Lo violento resulta fecundamente definidor en oposición a lo político. Desde distintos frentes se ha intentado desvincular la violencia de la política, cuando realmente, la esfera política se encuentra claramente pautada por procesos violentos. La violencia está siempre presente, persiste en los mecanismos represivos de la autoridad como forma de control social. Es por tanto equívoco tratar de ocultar su presencia, como también lo es el negar que la violencia tiene una capacidad constructiva dentro de todo proceso político. Las relaciones sociales se conforman a través de juegos de poder y a través de la violencia. y es a través de estos juegos como es posible construir y reconstruir la realidad. En algunos casos el uso de la violencia ha permitido la consecución de fines sociales y políticos de manera más rápida que mediante el uso del juego político convencional.
Imaginarios de la violencia política
El objetivo que nos planteamos en la siguiente comunicación es analizar la construcción del imaginario de la violencia política a partir de un estudio de caso: los denominados años de plomo en Italia (1968-1979). Entendemos que el interés por la experiencia italiana no reside únicamente en su singularidad (determinada por la duración e intensidad del desafio político radical), sino en su característica de "analizador" útil a fin de comprender la articulación de la violencia política en el imaginario social moderno.
En este sentido, el ciclo de luchas italiano se ubica en un impasse entre el "ya no" y el "todavía no", lo que nos ofrece una panorámica del tránsito de la modernidad a la postmodernidad en toda su crudeza. Se trata de un paisaje que contiene elementos de un pasado que se resiste a morir, el desafío radical concebido como asalto a los cielos, y la emergencia de nuevas formas de articulación política que incluyen elementos innovadores (la centralidad de la comunicación, la proliferación molecular y especialemente la intersección entre la política y la vida cotidiana.
Sin embargo, en esta comunicación nos centraremos no tanto en aquellas experiencias de innovación política (los indios metropolitanos, el surgimiento de las radios libres como nuevos dispositivos de enunciación colectiva o la articulación de la política con las nuevas necesidades surgidas del inicio del proceso de postfordización) sino en la vertiente más moderna del movimiento: es decir aquella que concibe el poder como un espacio a ocupar y que opta por el desarrollo de un conflicto armado para lograr sus objetivos.
La violencia política constituye un concepto límite en la modernidad occidental. Solo aquellos autores que han mantenido una posición crítica con el proyecto moderno (Sorel, Lenin, Clastres, Benjamin,...) han desarrollado una reflexión sustantiva acerca del mismo. Sin embargo, la violencia política emerge tras cada uno de los conceptos fundamentales que constituyen la arquitectura conceptual del imaginario político moderno. La génesis del estado nación, la separación de poderes, el reconocimiento de los derechos fundamentales, de los derechos sociales y el denominado derecho de autodeterminación de los pueblos serían impensables sin la guerra de trenta años, la revolución inglesa, francesa, las convulsiones sociales del siglo XIX, las dos guerras mundiales y las luchas por la descolonización que constituyen su ambiente habilitador.
Sin embargo, la violencia política es expulsada fuera de las límites de la modernidad occidental en la guerra de todos contra todos que dibuja hobbes en su estado de naturaleza o integrada como momento negativo de la cabalgata hegeliana del espíritu. En la presente comunicación sostenemos la hipótesis de que la causa de esta imposibilidad para pensar sustantivamente la violencia política en el imaginario moderno se fundamenta en el concepto arquitrabe del pensamiento político moderno: el estado nación.
El estado nación consituye un invento conceptual netamente moderno, con anterioridad no encontramos un concepto homologable (el estado moderno no puede ser asimilado ni a las polis griegas, ni a las poliarquías feudales) e incluso su declinar (a consecuenacia de la erosión que sufre tanto desde la esfera supra como infra estatal) es paralelo al declive de la modernidad.
En la modernidad, el estado nación es el ente soberano por antonomasia, Todas las otras categorias políticas (ciudadano, poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial, consituticón, código civil, penal, administración pública) precisan como complemento al estado nación, y fuera del mismo solo restaba el áspero terreno del derecho internacional, que tenía que regular las interacciones entre entes soberanos sin poder referirse a un poder coercitivo superior.
En la construcción del estado nación como ente soberana, su articulación con la violencia deviene fundamental. Max Weber en su obra Economia y Sociedad concebía el estado como aquel ente que se atorgaba a sí mismo "el monopolio de la violencia legítima".En palabras de Bauman, el estado actuaria como "una institución que se presenta como la única agencia autorizada para desplegar un accionar coercitivo" (Bauman, 2002) Sin embargo, más allá de la concida definición de Weber, ya en el siglo XV mientras los fuegos de las guerras de religión incendiaban el centro de Europa, Jean Bodin en su tratado Los Siete Libros de la República afirmaba el principio de invisibilidad de la soberania: el hecho que esta no pudiera ser compartida a la vez por el principe y la multitud, y que la resolución del problema de la soberanía no podía solucionarse por el derecho natural, ni por un pacto contractual, sino que necesariamente un bando tenía que imponerse sobre otro, solo la fuerza era generadora de soberania. Cuatro siglos más tarde Carl Schmitt en polémica con Kelsen, es su escrito Teología Política volverá a esta visión de la soberania al afirmar "es soberano quiçen decide el estado de excepción". Así pues, para el jurista alemán la soberanía no puede ser evaluada en sus condiciones normales, sino en la situación excepcional, aquella en que se encuentra en peligro la propia esencia del estado, y la acción del soberano de suspender el orden legal vigente solo puede basarse en una decisión no fundamentada.
