Pecando de paranoica, cada vez estoy más convencida de la existencia de un plan de poder, oculto y mundial, para desquiciar y avasallar al ser humano. Y lo peor es que sus avances son tan intensos, que ya difícilmente lo notamos. Durante los setentas teníamos en Latinoamérica al "enemigo" muy claro: el imperialismo yanqui. Y la panacea: el socialismo soviético.
No podría asegurar que la mayoría pensara así (yo estaba chica) pero, al menos en mi entorno inmediato, así era. Las personas "pensantes e intelectuales" se pronunciaban por la política y el arte alternativo. ¡Ah, qué hermosos tiempos de la nueva canción latinoamericana! La música "con mensaje", el fervor por la igualdad, la admiración por la campaña de alfabetización de Fidel Castro, la edificación de obreros, campesinos y estudiantes. ¿Fanatismo? Sí que lo era, y además, necesario.
Proliferaron los círculos de estudio, ingresaron miles de estudiantes a las fábricas, con la consigna de "crear conciencia". Y mi argumento para asegurar que fue un movimiento importante, es la represión que suscitó. Muchos pensamos que la represión iba a generar más resistencia (repito, yo estaba chica e ingenua). La teníamos ganada, porque TODA la gente se TENÍA qué dar cuenta que íbamos por el ÚNICO camino correcto...
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A principios del pasado septiembre de 2003, asistí a un homenaje conmemorativo por los 30 años de la brutal muerte de Salvador Allende, en el Zócalo de la Ciudad de México. Estaba anunciado el grupo Inti-Illimani (que no asistió), junto a Quilapayún, Los Folkloristas y Tehua -de los militantes artísticos de "esos tiempos"-, complementados con Illapu y un grupo musical de exiliados chilenos radicados en México.
Al salir de la casa me preparé para llorar mucho, de coraje, de esperanza, de nostalgia. Iba recordando aquel evento de septiembre de 1974, que inició en la Peña de Ángel Parra, en Coyoacán, y terminó en el Teatro Coyoacán -que, por estar junto a la peña, fue tomado por todos nosotros, y es que no cabíamos ya. Creo que éramos unos 15 o 20 mexicanos. El resto eran chilenos. Desfilaron el Inti-Illimani, los Folkloristas, el On´tá, la Nopalera, Tehua, el "negro" Ojeda y, por supuesto, Ángel Parra.
El teatro se caía de entusiasmo y coraje, de tristeza y fervor. El gran final fue cantar "Venceremos", todos de pie, todos con el brazo izquierdo hacia arriba, hasta quedar afónicos y con los ojos hinchados de llanto. Jamás nos iban a ganar. La muerte de Allende iba a ser el detonador de la GRAN lucha, y el triunfo definitivo.
Recordé también los Festivales de Oposición, y los mítines-conciertos masivos en la explanada de Rectoría, en Ciudad Universitaria (a los que no me dejaron ir pues, repito, estaba chica, y sin libre albedrío). Allí cantaron Zitarrosa, Mercedes Sosa, Patricio Manns, Viglietti y muchísimos otros sudamericanos ansiosos del URGENTE cambio político.
Ahora, 29 años después, llegué al Zócalo a revivir intensamente la lucha. A encontrarme con la gente que vi alguna vez (cuando estaba chica) pregonar LA VERDAD POPULAR. Mi "niña interior" seguía confiando en ellos. Tal vez iba esperando las que bengalas en el cielo y el fuego de los soldados me dieran la oportunidad de ser heroína o mártir en alguna matanza atemporal (porque como estaba chica, no me dejaron estar en Tlaltelolco). O tal vez esperaba que, enardecidos por la ceremonia, nos moviéramos unos cuantos miles de asistentes en bélica columna a tomar el Palacio Nacional en nombre de Allende, Jara, el "Che" y tantos otros que murieron por "nuestros" ideales.
Pero no fue así. El zócalo estaba más bien despoblado. Una escuálida bandera de Chile estaba en manos de alguien a la izquierda del escenario. Alcancé a escuchar que una muchacha preguntó cerca de mí: -¿Y esa banderita, de qué será?
