A menudo se miente de manera automática, sin detenerse apensar en lo que impulsa a no decir la verdad. Aveces, incluso, se miente a sabiendas de que el otro se da cuenta de nuestra falsa actitud. Cuando uno es no sólo consciente sino también responsable de estos comportamientos automáticos, adquiere la capacidad de reflexionar sobre por qué actuar de esta manera, lo que permite modificar costumbres que, en el fondo, no lo tienen a uno conforme consigo mismo.
Cuesta mucho, en realidad, conocer a alguien que diga siempre la verdad. La mentira es un aspecto que nunca falta en las relaciones entre las personas. Existen varias maneras de mentir: desde la mentira piadosa, que tiene la buena intención de no hacer un daño al otro diciéndole una verdad dolorosa, hasta la mentira para ocultar algo que no somos capaces de reconocer, y que, por lo general, se refiere a un acto o sentimiento propio.
¿Piadosa?: La mentira piadosa más común es la que oculta una enfermedad grave -con peligro de muerte- a quien la padece, con el objeto de evitarle aún más dolor. Aunque esta mentira esté llena de buenas intenciones, hay que ser muy cuidadoso en este punto. No se puede olvidar que las personas necesitan saber la realidad tal cual es para poder sacar fuerzas de flaquezas, que las llevarán a la superación de su propia desgracia. Al ocultarle la verdad al enfermo, quizás se le esté quitando la posibilidad de iniciar su propia lucha, que puede llevarlo a triunfar sobre su grave enfermedad.
Fantasía peligrosa: La mentira fantasiosa puede llegar a ser simpática por un lado, pero por otro hacer de su autor un verdadero mitómano. La mitomanía es la inclinación morbosa e irresistible a la exageración y a la falsedad. Este mal funciona como una bola de nieve, ya que, a medida que rueda, crece más y más y se hace imparable.
Los mitómanos construyen su vida sobre fantasías que terminan por creerse ellos mismos. Esta es quizás la peor forma de mentir, pues, además de hacer daño a los demás, este personaje termina por ser prisionero de sus propias mentiras.
Autoprotección infantil: Aunque el mitómano miente para satisfacer el deseo de participar de situaciones de las cuales le gustaría ser protagonista, no se necesita llegar a ese extremo para recurrir a la mentira como un modo de autoprotección. Esto comienza en la infancia, pues el niño empieza a mentir para defenderse de posibles castigos. Son los padres y los educadores los únicos responsables de que aquél comience a mostrar conductas dobles. Si en el colegio o en el hogar se vive bajo la amenaza de ser castigado por hacer tal o cual cosa, la reacción natural del chico al haber hecho algo prohibido será recurrir a la mentira. Es el único medio que tiene para autoprotegerse.
Asumir, el primer paso: Cuando se es mayor y se sigue siendo mentiroso, la persona debería ser capaz de hacerse cargo de sus propias mentiras y reaccionar en forma consecuente después de reflexionar sobre la inconveniencia de mentir. Si algunas vez se pensó que mentir era útil, en la medida en que servía como autoprotección, llegará el momento en que toda persona con un nivel medio de lucidez se dará cuenta de que esto sólo puede acarrearle dificultades. Se crea así una disconformidad con uno mismo por no haber podido todavía modificar este aspecto, hecho este que representa el primer paso hacia la transformación en una persona honesta y franca.
Círculo vicioso: De mayor, cuando se tiene conciencia cabal de ser, se miente para ocultar los aspectos de la propia personalidad que producen disconformidad. No es necesario reflexionar mucho para darse cuenta de que esto produce un círculo vicioso: si hay disconformidad es porque hay cosas propias que no satisfacen, y si se las oculta, es porque no es capaz de reconocerlas con franqueza.
El primer paso para superar aquellos aspectos propios que causan descontento con uno mismo es reconocerlos como fallas que nos gustaría dejar atrás. Reconocerlos significa dejar de ocultarlos. Ocultarlos significa crear un círculo vicioso.
Hábito que crea fama: Según estadísticas, la persona que tiene la costumbre de mentir lo hace al menos dos veces por día, y tiende a decir más mentiras mientras habla por teléfono que en un diálogo frente a frente. También sucede que, tarde o temprano, casi todas las mentiras llegan a ser descubiertas, lo que poco a poco le va creando la fama de mentiroso, ya que nunca estará a salvo de su falsa conducta. Por último, cuando se dice una mentira, se entra en una vorágine que obliga a repetirla cada vez que se habla del tema.
El valor de ser auténtico: La mejor manera de abandonar las mentiras es tratar de entender que con ellas sólo se consiguen más mentiras, lo que terminará siempre en un sinfín de falsedades. Darse cuenta de esto es alcanzar la comprensión cabal de que la mejor garantía del éxito en cualquier terreno es la autenticidad. Ser auténtico significa ser autosuficiente, en el sentido de que no se necesita ocultar nada ante los demás para sentirse seguro.
¿Vale la pena mentir?: Basta un poco de lucidez para darse cuenta de que no es así, y otro poco para superar el hábito de ocultar la verdad. Cuesta mucho, en realidad, conocer a alguien que siempre diga la verdad
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