Tal como afirma Carl Schmitt es imposible legalmente afirmar cuáles son las condisiones que determinan la situación excepcional, solo pueden apuntar a quien será el agente que puede tomar la determinación, quedando a su arbitrio la decisión acerca de qué constituye la situación excepcional y que no. En una obra porterior (Shmitt, 1998) dará una vuelta de tuerca más, al abordar la esencia de lo política y concluir que aquello que lo determina es la distinción entre amigo y enemigo.
La tesis de Carl Scmitt representa una carga de profundidad contra la arquitectura jurídica en que se basa la construcción del pensamiento político moderno: el liberalismo según Schmitt convierte el parlamento en el escenario de una clase social discutidora que enmascara la esencia de lo político. la crítica de Carl Schmitt vendría entonces a sumarse a la de su coetáneo Martin Heidegger que considera la charlatanería, la curiosidad y el oportunismo como forms de vida inauténtica del Dassein. Para Scmitt, el enemigo es simplemente el que queda definido como el otro, como fruto de una decisión y que no puede ser reducido a las figuras de competidor o adversario con las que el liberalismo intenta neutralizar el conflicto, sino como "un conjunto de hombres que combaten, almenos virtualmente, o sobre una posibilidad real, y se contraponen a otro agrupamiento humano del mismo género” (Schmitt, 1998).
El concepto de lo político debe ser diferenciado de otros órdenes como la moral, la economía o la estética, ya que su esencia tiene su base en el conflicto generado por la distinción entre amigo y enemigo, y la norma (el derecho) no encuentra su fundamentación en el formalismo jurídico sino en una decisión incondicionada en un contexto de conflicto.
El intervalo de tiempo que separa Bodin (S. XV) de Carl Scmitt (S. XX) corresponde al periodo de construcción de la arquitectura de la racionalidad política moderna. El problema al que la modernidad ha sido incapaz de enfrentarse es el mismo que el apuntado por los autres citados: el hecho que la construcción de la sobiranía moderna (y del entramado teórico que la sustena) se basa sobre el establecimiento y mantenimiento de relaciones de violencia. En este sentido, quizás hablar de violencia política se trata de un oximoron. De aquí la dificutlad qeu hemos tenido en el presente trabajo para buscar una definición de violencia política, dado que lo político contiene en su seno la violencia.
La violencia como constituyente de la política adquiere su máxima relevancia no tanto en la figura de la guerra entre estados, entes soberanos, sino en la guerra civil latente o manifiesta que amenaza el pacto social que constituye el estado nación. El peligro para la subsistencia de todo estado nación no es tanto el hecho que otro estado-nación lo pueda invadir o agreder, sino su disolución como elemento aglutinador de la sociedad que dice representar. Si el estado-nación llegó a ser la nueva religión (entendido en el sentido durkhemiano de lo que aglutina la sociedad) moderna, la guerra civil entendida como conflicto interestatal representa su amenaza, que sólo puede ser obviada a partir de la resignificación del pacto social de manera que apunte a un nivel de estabilización posterior, así la guerra civil española es concebida como "cruzada" para los fascistas y como "defensa de la legalidad republicana" por el bando opuesto. La comunidad ideal fragmentada debe ser reconstruida en el imaginario de las facciones en conflicto de forma que la disolución del contrato pueda ser conjurada. La nación tal como señala Venedict Anderson se experimenta como un imaginario colectivo que funcionaría como "creación activa de la comunidad de ciudadanos", una "comunidad imaginaria" respecto la cual se exige una adhesión incondicional. La forclusión de la violencia política en la genealogía del imaginario moderno La racionalidad política moderna ha negado la violencia política explusandola fuera de su universo simbólico, en tanto que su aceptación implicaria una disolución del ente soberano. Lo que no es pensable desde la modernidad es que el llamado progresismo ilustrado, la racionalidad científica y técnica o el desarrollo del ius publicum europeo, no sean tanto el resultado de la aplicación de una lógica racionalista a los hechos sociales, sino que se base en la sucesión de diferentes episodios de la violencia que v
VIOLENCIA POLÍTICA y CAMBIO SOCIAL
Lo violento resulta fecundamente definidor en oposición a lo político. Desde distintos frentes se ha intentado desvincular la violencia de la política, cuando realmente, la esfera política se encuentra claramente pautada por procesos violentos. La violencia está siempre presente, persiste en los mecanismos represivos de la autoridad como forma de control social. Es por tanto equívoco tratar de ocultar su presencia, como también lo es el negar que la violencia tiene una capacidad constructiva dentro de todo proceso político.
