Los humanos de este siglo, desde niños hemos puesto nuestros sentidos en la observación de películas cinematográficas y en las historias novelescas de la televisión. Vivencias en las que se narra la vida de personajes famosos. Historias que son interpretadas por actores que protagonizan el papel de los principales personajes. Así, sin percatarnos, desde niños empezamos a desear ser los protagonistas que imitan a esos personajes principales de las historias que se relatan en los filmes y las telenovelas. Inconscientemente venimos desarrollando dentro de nosotros mismos actitudes desatinadas de afectación histriónica para simular ser lo que no se es.
El protagonismo es esa manía de sentirse el centro de la atención social. Es esa obsesión de ser reconocido como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen. La ilusión por ser reconocidos como el personaje principal de su entorno social, mueve a la ficción de simular ser lo que no se es, hasta llenar ficticiamente sus vacíos vivenciales. Los vacíos vivenciales inducen a jactarse de grandeza, de popularidad o de ensoberbecimiento, en la enajenante esperanza de un mañana en el que pudiera protagonizar el papel de ser el héroe o la heroína de las películas y telenovelas preferidas.
Siempre se habla de los peligros éticos, morales y psicológicos del cine y de la televisión, pero no se advierte de las perturbaciones psíquicas que el protagonismo desencadena en la conducta de los espectadores. Analizando y recordando esas vivencias que son comunes a todos los seres humanos, no debemos olvidar que el ser humano no solamente es consecuencia de su herencia genética, sino que también es el resultado de la programación psicológica del medio ambiente social y cultural en el que se desarrolla. No hay quien no haya soñado en su niñez -y algunos lo conservan en el subconsciente- la esperanza de protagonizar una de esas fabulosas historias que siempre deseo realizar. En la conciencia de toda persona subyacen esos sentimientos de personificar y realizar todo lo que sus héroes y heroínas sembraron en sus mentes sin tomar conciencia del desarrollo subliminal de los yoes que hacen que el ser humano se comporte de manera extraña y extravagante. Y es que no hay quien -de una u otra manera- no quiera ser el centro de atención de quienes lo rodean. No hay quien no quisiera ser como los protagonistas principales de las películas y las telenovelas.
Que los actores simulen los personajes que han elegido representar, es un talento histriónico que merece el reconocimiento de sus admiradores; pero quienes tienen la manía de simular protagonismos sin ser de la profesión de los actores, definitivamente están pretendiendo sorprender y engañar a sus semejantes con alguna vil intención. Aquellos que recurren a urdir protagonismos, sea cuales fueren sus propósitos y argumentos justificativos, actúan con deshonestidad y perversidad de intenciones. El deseo de ser iguales a otros, induce a fantasear preciándose de ser indispensables. Los personajes piensan que sin ellos las cosas no podrán funcionar. Que son lo mejor, sin darse cuenta que el rol que quieren protagonizar ni siquiera es compatible con sus personalidades.
Cuando la desinteligencia impide comprender que en la vida cotidiana no siempre se puede realizar el protagonismo que se desea, el porfiado subconsciente motivará oportunidades inusitadas, que al parecer ofrece nuevas alternativas para protagonizar. Analizando cada una de nuestras vidas es casi seguro que descubriremos muchísimas actitudes en las que tratamos de ser los protagonistas del grupo en el que estamos, o de alguna experiencia que tratamos de mostrar a quienes nos rodean, en el afán de ser distintos y mejores que los demás.
El protagonismo se ha constituido en un síndrome psíquico que nos impulsa a ser extravagantes, que nos hace creer que son aquello que no somos realmente. Cuando descubrimos algún conocimiento especial o cuando nos enteramos de ciertas circunstancias de la vida de los demás, no vacilamos en tratar de penetrar en esos ambientes y ganar esos espectadores que nos concedan la admiración y el reconocimiento que aspiramos.
Es cierto que todo ser humano necesita fortalecer su autoestima con el afecto, el amor, el respeto y la admiración de sus semejantes; pero, cuando caemos en el protagonismo, ¿estamos conquistando aquellas cosas que tanto deseamos?,o ¿no será más bien, que -sin darse cuenta- estamos haciendo el ridículo de aparentar ser lo que realmente no somos? Hombres y mujeres de todas las esferas sociales, insensatamente compiten en una carrera por tratar de ser protagonistas de paradigmas ajenos y extrañas a la historia de sus vidas, cayendo en el auténtico protagonismo de las enajenaciones conocidas. Meditemos, porque el protagonismo -sin habernos propuesto- ha logrado arrastrar a la conciencia social de nuestro mundo creando personajes de ficción que confunden nuestras relaciones con quienes nos rodean.
Shikry Gama
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