La mayor parte de los asistentes eran "fans" de Illapu, sin dinero para pagar alguno de los conciertos anteriores en el Auditorio Nacional. Iban, básicamente, a bailar "el negro José" y a canturrear "amigo". Cuando se leían, entre grupo y grupo, textos sobre la historia del gobierno allendista, estaban más preocupados por gritar -"¡Ya toquen, menos rollo mareador!", que por escuchar lo que hizo el "individuo aquel" a quien iba dedicado el homenaje... Uno de los pocos "viejos" que asistieron, insistía en llamar la atención de un par de jóvenes "de buen ver", platicándoles con pelos y señales "cómo fue torturado por sus ideas políticas", todo con una sonrisa en los labios.
La lluvia irrumpió sobre nosotros a la mitad del evento. Mi amigo y yo -que no llevábamos paraguas- fuimos a refugiarnos a los portales y, de lejos, escuchamos cantar a Ángel e Isabel Parra "la carta", de Violeta. Mi amigo me dijo que seguramente eran los del grupo de la embajada. Yo no le quise creer, porque prefiero tener la ilusión que, de lejos, escuchamos que Isabel y Ángel SÍ fueron, que la gente los aplaudió a rabiar, en un hipotético zócalo "lleno de bolivariana gente de la resistencia". Al regresar de comer vimos cómo un puñado de chamacos con paraguas bailaban y palmeaban eufóricos:
Yo te digo porque sé-e-e
a-a-amigo negro José...
Desde ese día agudicé mi observación hacia el entorno, a riesgo de acabar sicótica. Y lo que encuentro no me gusta para nada, me habla de decadencia, de adormilamiento, de frivolidad -para los que se pueden dar el lujo, o fingirlo. De vacuidad e inconsciencia. De globalización cultural y avasallamiento.
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Hace algunos años que me dan miedo los jóvenes (a lo mejor ya no estoy chica). Cuando salen de la escuela (primaria o secundaria), ya no gritan ni corren ni empujan. Parecieran dócil ganado pastando en el asfalto. Incluso en calles de tráfico difícil, se aposentan entre los coches sin notar que éstos se mueven. Atraviesan la calle en cámara lenta, con los ojos en blanco.
Pero en las farmacias y tiendas pequeñas da pavor verlos reaccionar ante el sagrado estímulo del juego de video: muecas sanguinarias que acompañan la veloz pulsación de los botones. Movimientos espasmódicos de piernas y cadera y gritos -de triunfo o fracaso, dependiendo de la puntuación alcanzada. Al contemplar las pantallas encuentra uno xenofóbicos guerreros de todo tipo luchando, con armas o sin ellas, contra agresivos "enemigos virtuales 3-D". Me da la impresión de que, si le tocara a uno de estos adolescentes el hombro para pedirle permiso de pasar, se volvería hacia mí con una pistola láser y me desintegraría de inmediato. Muchachos humildes -porque los pudientes tienen los juegos en casa- que no notan la cantidad de dinero que están gastando en "las maquinitas", porque están demasiado absortos en sus "heroicas misiones"...
Cerca de mi casa hay un local-bodega que renta sillas, mesas y lonas para fiestas. -al menos eso dice el letrero. Pero los viernes o sábados en la noche se pueden ver, a través de la cortina medio abierta, faros intermitentes agresivos sobre una base de luz negra. Y de allí salen ríos de jóvenes que, con los ojos muy rojos o muy blancos, y los movimientos demasiado lentos o demasiado rápidos, deambulan en las cercanías, ocasionalmente usando las jardineras como mingitorio. Buscando en la Internet algo que se parezca al sonido neurótico que ellos bailan, encontré "género: electrónico; categoría: drum & bass". Espero con eso dar una idea de la peor "música" que he oído en mi vida. Cuando veo a los jóvenes escuchando aquello a todo volumen, mi primer pensamiento es "sólo drogados pueden aguantarlo". Y creo que no me equivoco nadita...
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Me tocó vivir el comienzo en México de los grandes supermercados. Como a mi madre le encantaba "ir a la vanguardia", inmediatamente incorporó la compra semanal de abarrotes a esta modalidad. Yo, como niña, disfrutaba enormemente estas visitas, pues había muchas cosas interesantes en los aparadores que quedaban a mi alcance (ahora sé que el poner dulces, juguetes y libros infantiles en los entrepaños inferiores es mercadotecnia básica). El ambiente era artificialmente excelente: islas de mercancía entre amplios pasillos, secciones específicas para los productos debidamente rotuladas, ornamentos "de temporada" y, vagamente interrumpida por la dulce voz que anunciaba las ofertas o los niños extraviados, MÚSICA AMBIENTAL relajante, de esa que llamamos "de ascensor". En fechas especiales se notaba un ligero cambio en ésta última, pues se incorporaban las canciones adecuadas a la época, pero debidamente "aplanadas" para ser inocuas a las distintas preferencias auditivas. Incluso en zonas populosas -como cuando abrieron, en los ochentas, el "Aurrerá Cuajimalpa"- se respetaban estos parámetros estandarizados.