Michel Maffesoli nos muestra éste carácter fundador y constructivo de la violencia. Las relaciones sociales se conforman a través de juegos de poder y a través de la violencia. y es a través de estos juegos como es posible construir y reconstruir la realidad. En algunos casos el uso de la violencia ha permitido la consecución de fines sociales y políticos de manera más rápida que mediante el uso del juego político convencional. Siempre y cuando la utilización de la violencia se haya encaminado hacia una táctica política por la consecución de concesiones políticas, sociales y económicas concretas.
Un aspecto a destacar sobre el estudio de la Violencia Política es el entramado relacional que se desarrolla en cada proceso violento. Definitivamente, en el transcurso de un conflicto político violento se conforman identidades colectivas. Es a partir de la construcción de identidades colectivas como se forman distintos movimientos sociales entorno al conflicto. Así pues, el estudio de cómo se construyen y como se negocian las identidades entre los grupos es uno de los centros de interés principales para ver cómo se gestionan los imaginarios sociales de la violencia política.
Seguidamente nos fijaremos en algunos autores que principalmente desde la sociología han explicado los procesos de creación de identidades colectivas.
Durante el proceso donde se generan identidades colectivas Alain Touraine describe como se constituye un “yo” colectivo. En el establecimiento de todo actor colectivo se desenvuelve la creación de una identidad colectiva que se define a partir de los recursos culturales disponibles. La gestación de tal identidad se llevará a cabo mediante acciones colectivas que promuevan una solidaridad grupal y una identidad conjunta.
En lo que se refiere a la creación de identidades grupales, Ervin Goffman y su teoría de los marcos interpretativos nos ofrece una buena descripción de cómo se constituyen los significados compartidos en el si de cada grupo. Goffman define un marco interpretativo como un conjunto de creencias y significados orientados a la acción. Los marcos interpretativos inspiran y legitiman las actividades de los grupos sociales, otorgan sentido a los participantes, y también ayudan a los participantes a construir sus identidades personales y colectivas. En este caso, los marcos interpretativos ideológico-culturales serian las ideas, tradiciones, discursos políticos, lenguajes, actitudes mentales, símbolos, ritos, mitos y valores. Estos marcos permiten al grupo elaborar discursos, interpretar las circunstancias políticas y autodefinirse como grupo. Los marcos interpretativos tienen la función de orientar la atención de las personas hacia determinados hechos que se definen como problemas colectivos. Son por lo tanto una vía para interpretar problemas, definir las dificultades existentes para la acción, y descubrir las vías alternativas que puedan servir para desbloquear los problemas.
El estudio del proceso de elaboración de los marcos interpretativos nos permite ver la acción colectiva como una construcción social, como un proceso en constante formación. Las batallas entorno la creación de marcos ideológico-políticos acaban por ser las verdaderas guerras entre los grupos enfrentados. Si un grupo o movimiento se consolida como una fuerza solvente, capaz de generar cambio social, todos los esfuerzos se centran en la creación de marcos opuestos a los marcos del Estado y de los movimientos en oposición. Estas luchas no se libran cara a cara, sino a través de la gestión de lo simbólico mediante la difusión en los distintos medios de comunicación social.
Uno de los elementos que se comunican a través de un marco interpretativo dentro de todo proceso político violento es el sentimiento de insatisfacción y descontento. La socialización del sentimiento del descontento social es un proceso complejo. Se deben explicitar y hacer inteligibles los motivos para lograr desarrollar una actitud rebelde significativa en amplias capas de la población. Se deben definir las raíces de un problema, señalar las injusticias y los culpables, sugerir soluciones, y sobretodo fomentar la propagación de sentimientos de pertenencia que inciten a la participación en la movilización. Éste es uno de los elementos más importantes, formar una identidad que cohesione la masa de descontentos, y que facilite su organización como movimiento de protesta.
Para entender mejor la formación de esta identidad colectiva, Melucci aporta su teoría de las identidades colectivas. Para Melucci, los actores colectivos se encuentran en un proceso de constante formación y disolución de creación de símbolos y códigos culturales. La identidad colectiva es una construcción cultural que une al individuo a un grupo y a un sistema de valores, y este proceso de construcción de una identidad cultural es el momento clave de cualquier movilización social. Resulta vital estudiar los aspectos culturales ya que alrededor de la violencia aunque aparezcan intereses, frustraciones, pasiones, presiones sociales; también aparecen identidades, imaginarios colectivos, mitos, valores, discursos, costumbres, hábitos cotidianos, sistemas de creencia, y maneras de ver el mundo. Así pues, resulta más acertado optar por un enfoque psicosocial que se centre en los propios participantes y en como estos interpretan el mundo, y así abandonar las explicaciones estructurales del conflicto violento, que remiten a estudiar como se organiza la sociedad para configurar la acción.
