porque el pueblo piensa de manera primitiva. Hablamos el lenguaje que comprende el pueblo”, admitiría sin tapujos en un reportaje concedido a la Associated Press.
“Las masas forman un conjunto informe. Sólo las manos de un artista político transforman las masas en pueblo, y el pueblo en nación”, reconocería en 1934 ya como jefe supremo del Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda del Tercer Reich. Pues Hitler había subido al poder luego absoluto el 30 de enero de 1933.
En ese cargo, tenía facultades extraordinarias pues era “responsable de todos los trabajos encaminados a influir en la vida mental y espiritual de la nación, de lograr la máxima asistencia al régimen, de informar al público, tanto en el interior del país como en el extranjero, acerca de la nación y de administrar todas las instalaciones e instituciones consagradas a tales fines”.
Con todo esa estructura en la mano, aprobaría la ley de prensa el 4 de octubre de 1933, que convertía a todos los periodistas en servidores del Estado nazi. Jupp tenía las riendas, la vigilancia y todo ocurría según lo dictara su afiebrado cerebro. Quien protestara o se mostrara remiso a seguir sus dictados, iría a parar a Dachau. La libertad de prensa, también.
Pero en la noche del 10 de mayo de 1933, el doctorcito Jupp organizó un gigantesco auto de fe para que el mundo tomara debida nota de lo que vendría. Miles de libros de autores declarados enemigos del Reich, entre los que se contaban Freud, Remarque, Keller y otros, fueron incinerados en una pira gigantesca enclavada en la plaza Franz Joseph. Goebbels en persona dirigió la orgía candente, declarando por los micrófonos que “la época del intelectualismo judío ha terminado y el triunfo de la revolución alemana deja de nuevo paso franco al espíritu germano.
Están cumpliendo con su deber al entregar a las llamas el endiablado espíritu del pasado a estas horas de la noche. Es un acto grande, fuerte, simbólico; un acto que atestiguará ante el mundo entero, que los fundamentos espirituales de la república de noviembre han desaparecido. De estas cenizas surgirá el fénix de un nuevo espíritu.
El pasado muere entre las llamas. El futuro surgirá de las llamas dentro de nuestros corazones. Alumbrados por esas llamaradas, nuestro grito será: El Reich, la Nación y nuestro Fuhrer, Adolf Hitler...” Seis años después, el 1° de septiembre de 1939, el piromaniaco verbal se vería a sus anchas en el comienzo de la zarabanda sangrienta de la Segunda Guerra Mundial. Durante la misma, que en su ocaso vería su fin, y como no sería de otra manera sino que entre las llamas, sería el virtual conductor de la nación mientras su compinche Adolf se dedicaba a perder la contienda; a partir del desastre de Stalingrado en febrero de 1943.
A finales de 1942, el doctorcito dio un vibrante discurso en el Palacio de los Deportes berlinés que finalizó con una exhortación a la guerra total. Un par de veces repetido el macabro slogan, pronto constató que esas dos palabras volvían sacados a los miles de concurrentes. ¡Guerra total, guerra total!, repetían como alucinados mientras que Goebbels en lo alto del estrado empezaba a percibir un escalofrío. Moviendo la cabeza, pensó que esa multitud era capaz de arrojarse al océano, si efectivamente se lo ordenase. No había vuelta atrás, pues los orates habían tomado el hospicio.
Quizá en el ese momento, en un rapto de lucidez, cayó en la cuenta en qué medida su verba inflamada contribuyó al desencadenamiento de esa locura colectiva. Demencia que, un par de años después a fines de abril de 1945, culminaría entre las llamas luego de su suicidio junto con su mujer y sus seis hijos.
En Argentina también
Si hablamos de manipulación periodística en nuestro país no podemos dejar de referirnos a Canal 9 y su pata radiofónica, Radio 10, pertenecientes al oscuro Daniel Hadad, quien desde dichos medios baja línea continuamente y fomenta la intolerancia y discriminación de manera constante. Siempre con argumentos falaces y apelando a comparaciones de nivel desigual.