Pero ahora pareciera que las grandes cadenas de tiendas quieren competir con la "neurotización" de los ambientes urbanos -y rurales también, me temo-. En cada pasillo y en las puertas de acceso de la tienda hay demostradores de productos, debidamente equipados con un micrófono para gritar sus concursos pueriles, acompañados de la misma música "drum & bass" de las veladas juveniles. Y, por supuesto, se acabó el concepto de "amplios pasillos".
Y lo mismo puedo decir del fenómeno "estación del metro" que, anulando hermosos ejemplos de planeación urbana, en toda explanada se han colocado mercados enormes. En un tiempo fueron improvisados, ahora los puestos tienen hasta plancha de cemento propia, diferenciando el territorio de los tacos del de los Cd´s y los cosméticos. No me molestaría tanto la invasión, si no fuera acrecentada por la reducción de espacio sicológico que genera la contaminación auditiva.
Y claro que no se limita a las estaciones del metro. Ni siquiera a la Ciudad de México. En cualquier ciudad o pueblo de mi país existen estas "manchas ruidosas", donde tres o más puestos de discos compactos o películas compiten con el volumen, en una pretendida "publicidad a distancia" que, además, no sirve de nada. Y los microbuses entran en la moda también, haciendo que su radio se escuche más que el ruido del tráfico alrededor (por supuesto nunca oyen a dónde les dijo uno que bajaba).
En la televisión he llegado a notar hasta el doble de volumen durante los anuncios (previendo que, desde el baño, uno escuche y anhele sus productos, supongo). Y una saturación innecesaria -digo yo- en cuanto a los cambios de imagen. Ignoro si es similar en radio, porque solamente lo escucho en los micros, y estoy más ocupada en enojarme por la "música", que en analizar el formato de las estaciones. Pero en la tele hay un exceso de estímulos. Y ya que hablo de imagen... los anuncios espectaculares en mi ciudad han proliferado tanto, que no se percibe el paisaje urbano detrás de ellos. Y de la propaganda electoral -que jamás es retirada a tiempo-, he llegado a contar 42 carteles del mismo candidato, puestos en línea sobre un puente peatonal. Y los letreros de los comercios, y las ventanas emergentes cuando uno pretende navegar apaciblemente en la Internet. ¿No se habrán dado cuenta los publicistas que ya no funciona tanta sobrecarga?
Para hacerme peor las cosas, mi temprano entusiasmo por la lectura hizo que yo quedara condicionada a LEERLO TODO. En la calle, en la tele, en los puestos de revistas... cualquier cosa que tenga letras la intento procesar. E igualmente me ocurre con el universo sonoro, soy músico. Y con el olfativo (ese sí no sé por qué). Ignoro si existe un nombre para ello, pero le podríamos llamar "perceptivitis aguda".
Y precisamente, por contraste, observo que muchísima gente ha "hecho callo" contra los estímulos externos. Ya no se conmueven con la imagen de un niño callejero drogado y flaquísimo. Tampoco si escuchan una explosión cercana -suponiendo que la música de su casa se los permita. Y pasan junto a los demostradores de supermercado atravesándolos, como si fueran fantasmas. Y circulan de prisa por los laberintos de puestos para entrar al metro, sin verlos.
Entonces me pregunto yo, que nací en una época diferente, ¿será todo esto a propósito para desensibilizar a la gente? El exhibir tanta crueldad en los noticieros ¿estará haciéndonos inmunes contra la injusticia? El drogar y llenar de videojuegos y música rara a los jóvenes ¿estará anulando su innato espíritu contestatario? Saturar a la gente con información irrelevante ¿estará ocupando su espacio mental adrede? ¿Será intencional e irreversible la anulación de la memoria histórica? ¿Será también adrede la minimización de la importancia de las culturas locales? ¿Y la represión disminuyó porque ya ni siquiera es necesaria? ¿Será un plan de poder, oculto y mundial, para desquiciar y avasallar al ser humano? Espero estar paranoica.
Ana Zarina Palafox Méndez
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