Cuando la violencia se encuentra comúnmente extendida en una sociedad, ésta se convierte en un fenómeno generalizado y se crea una atmósfera o cultura de violencia. Mark Howard Ross afirma que esta cultura de violencia es aprendida por el individuo a través de distintos ámbitos de socialización política como movimientos sociales, grupos de opinión, prensa, partidos, y organizaciones juveniles. Esta cultura de violencia se caracteriza por promover la aceptación y la interiorización de las consecuencias más trágicas del conflicto, y que sean concebidas como inevitables. También la cultura de violencia promueve la aparición de una concepción utópica del futuro, la desconfianza generalizada hacia el poder establecido, sus instituciones y sus elementos de legitimación.
CONTEXTO HISTORICO
La historia del movimiento revolucionario italiano de los años ’70, está estrictamente ligada al proceso de desarrollo de París, y de los decisivos cambios y rupturas que han marcado su propia historia. La construcción histórica de los años ’70 no se puede limitar únicamente a lo que se ha decretado en los tribunales de justicia. Se intenta abrir un debate más amplio, entre todos los sujetos sociales, que han actuado como los principales protagonistas de “la gran transformación” de aquellos años. El ’68 es un año clave para entender muchos de los conflictos y revueltas sociales contemporáneas. A nivel internacional, el contexto político se va a enmarcar por toda una serie de fuegos revolucionarios. Tanto en África, como en Asia y en Latinoamérica, se han desarrollado movimientos de liberación nacional que combaten el imperialismo. La guerra del Vietnam va a ser el icono de la resistencia al bloque capitalista, y va a significar la viva muestra de que la revolución es posible y real. Concretamente, lo que pasa en Italia a principios de los años ’60, empieza con la subida al gobierno del ministro Tambroni, gracias a los votos parlamentarios y del MSI. En este escenario, los fascistas se sienten legitimados, y la respuesta obrera no tarda en materializarse con la movilización en las calles. Se va a decretar el estado de excepción, cosa que va alarmar los democráticos cristianos, por la situación insurreccional que se está generando en el país. Antes de esto pero, Tambroni va a finalizar su mandato con un golpe de Estado, y en diciembre del 1963 se va a organizar el primer gobierno de centro izquierda. Con este pacto de gobierno se va a enmarcar una parte de la izquierda socialista, que va a formar un nuevo partido: el PSIUP (Partido Socialista de Unidad Proletaria). En este escenario político, a nivel social las luchas se van a desplegar en dos campos: el Trabajo y las revueltas obreras, y la Educación. Al final del 1967, se inician los movimientos de ocupaciones de las universidades italianas y las luchas obreras se van a radicalizar cada vez siempre más, en repuesta a las medidas represivas tanto del patronal como del Estado y sus cuerpos de seguridad. Las luchas obreras se producen en la fábrica, que va a ser el equivalente de las universidades para los estudiantes, como principal núcleo de revuelta social. Las luchas más significativas de aquellos años van a ser la de Pirelli Bicocca de Milán, la Montedison de Porto Marghera, y de la Fiat en Turín. La característica específica del movimiento, que empieza a partir del 1968, consiste en unas combinaciones de nuevos y explosivos fenómenos, propios de los países industrializados, junto con el clásico fenómeno paradigmático de la revolución comunista. La crítica radical al trabajo asalariado, y sus consecuencias en escala masiva, va a ser el motor principal de las luchas populares. Va a ser una lucha contra el proceso de especialización del trabajo, y contra la jerarquizacion y la diferenciación que se estaba produciendo entorno a los lugares de trabajo. Las luchas se encaminan hacia la obtención de un salario igualitario, a fin de combatir la organización social del conocimiento, y de conseguir reformas y cambios en la esfera de la vida cotidiana. A partir de 1968, se produce en Italia una regeneración del movimiento comunista y libertario. Los grupos revolucionarios, nacidos mayormente en las universidades y en las fábricas, van a llevar a cabo revueltas más allá de la legalidad. El hecho de mantenerse al margen de la legalidad va a ser de extrema necesidad, así que estos grupos no pueden ser absorbidos por el Sistema para no ser posteriormente reciclados. Se van a extender las luchas a todo el territorio social, a todas las esferas, y la construcción de formas de contrapoder van a ser necesarias, en cuanto son una nueva forma de adaptación a la precariedad de la crisis económica y del mercado negro. A partir de los años ’70, la izquierda extra-parlamentaria va a servirse de la fuerza como instrumento principal, o sea, la violencia política. Se entiende esta violencia como un medio necesario para llevar a cabo una lucha por el poder, como fuerza para acabar con el monopolio de la violencia estatal. Los eslóganes y los programas políticos de este periodo se van a conceptualizar como un cierre violento con la legalidad, la subversión, la insurrección, y la lucha para la toma del poder. En estos periodos, el papel que jugaban las primeras organizaciones armadas clandestinas (Grupos de Acción Partisana y Brigadas Rojas) era totalmente marginal, estaba fuera del debate y de la vida política del momento. Las Brigadas Rojas empiezan así una organización de propaganda armada. Su