Uno de los secretos mejor guardados por este “grupo” es el de la manipulación del lenguaje. Ninguno de sus periodistas puede hablar de los años de facto como “dictadura militar” y los piqueteros siempre deben ser nombrados como “activistas”. El hecho de no seguir estas reglas puede llevar al despido instantáneo del comunicador de turno. Y en ese mismo marco se demoniza a sectores populares como si fueran los verdaderos culpables de los desastres del país. La culpa de todo –según el “grupo”- la tienen los cartoneros, los piqueteros y los extranjeros de países limítrofes. Innombrables como Baby Etchecopar fomentan el odio hacia esos grupos e incitan a la violencia contra ellos.
Ninguno de los comunicadores del “grupo” de Hadad dice nada acerca de los verdaderos culpables del vaciamiento del país, de los verdaderos responsables de la crisis actual y futura. Ni Marcelo Longobardi, ni Chiche Gelblung, Ni Oscar González Oro –ni nadie- hablan una palabra de tipos como Cavallo, Menem, De La Rúa, Alfonsín, Machinea y otros, que son los verdaderos responsables de la debacle económica y política del país.
La culpa para ellos es de las victimas que piden justicia, no de los victimarios. La culpa es de los que piden trabajo, no de los que lo quitaron. Por eso es bueno hablar de quién es quién a la hora de acusar con el dedo. No olvidemos que Radio 10 y Canal 9 son medios comprados con dinero del narcotráfico. Dinero que Alfredo Yabrán le pagaba mensualmente a Daniel Hadad a cambio de hacerle buena prensa en su pelea contra Cavallo. Ese dinero, que está manchado con sangre, se suma a otros fondos aportados oportunamente por el narco Carlos Menem y su séquito y ha sido acrecentado a través de los oportunos aprietes llevados a cabo por Hadad y su gente hasta llegar a convertirse en una verdadera fortuna.
Es por lo antedicho que tipos como Menem nunca serán acusados por nadie del “grupo” de ser los responsables del vaciamiento del país. Nadie acusa a sus propios socios. Por otro lado y a fuerza de ser realistas, a nadie escapa que es mucho más importante discutir las contradicciones de este gobierno, los negociados que se producen en las sombras y los inamovibles e inquietantes índices de pobreza, antes que polemizar acerca de si los piqueteros son buenos o malos.
Discurso, discurso perseguirás
No sólo el grupo de Daniel Hadad manipula a través del discurso informativo. Otros medios vernáculos empiezan a adoptar el mismo vicio y abusan de eufemismos y falacias para desviar la atención de lo realmente importante. Eso sí, la propaganda oficial abunda en sus espacios de publicidad de manera inversamente proporcional a sus criticas hacia el poder de turno.
Los políticos no son tontos, saben que los comunicadores son formadores de opinión y apelan a manipular su discurso a costa de lo que sea.
Ahora... ¿Es tan importante el discurso? Por lo que vimos a través de la historia de Goebbels no cabe duda de que es sumamente poderoso. La historia nos da inacabables muestras de lo que puede provocar un simple discurso, tanto bueno como malo. Según el brillante sociólogo francés Pierre Bourdieu, “el poder del discurso, como poder lingüístico y como poder simbólico, se muestra en la capacidad que tiene los diferentes agentes que actúan en el intercambio para imponer los criterios de validación más favorables para sus productos lingüísticos”. De ahí deviene la elocuente importancia que los políticos y comunicadores dan al mismo.
Y es justamente por eso que los periodistas debemos ser sumamente cuidadosos a la hora de informar y referirnos a los acontecimientos cotidianos. Hay que tratar de no confundir a la gente y de ser lo más claros y explícitos posibles, sin crear falsos enemigos. De lo contrario, estaremos generando un odio irracional que se convertirá en una bola de nieve imposible de detener. Así como en su momento Joseph Goebbels manipulaba a través de sus interesados comentarios a una población que buscaba un chivo expiatorio para sus miserias, en nuestro país un grupo de miserables está haciendo exactamente lo mismo.Ya vimos lo que pasó en su momento con el imperdonable Holocausto nazi. No caigamos otra vez en los mismos errores. De lo contrario, nunca nos lo perdonaremos.
Fernando Paolella y Christian Sanz
http://www.periodicotribuna.com.ar
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