No puedo saber qué está pensando el desconocido que me acompaña en el subte. Pero podría averiguarlo, al menos en parte, si lograra intimar con él. En efecto, averiguaría qué le interesa y le tiraría de la lengua. Al fin y al cabo, se dice que la lengua es el espejo del alma. Al menos, esto es lo que sostiene Noam Chomsky, y es presumiblemente una de las creencias que lo indujo a hacer lingüística: escuchar a la gente para leer su mente.
Pero ya sabemos que el habla no es muy fidedigna. Ante todo, el hablante, aun si es sincero, no lo dice todo. Siempre guarda algo, ya porque quiere mantenerlo secreto, ya porque no le parece pertinente aunque de hecho lo sea, ya por modestia. Segundo, su interlocutor suele interpretar mal lo que oye, ya porque tomó una palabra por otra, ya porque no comparte lo que hace falta saber para entender cabalmente. Si esto nos pasa a diario con miembros de nuestra familia y con viejos amigos, ¿por qué no ha de suceder, aun con mayor frecuencia, con desconocidos?
Mario Bunge (Fragmento)
- No puedo saber qué está pensando
Publicado por
G.A.
en sábado, septiembre 22, 2007 Etiquetas: Poder
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