objetivo principal reside en ser una clave de concienciación y visualización del conflicto de clase. Va a ser a partir de 1972 cuando las Brigadas Rojas se estructuran plenamente como una organización armada. En un breve periodo de tiempo se van a suceder rupturas internas, cambios radicales en la perspectiva política y cambios en las condiciones del conflicto en sí mismo. Todos estos cambios se van a producir por un determinado tipo de factor. En este sentido, se va a producir un cambio en la política del Partido Comunista, que comienza a enmarcarse en la revuelta, buscando un acercamiento político con el resto de los grupos parlamentarios, y una resolución política del conflicto. El papel central que va a jugar en un principio -es decir, las luchas obreras en las fábricas- va a dejar de ser el motor de la revuelta. La nueva subjetividad del movimiento de masas era ya ajeno al movimiento obrero. Aquí va a tener una gran importancia la aparición de los nuevos movimientos sociales, concretamente el movimiento feminista. Las características del movimiento feminista, que van a influenciar la nueva subjetividad, van a ser: comunalismo, separatismo, crítica de la política y del poder, defensa de las diferencias. Todos estos factores van a llevar a la creación de la Autonomía Obrera, organización creada en oposición al Partido Comunista tradicional. Autonomía Obrera no busca ningún proyecto político o solución definitiva, pero va a preocuparse de recuperar un espacio de poder en el terreno social. El movimiento se propone una resistencia violenta contra la reestructuración de la producción que tenía lugar en las fábricas. Los protagonistas van a ser trabajadores, y sus objetivos van a ser el mantener la fábrica como estaba y mantener la fuerza que tenia el movimiento obrero en su interior. En esta problemática, nacen las Brigadas Rojas. La explosión del movimiento va a producirse en el 1977. El movimiento se había convertido en el referente de esta nueva composición de la clase obrera/precaria. Se estaba creando una sociedad alternativa al margen, con capacidades productivas, intelectuales y cooperativas superiores. Esta sociedad alternativa que va a emerger en el 1977 no buscaba necesariamente un enfrentamiento contra el Estado, no quería conquistar poder, sino que quería liberarse de él, buscaba generar sus propios espacios de libertad. Fue allí donde las organizaciones de Autonomía Obrera se van a encontrar con el dilema que supone el quedarse relegadas a la marginalidad de los ghettos, o confrontarse directamente con el Estado. La solución que se toma en un principio, van a ser doble: la lucha para las mejoras sociales, y el enfrentamiento armado contra el Estado. Desde el final del ’77 y durante el ’78, se van a producir un aumento y una multiplicación de las formaciones que operaban a nivel militar. La idea que rondaba en aquellos tiempos era que “Revuelta política = Revuelta Armada”, la lucha armada se veía como el último recurso que quedaba durante el conflicto y ante la falta de compromisos de la izquierda parlamentaria. La derrota del movimiento de Autonomía Obrera va a dar paso a la expansión de las Brigadas Rojas. La derrota de las Brigadas Rojas comienza con el secuestro y el homicidio de Aldo Moro. Las Brigadas van a llevar a cabo su propio programa político separado del resto de fuerzas sociales, va a ser el brazo armado que imperaba sin una base política dirigente. Después del caso Moro, empieza la lucha armada entre el Estado y las Brigadas Rojas. Una lucha enfocada ya como una cuestión de “terrorismo”. Políticos, jueces, magistrados, empresarios, van a ser objetivos para las funciones que desarrollan, como enemigos del Estado. Van a proceder manteniendo la actuación en este terreno, evitando cualquier confrontación política directa, y buscando sus propios espacios entre la ghettización y las negaciones institucionales. Este movimiento alternativo y underground es el que hoy en día sigue constituyendo la cuestión que todavía envuelve la crisis italiana. Se trata de un movimiento alternativo que se ha expresado como un sujeto colectivo en luchas y reivindicaciones posteriores en torno a las mejoras en el trabajo, en el aumento de la inversión pública, la protección del medio ambiente, o la crisis de los partidos políticos.
EL IMAGINARIO SOCIAL, VIOLENCIA POLÍTICA Y BRIGADAS ROJAS
En Italia, en "gli anni de piombo" de la década de los 70, la “violencia de clase” fue denunciada en todas sus formas por los diferentes movimientos de la época: las discriminaciones, las persecuciones, las injusticias, la represión, etc. Para combatir esta violencia, estos movimentos reivindicaban el derecho a la resistencia, visto que la legalidad no garantía civilmente el espacio del conflicto, pues estaba al servicio de un orden social inaceptable que no representaba al pueblo. Así vemos como en el imaginario de estos movimientos se refleja uno de los aspectos claves del imaginario social de la modernidad: la soberanía popular.
Los movimientos sociales y políticos reivindicaron la ilegalidad como práctica y como condición de existencia del movimiento. Cuales tenían que ser los límites de la ilegalidad y el espacio legítimo para el ejercicio de la violencia fueron cuestiones largamente debatidas. En este contexto aparecen las Brigadas Rojas. En este sentido, se construye un imaginario social sobre la violencia armada como medio para la lucha que legitima su uso, un imaginario basado en los siguientes elementos.
La potencia simbólica del icono
El nombre de Brigadas Rojas nos remite a la idea de de un colectivo organizado (Brigadas), y al imaginario social del socialismo radical (rojas). El color rojo también es el color de su bandera. En ella la estrella simboliza, por un lado, la revolución y por el otro el partido en la ideología comunista. El partido para este grupo era la simbiosis entre el brazo político y el armado y la vanguardia del movimiento.
En el primer período de las Brigadas Rojas, de 1970 a 1974, su objetivo principal era la propaganda armada. Una de sus principales herramientas fue la imagen y su potencialidad comunicativa. Esto se ve por ejemplo en uno de sus primeros secuestros -Idalgo Macchiarini, dirigente de la Siemens-, a quien fotografiaron con un cartel en el cuello, apuntándolo con una pistola, que nunca fue disparada. Esta imagen pretendía simbolizar que el poder se podía invertir y que la violencia podía ser usada por otros actores que no fueran las clases dominantes. Moretti declaró: “La fotografía era el objetivo de la acción [...] Y después la pistola, simbología inequívoca. Esa pésima foto dio la vuelta al mundo.”
Las pistolas P-38 como símbolo de la lucha armada también se utilizaban durante algunas de sus acciones (atracos, manifestaciones, etc.), donde se exhibían o se imitaban simbólicamente. Estas armas muchas veces no estaban ni siquiera cargadas, jugaban con la no realidad, con la imaginación. Así la imagen de la pistola se convierte en una creación en sí misma, y no en una simple reproducción.
Otro símbolo eran las canciones, que aunque no sean propiamente un icono, tienen una fuerte carga simbólica, más allá de su letra: canciones de la historia partisana, la lucha de clases, la revolución, etc., que son elementos que irán conformando el imaginario social de la lucha armada. Serán un medio de propaganda política y de exaltación emotiva.
Construcción de un lenguaje común y propio
Las Brigadas Rojas construyen un lenguaje común y propio, caracterizado por su complejidad y especificidad, que conformaba su visión de la sociedad. Generaron un nuevo léxico, basado en metáforas y reformulaciones de palabras, resignificándolas. Dos ejemplos son "el corazón del estado" (aparato del gobierno), o "sindicatos neocorporativos" (sindicatos institucionales). Este lenguaje era muy elaborado y de un alto nivel teórico basado en el análisis sociohistórico marxista.
A partir de estos elementos, la complejidad del texto podía dificultar su lectura, impidiendo su comprensión. De esta forma uno de sus principales objetivos –la propaganda política- podía quedar limitado. Un ejemplo del uso del lenguaje es este fragmento de su primera autoentrevista: “Questa doppia dialettica deve vivere organicamente in ogni campagna. Diversamente operando, a loro avviso, si cade nel bieco militarismo e stolido organizzativismo”.
Las autoentrevistas fueron una de las técnicas que utilizaban las Brigadas Rojas para difundir su mensaje. Optaron por este método, porque consideraban que las entrevistas hechas por terceros podían ser objeto de manipulación. Con la realización de sus propias entrevistas, eran ellos mismos los que controlaban toda la información que se generaba sobre la organización.
Capacidad de traducción y contagio de mitos y prácticas
La década de los años 60 y 70 fue una época de gran efervescencia a nivel mundial en cuanto a las luchas revolucionarias y antiimperialistas. La derrota de los Estados Unidos en Vietnam se convirtió en un referente y en un mito, ya que abría la posibilidad de vencer al capitalismo y al imperialismo. Vietnam se convierte así en la consigna movilizadora para pensar nuevas realidades. Se deben crear “diez, ciento, mil vietnams” como decía Ernesto Che Guevara.
Otra experiencia precedente mitificada era la revolución rusa, y la construcción de la URSS. La parte recuperada como referente es sobretodo la URSS de la primera etapa, bajo el mandato de Lenin. Recuperan la figura de Lenin, mitificándolo como militante y por su legado ideológico: la idea de partido y su rol, el concepto de centralismo democrático, etc.
Retoman de la Revolución China y el modelo ideológico de Mao Tse Tung, la ampliación del concepto marxista de obrero, no restringiéndolo al contexto de fábrica y el de “revolución cultural”, movimiento de trabajadores y estudiantes chinos contra los burócratas del Partido comunista.
Ernesto Che Guevara es otro de los mitos de la época. Su imagen se convierte en un símbolo de lucha y de ideal revolucionario. La Revolución Cubana ofreció un modelo de lucha diferente, organizando la guerra de guerrillas. Este modelo no es exportable a la lucha de las Brigadas Rojas. Morettti comenta: “No existen precedentes de guerrilla en una metrópolis industrial como Milán.”
Otras luchas que influyeron a las Brigadas Rojas en sus prácticas y en su imaginario fueron las reivindicaciones desarrolladas en los barrios negros de EEUU (Black Panters, Malcom X), la revuelta estudiantil del Mayo francés (1968), los Tupamaros en Uruguay, etc. El punto de conexión es el uso de la violencia como medio para conseguir fines políticos.
Otro de los movimientos importantes en Italia fue el movimiento estudiantil. Las Brigadas Rojas compartían con este movimiento parte del análisis de la sociedad en términos de clase, el modelo asambleario y las reivindicaciones igualitaristas y antiautoritarias.
Reconstrucción de la memoria colectiva (experiencia partisana)
El recuerdo y la reconstrucción de la experiencia partisana fue fundamental en la explicación de la historia italiana para las generaciones posteriores y también para explicar el tipo de luchas que se dieron en las décadas del 60 y el 70. La historia partisana es mitificada por estas generaciones, ya que simboliza el triunfo sobre el fascismo por parte de la resistencia italiana y un momento en el cual hubo la posibilidad de establecer un nuevo orden social a partir de la revolución. Los movimientos y organizaciones posteriores, incluidas las Brigadas Rojas, se sienten hereditarios de esta lucha anitiimperialista y antifascista, hasta el punto que cuentan que las armas de fuego que utilizan son las mismas que se usaban en aquellos tiempos.
La figura del partisano también será un símbolo para los movimientos emergentes, un héroe de la resistencia que encarna la lucha antifascista. Otro elemento que forma parte del imaginario social es la clandestinidad, que es leída como un ideal romántico. La idealización de la figura del partisano y de la clandestinidad son fruto de la construcción social del presente de una época pasada que es positivizada a partir de su justificación política, paliando las duras condiciones de vida del momento y resaltando la dimensión simbólica de ésta.
Como resultado de esta mitificación, podemos encontrar uno de los primeros grupos de lucha armada aparecidos en Italia: los Gruppi di Azione Partigiana (GAP), un sector importante de la militancia del GAP se incorporará posteriormente a las Brigadas Rojas.
Los mecanismos de socialización y comunicación.
La información y la comunicación devienen pilares fundamentales cuando hablamos sobre movimientos y luchas. En el caso de las BR se da especial importancia a este aspecto porque se definen como guerrilla metropolitana, y su objetivo en un primer momento es básicamente propagandístico, pues pretenden concienciar los obreros para que devengan sujetos de su lucha. Para ello, es necesario utilizar todos los medios posibles que estén al alcance, desde la propaganda hasta la violencia. La violencia se concibe con un valor pedagógico para mostrar a la gente la violencia estructural inherente al sistema. Se concibe entonces la violencia como herramienta simbólica de construcción de una identidad colectiva de protesta.
A partir de esta concepción de la violencia, las Brigadas Rojas buscan desde su nacimiento, tal y como explica Moretti, un impacto mediático y por tanto simbólico de ésta, más que la ejecución de acciones armadas. Para ello utilizan diferentes formas de comunicación: prensa, ciclostilos, graffiti. Las revistas más importantes de los movimientos de izquierdas en Italia fueron: “Quaderni Rossi”, "Classe Operaia", “Contropiano” o "Quaderni Piacentini". Estas iniciativas pretendían contrarrestar la industria cultural, entendida como un aparato de tergiversación de la conciencia de las masas (Horkheimer, Adorno, 1947).
Por tanto, vemos aquí que se construye todo un imaginario en torno del rol que tienen los medios de comunicación en la reproducción y mantenimiento de las estructuras y las relaciones de poder, y la importancia que tiene poder crear medios de comunicación alternativos.
Fuentes ideológicas de las Brigadas Rojas
El imaginario social de las Brigadas Rojas parte de una ideología basada en el análisis del materialismo histórico de Marx, de las teorías de Lenin y las de Mao. Según éstas la época en que viven se caracteriza por un modelo de producción capitalista, que no diferencia entre trabajo manual e intelectual, mercantilizando todo trabajo que dé valor añadido a la producción. Este proceso lo denominan proletarización y es uno de los aspectos principales a partir de los cuales explican la sociedad. Dentro de este imaginario social, la imagen del obrero se positiviza, a la vez que se negativiza la figura del burgués, entendiendo la sociedad como dual y en conflicto constante, en una lucha de clases.
El objetivo de las Brigadas Rojas es trabajar para la transformación social, por el cambio hacia una sociedad comunista, que establecería la abolición de las clases sociales y la colectivización de los medios de producción. Para llegar a esta sociedad ideal, las Brigadas Rojas hablan de la reapropiación del saber, la lucha ideológica de clase, la concienciación obrera, la reconstrucción del individuo social, la unión entre teoría y praxis y la lucha por todos los medios, incluso legitimando la violencia política, como único medio suficientemente potente para enfrentarse a la fuerza del estado.
En el imaginario social de las Brigadas Rojas el ejercicio del poder tiene lugar desde las instituciones estatales y desde los patronos de las fábricas, por tanto, está materializado en "cuerpos" concretos. Los objetivos políticos que van dirigidos a la destrucción de este poder a partir de acciones simbólicas.
CONCLUSIONES
La violencia política tal como hemos expuesto en la primera parte del trabajo forma parte inseparable del despliegue del imaginario político moderno. Así mismo, dada la propia arquitectura categorial sobre la que se fundamenta la modernidad, ésta es incapaz de aceptar su dimensión constitutiva, bajo el peligro de erosionar sus bases constitutivas: el pacto social en que se fundamenta el estado nación. Lo que comporta su expulsión fuera de su universo simbólico, pero que a pesar de todo deberá incorporar como posibilidad no explícitamente reconocida mediante la aceptación de dos derechos que se sitúan al margen de toda fundamentación normativa: el derecho de excepción y el derecho de resistencia.
Esta expulsión de la violencia política, encuentra su reflejo en la reflexión sociológica que a menudo se ha reducido a la consideración transitoria de anomia, desequilibrio o desviación, partiendo de una concepción homoestática de la sociedad. No obstante, en las últimas décadas alrededor de la emergencia de los denominados nuevos movimientos sociales y de los conflictos propios de una sociedad postindustrial, se han iniciado líneas teóricas que ponían el acento en la dimensión socio-cultural de la violencia política, bajo el riesgo de negar su dimensión política.
Por este motivo, el análisis de caso que hemos desarrollado no se basa tanto en las diferentes tradiciones sociológicas sino en aprofundir la dimensión del caso italiano. En este sentido, hemos iniciado nuestra reflexión con un análisis del contexto sociohistórico donde emergen el ciclo de luchas, en tanto que consideramos que los fenómenos sociales no pueden ser tratados sin tener en cuenta los elementos contextuales sobre los que se basan. Así, del análisis de contexto se puede desprender cómo se construyen sociohistóricamente los diferentes agentes, discursos y retóricas en juego: del recuero de la experiencia partisana para legitimar una continuidad en la lucha insurreccional a la exaltación de la guerra del Vietnam como elemento ejemplificador de cómo el débil puede doblar la primera potencia mundial.
Italia representa en este sentido un caso único en Europa por la duración en intensidad del ciclo de luchas, que se extiende desde la ocupación de fábricas y el autumno caldo de 1968 hasta el secuestro y posterior muerte de Aldo Moro, el que desencadenará el proceso 7 de Abril de 1979. En este sentido, hemos considerado que la “anomalía italiana” podía funcionar como campo de análisis para comprender la articulación entre violencia e imaginario político.
De los diferentes agentes que formaban parte del proceso nos hemos centrado en las BR, no tanto por su carácter innovador sino porque ejemplifican una concepción del poder y la acción política esencialmente moderna en un contexto mutante, de transición hacia la posmodernidad, pero del que se alimenta y permea. Así pues, nuestro foco se ha basado en cómo desde el movimiento italiano se genera un imaginario alternativo que legitima las prácticas violentas dentro de un “estado de derecho” de la Europa Occidental, y cómo este imaginario va mutando a medida que se configura como epicentro la centralidad de la opción armada.
Este imaginario se ha construído en forma de recursos iconográficos, canciones, formalizaciones teóricas y prácticas difusas que usan la espectacularidad de la acción violenta como elemento de propaganda armada, el que quedará en parte clausurado cuando las Brigadas Rojas opten por una intensificación de sus acciones mediante un ataque directo a lo que consideran el “corazón del estado”.
Elementos mitificados en el Imaginario de las Brigadas Rojas como la figura del obrero y el estudiante, que podían servir para favorecer el contagio social irán perdiendo complejidad a medida que se acentúe el enfrentamiento con los aparatos de estado. De esta forma se va sellando en Italia, de la misma manera que sucedió en Alemania, el destino trágico de las diferentes opciones armadas revolucionarias. La intensificación de sus acciones en lugar de servir para el ensanche de su base social y la extensión de prácticas de contagio de sus elementos simbólicos, serán el puntas sobre el cual el estado despliegue una acción represiva que permita su reestructuración en el contexto de transición del fordismo al postfordismo. Paradojalmente, diferentes elementos invocados en la primera fase del imaginario alternativo (la autonomía personal, la flexibilidad, el rechazo al trabajo como tarea monótona y despersonalizadora, la autogestión) serán los ejes sobre los que se configurará el nuevo orden de relaciones sociales.
Los momentos constituyentes abiertos por la fractura del pacto social y la generación de un conflicto netamente político, en los términos amigo-enemigo expresados por Carl Schmitt, suponen la construcción de imaginarios alternativos donde las diferentes facciones construyen elementos de sentido a partir de una constelación de significantes compartidos que tienen como finalidad legitimar sus acciones que se sitúen fuera del marco legar definido por el estado de derecho. Así mismo, la resolución del conflicto no implica necesariamente que el bando vencedor imponga su imaginario como dominante, dado que no se trata de comportamientos estancos y hay contaminaciones mutuas. Es posible que diferentes elementos de los imaginarios contrapuestos sean utilizados en la construcción del imaginario resultante, a excepción hecha de aquellos elementos que legitimen la resistencia al orden establecido, en tanto que todo orden constituido tiene que negar la violencia previa sobre la que se sustenta.
Simone Belli
Jordi Bonet
Andrea Calsamiglia
Xavier Sáenz
Maria Mena
Universitat Autònoma de Barcelona Departament de Psicologia Social
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